Seguimos en Navidad, es más, aun no hemos empezado
las celebraciones, quedan las deliciosas reuniones familiares, la compra de
regalos de última hora, los agobios en los comercios, el rebuscar el adecuado
que sea bueno, bonito y barato a ser posible. Ya hemos dejado atrás el día de
los tópicos que es tan hispano, tan nuestro, me refiero al día de la lotería de
Navidad. Es el sonsonete con el que se declaran inauguradas oficialmente las
fiestas, para mí resulta entrañable y adorable, como una mantita suave en una
sobremesa somnolienta, una sensación ya vivida y agradable, quizás sea la
sensación de continuidad, quizás sea un vago poso de ilusión de que toque algo,
quizás sea un volver a la infancia, no lo sé. El caso es que luego vienen los
tópicos, que si la salud, que si el tapar agujeros etc., por un día los
informativos nos machacan hasta la saciedad con imágenes mil veces repetidas de
gente feliz, dando saltos de alegría aunque –especialmente cuando- la suma no
les vaya a solucionar más que un par de problemas más o menos importantes, una
hipoteca o simplemente sobrevivir al naufragio unos meses más, en lugar de
bombardearnos con corruptos, burlas y leyes hechas a medida de algunos. Un
paréntesis que dura poco pero por lo menos da un respiro.
Mi casa ya está decorada con esa especie de
convulsión navideña que me da cada año. He de reconocer que éste no me ha sido
fácil. Me ha costado encontrar el entusiasmo para montar el circo habitual. Un
circo por cierto sin espectadores, un circo para nosotros solos. Me han ayudado
a hacerlo las cosas, las pequeñas cosas que he ido acumulando y el deseo de volver
a verlas y a acariciarlas, aun así mis fuerzas no han dado para más y he dejado
un Nacimiento sin poner, a veces parece que la energía, la fuerza o como
queramos llamarlo me va abandonando lenta pero irremediablemente, tampoco sé si
es físico o mental pero a veces me ocurre. Será la vejez prematura o no tanto.
El caso es que cuando acaba la película de la tele por la noche, apago la mitad
de las luces del salón, enciendo las decorativas, pongo en marcha una de las
cajas de música navideña y me siento a disfrutar de mi parafernalia navideña,
dándome cuenta de que en la suma de sus elementos está una vida entera. Este
ángel lo compró mi madre cuando yo tenía cinco años, esta bola pintada la
compré hace veinticinco años en la Plaza Mayor, esta figurita me salió en un
roscón de reyes cuando tenía veinte años. Luego está el Nacimiento de la casa. El
oficial por así decirlo. Mañana, Nochebuena, hará treinta y un años que llegó a
casa, casi como un milagro, pero de él hablaremos en otra entrada. Hoy quería
traer a colación el silencio apacible que llena la casa cuando la última nota
de la caja de música y que me trae a la cabeza este poema publicado por primera
vez tal día como hoy de 1823, por un autor un tanto incierto que bien pudo ser
el profesor americano Clement Clarke Moore o bien un primo de su mujer,
el Major Henry Livingston Jr. Resultó ser un poema clave para la
configuración iconográfica de la Navidad actual, sobre todo por las
ilustraciones de Nast, pero también a esto volveré en otra entrada, si me lo
permitís. Hoy sólo quiero recoger el poema.
Era la noche antes de
Navidad
Era
la noche antes de Navidad, cuando en toda la casa
Ninguna
criatura movía, ni siquiera un ratón.
Los
calcetines se colgaban por la chimenea con cuidado,
En
la esperanza que San Nicolás pronto estaría allí.
Los
niños estaban cómodos y calentitos en las camas,
Mientras
visiones de ciruelas azucaradas bailaban en sus cabezas
Y
mamá con su pañuelo y yo con gorra de dormir, Habíamos
preparado
nuestros mentes para un largo sueño invernal
Cuando
fuera en el césped había mucho ruido,
Salté
de la cama para ver lo que pasó.
A
la ventana volé como un rayo,
Abrí las contraventanas de golpe y subí la
ventana
La
luna en la nieve recen caído
Dio
la lustre de mediodía a los objetos
abajo.
Cuando
delante de mis ojos curiosos apareció
Uno
trineo en miniatura y ochos reinos muy pequeños
Con
un conductor pequeño y viejo, tan vivo y rápido,
Yo
supe en seguida debe de ser San Nicolás.
Mas
rápidos que águilas su tiro vino,
Y
el silbó y gritó y les llamó por nombre.
“Ahora
Dasher! Ahora Dancer! Ahora Prancer y Vixen! Ya
Comet! Ya Cupid! ya ya Donner y Blitzen!
Arriba del porche! Arriba del muro!
Ahora
corre, corre, corre todos!
Como
las hojas secas vuelan ante un huracán salvaje,
Cuando
enfrentan un obstáculo suben al cielo.
Así el tiro volaba arriba de los tejados de
casas
Con el trineo lleno de juguetes y San Nicolás
también
Y
luego, en un instante, oye en el tejado
El
brincar y toquetear de cada pequeña pezuña
Mientras
retiré la cabeza y giraba,
Por
la chimenea vino San Nicolás con un gran salto.
Vestido
todo de piel, de cabeza a pie,
Y
su ropa estaba ensuciado de cenizas y hollín,
Un
fardo de juguetes lo cargó a su espalda,
Pare
ció a un ambulante, abriendo su saco.
Sus ojos, tan brillantes, sus hoyotes de felicidad.
Sus mejillas como rosas, su nariz
como una cereza.
Su pequeña boca graciosa dibujada un arco,
Y la barba de su barbilla tan blanca como la nieve
La
base de la pipa la sujetó fuerte entre los dientes
Y
el humo rodeaba su cabeza como una corona
Tenía
la cara ancha y la barriguita redonda
Que
movía cuando se reía como un fuente lleno de gelatina
Era
redondito y gordito, un verdadero viejo elfo alegre
Y
rió cuando le vi, a pesar mío
Me
guiño un ojo y giro la cabeza,
Lo
que me hizo pronto a conocer que no tenía nada que temer.
No dijo ni una palabra, y fue directo a su
trabajo,
Y
lleno todos los calcetines, luego giro con rapidez
Y
poniendo su dedo junto a su nariz (indica un secreto)
Y
asintiendo con la cabeza, subió por la chimenea
El
saltó sobre su trineo, y dio a su equipo un silbido,
Y
volaron como el vilano de un cardo
Pero
se escucha su voz mientras se perdida de vista
“¡Feliz
Navidad para todos, y para todos buenas noches!