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domingo, 22 de diciembre de 2019

EVOCACIÓN NAVIDEÑA.

Chesterton ya se lamentaba de que parecía casi pecado disfrutar y amar la Navidad. Un respaldo histórico para un amante de estas fiestas siempre viene bien, desde luego. Sin embargo, la presión social contra nosotros (todos la celebran pero nadie parece amarla ni desearla ni disfrutarla) acaba por hacernos, hacerme para ser más concreto un poco imbécil. Quizás para encontrar la causa de tal imbecilidad o para todo lo contrario por primera vez me pregunté en serio por que a pesar de no tener buen recuerdo de ninguna Navidad, salvo los juguetes de Reyes y aun esos venían con la visita mi insoportable primo que se cargaba la mitad y con los deberes de las vacaciones que, como corresponde a cualquier estudiante que se precie, había dejado para última hora, y de encontrarme celebrándolas solo sigo sintiendo una pasión incontrolable por la Navidad.
No suele ser bueno hurgar en los más antiguos recuerdos, sobre todo en mi caso dado que mi infancia fue, con mucha diferencia la peor época de mi vida por la enfermedad (los que me han seguido saben que hablo de polio) pero si se quiere conocer una realidad hay que empezar por los orígenes y no me quedó más remedio que entrar en la caverna de aquel universo de pesadilla y creo que encontré algo que quizás tenga en parte la "culpa" de mi pasión navideña.
           De niño, cada Navidad, llevaban a ver el Nacimiento del Asilo de San Rafael, en el edificio viejo, Paseo de la Habana nosecuántos. De aquellos años no recuerdo veranos, ni días soleados, siempre es invierno en mi memoria de entonces. Siempre oscuridad y frío. Paredes gris naval o gris cemento. Espacios vacíos. Espacios vacíos y miedos, muchos miedos. El pavor absoluto a la oscuridad que aun apenas he superado, quizás fuera uno de los peores. Desde luego el más visible aunque sea absurda la frase. El cine, por ejemplo, era un espacio vetado, por eso la primera película que recuerdo fue en un cine de verano, con las luces del bar bien visibles desde de mi punto de vista, por cierto era “La verbena de la Paloma” de Concha Velasco. Castizo que es uno.
            En illo tempore, el Nacimiento del asilo de San Rafael era casi una referencia para la ciudad, así al menos lo vivía yo, y me atrevería a decir que para mí era especial de un modo muy diferente.
            Solía ir frecuentemente al Asilo de San Rafael, recalco lo de “asilo” por que la perspectiva de beneficencia planeaba sombría al mencionarlo. En general ir era sólo aburrido hasta decir basta. La hora de rehabilitación, el rato de piscina, si aquello se podía llamar piscina pues nunca he visto nada menos parecido a una piscina, pero cumplía su misión y poco más. Eso la mayoría de los días pero había otros era un viaje al infierno de dolores, gritos y acusaciones. Salas blancas, viejas, con tamaño de nave industrial, bancos largos para esperar, blancos, blanco, blanco, siempre blanco. Odiosamente blanco. Un blanco viejo, limpio pero ajado, sólo se rompía el ofensivo blanco en los espacios de transición, pasillos, etc, no por que no fuera igual de blanco sino por que apenas estaban iluminados. Había uno en especial, inolvidable, algo más oscuro, que me llevaba a la sala de yesos, donde viví algunas de las experiencias más espantosas de mi vida sobre una mesa larga de mármol y bajo una lámina de Moisés y la Serpìente de oro que luego supe que era de Doré, para mí era un montón de gente muriéndose sin más. Era pues aquel pasillo no sólo siniestro sino el equivalente para una mente de tres o cuatro años lo más parecido al carro hacia la guillotina o si nos ponemos en plan americanofilo a la milla verde. La sala de yesos, deslumbrante, me esperaba con sus horrores tras una enorme puerta blanca, aquella sí que era la puerta del infierno y no había redención posible. Pero antes, en el pasillo siniestro se abrían cuatro manchas rojas. Eran unas vitrinas empotradas en la pared forradas de terciopelo, supongo, rojo y delante blancas recibiendo de pleno unos focos para que se pudieran apreciar bien. Eran moldes de escayola de cuerpos retorcidos por la polio, pies al lado de los cuales los de las chinas eran un prodigio de corrección anatómica, espantosos  monstruos sin cabeza, sin brazos, troncos sueltos con columnas en ángulos imposibles, jorobas inmensas, pies sin piernas en los que costaba distinguir los dedos del talón. Entonces aparecía la voz. No siempre era la misma, a veces era la de algún fraile, Fray Pedro siempre llevaba caramelos en los bolsillos, cuadrados, de colores, pequeños, duros, y una gran sonrisa, pero nunca estaba en ese pasillo, era otro cualquiera, generalmente desconocido; otras veces era la de mis padres, aleccionados como si fuera una consigna, un santo y seña, la que llegaba a mis oídos: “así es como acabarás si no haces lo que se te dice”. Hubiera sido suficiente para helarme la sangre en las venas si no supiera que lo que me esperaba detrás de las gran puerta blanca era infinitamente peor que esa mera amenaza en principio lejana, el dolor era inmediato, inevitable y abismal. Creo que llegué a inmunizarme a la visión de aquellos Quasimodos de escayola por contraste. Frente a lo que me esperaba dentro aquello era un chiste o poco menos.
            Sin embargo, al llegar Navidad todo aquello cambiaba. Ir a ver el Belén de San Rafael, que ha sido tradición madrileña desde hace muchísimo tiempo, cambiaba el tono hasta de los grises y de los fríos del camino habitual y ya en el edificio se llegaba a él por un ancho pasillo de suelos relucientes negros y marrones, flanqueado por macetones de pilistras con una galería de enormes ventanales semicirculares al jardín, entraba ese sol de invierno tan madrileño, tan imposible de brillante y frío, a raudales, a la izquierda de vez en vez entre macetón y macetón se veían altos ventanales estrechos a los gimnasios y las piscinas (de nuevo el blanco, el aterrador blanco) pero yo no miraba sino al frente. Aquel corredor anchísimo era a mis ojos el colmo del lujo y cerca del final había una puerta a la izquierda y allí una hornacina de boca semicircular y luego, para mi absoluto espanto, se apagaban las luces. Ante nosotros se desplegaba un mundo ajeno al habitual, lleno de colores, los Reyes al fondo creo recordar en primer término un ángel anunciando a los pastores, alto, vestido de rosa sobre una nube, el brazo en alto y las alas verticales. Inesperadamente aparecía la magia pues empezaba a anochecer en la bóveda del Nacimiento, los tonos sonrosados dejaban paso a los azules donde brillaban las estrellas, La Estrella y se iban encendiendo las casas, las hogueras y la luz más fuerte sobre la Sagrada Familia, me sobrecogía esa parte por que era demasiado oscura para mi gusto pero era tan bonito aquel cielo estrellado y el ángel iluminado no sé si desde abajo por la hoguera de los pastores o bien por otro foco como el del Niño. Tenuemente por la izquierda el azul se hacía más claro y luego rosa hasta amanecer y llegar al mediodía. No sé si había música, no lo recuerdo, yo estaba fascinado por toda aquella magia de los personajes, las casitas, las luces, el ángel. En aquel semicírculo se abría una ventana a otra realidad de colores, de luces, sin miedos, de permanente renacer pues a una noche sucedía un día y luego otra noche, una ventana que me decía que había algo más que aquel averno de dolor y miedo, de gris y frío que yo vivía como niño enfermo y solitario entre gentes angustiadas unas y amargadas otras. Aquella visita anual fue durante mucho tiempo una especie de faro entre grises que al final fueron ocupando su puesto dejando espacio a días cálidos y a colores vivos.
            Quizás sea es la causa de mi pasión por la Navidad, quizás un simple recuerdo de un niño de tres o cuatro años o nada. La construcción del nuevo y espantoso hospital con los mismos horrores dentro pero sin el menor gusto estético dejó aquel espacio durante un tiempo prácticamente colgando con escaleras etc. donde yo no podía llegar, hablamos de hace más de cuarenta años, y nunca he vuelto a ver ese Nacimiento que, parece ser, sigue siendo una referencia madrileña.
            Acabo de ver el nacimiento de 2015 y, no censuro, pero ya no son las mismas figuras, supongo que mejores, preciosas, sí, pero ya no son las que me abrieron la ventana en el frío gris de mí sobrecogida infancia.

lunes, 9 de diciembre de 2019

¡Llegó Navidad!

 Marramamiau remiau (o Feliz Navidad a todos en gatuno. Estoy siguiendo un curso acelerado de gatuno español/español gatuno, por si me hace algo de caso)

Decir a estas alturas que queda inaugurada en este blog la Navidad es casi innecesario. Pero esta es la fecha oficial. de inauguración. Aprovecho un momento de descanso, más bien por que si no paro me da un poncio y un soponcio, entre acabar de colocar los árboles (2) los adornos (ni se sabe) y empezar a organizar los Nacimientos (3 o 4 depende de en que estado llegue al último)
Este año me gustaría tratar todos los temas que tengo en la cabeza sobre estas fiestas, las ideas fluyen y a veces, las muy cabronas, se van para no volver. Hablemos hoy de publicidad, por ejemplo.
De entrada de cara a la campaña comercial de Navidad las televisiones se llenan de cuerpos desnudos y sexo más o más bien menos encubierto (el juego sado de la dama rompiendo el cristal con el tacón del frasco de perfume es bastante explicito, y cada año vemos un poco más de culo del cacho tío del anuncio del salto a la balsa donde una ninfa ninfómana en bikini blanco está ahí, esperándole para violarle). Bueno para no seguir en esta línea haré un poco de historia de los más memorables anuncios navideños que recuerda uno:
Coñac 501: "Es el momento oportuno de tomar 501 para tener en su mesa un coñac como ninguno" (a ritmo de Esta noche es Nochebuena"
Mueñecas famosa: Las muñecas de Famosa se dirigen al portal para para demostrar al niño su cariño y amistad", pobre crío, aquello era algo que parecía más una serie de Frankensteins que unas dulces muñecas, casi diría que a su lado Anabelle resulta inofensiva.
Burbujas de Freixenet: despiporre con pretensiones de Broodway y mucha pierna, pero mucha pierna.
La mayor infamia que se ha hecho en publicidad navideña es, sin embargo, algo muy aparentemente inofensivo: Nescafé, vuelve a casa por Navidad. Señores eso no se hace, joder -que dijo o debió decir la marquesa-, cada vez que vemos el regreso de alguien por Navidad cada uno recibe un montón de Fantasmas de las Navidades Pasadas de todos los que no van a volver. Eso, si no es delito, al menos es apología de la depresión y debería estar penado en el Código. Llorera fija si te pilla con la guardia baja. Sobre todo cuando los fantasmas que se presentan ya van pasando de veinte.
En general (salvo aquel de Monserrat Caballé con el maquillaje que parecía haber visto a Satanás, eso si, sin perder su "seny") los de Loteria Nacional suelen ser exquisitos, el de el tabernero que ha guardado el décimo a quien no lo había podido comprar de plena crisis (pregunto ¿Cuándo se ha salid por que yo no me he enterado?) era un ejemplo. Sin embargo, los de este año son absolutamente perfectos. "El sorteo que nos une" es un slogan que dice casi todo al menos de lo que venia siendo o quizás siga siendo a quien tenga alguien a quien importe, el ceremonial previo al sorteo. No puedo por menos que resaltar la humanidad de pequeñas historias cotidianas, reales por que no son nada en realidad, no cae en el sentimentalismo del Nescafé pero nos cuenta cosas que están ocurriendo -la recién divorciada a quien no se quiere perder de la familia, el noviete recién llegado, la enferma que recibe su participación de un auxiliar y con ella un ramalazo de vida -en un hospital eso es valiosísimo-. Pequeñas cosas, anécdotas diarias, sencillas, sin brillos, ni calvos, ni milagros, ni humor. Usando un título "bocados de realidad" simple, cotidiana que puede recordarnos que podemos seguir siendo humanos a pesar de lo que intenten. Creo que es una de las mejores campañas de hace muchos años (culo del cachas aparte, a ver si el año que viene se lo vemos entero)


martes, 3 de diciembre de 2019

DICIEMBRE

Diciembre 1922, Norman Rockwel en muchas de sus magníficas ilustraciones deja una gran dosis de humor. Es el caso de un Santa agotado de tanto hacer juguetes ante la cercanía de Navidad.

En algunos lugares este mes se llama Navidad a nivel popular, por lo menos era así, ahora con la agresión publicitario televisiva y las ñoñeces de películas navideñas vaya usted a saber. El caso es a estas alturas de mes (¡estamos a día 3!) muchos ya estamos como el Santa de la imagen.
Quienes habéis seguido este blog sabéis que vengo a ser como el Espíritu de la Navidad Presente, que, aun me pregunto por qué, me apasionan estas fiestas; pues bueno, el caso es que ayer saqué parte de los adornos navideños (sólo parte, los Nacimientos van en una segunda fase, de momento sólo adornos de la casa y parte de los del árbol) y me he agotado sólo de ver las cajas. ¡Gensata! que diría el inmenso Forges.
Sin embargo, veamos las causas. Llevo liado con manualidades navideñas y comprando más adornitos desde octubre de modo que cuando llegue el día siete de enero llevaré tres meses liado y ahora es el pulso final. Yo soy así y no culpo a nadie. Sin embargo, los aludes comerciales, Hallowen/ difuntos, Navidad interrumpido por el Black Friday (que se supone que es un día pero es casi un mes) crean una cargazón mental que uno ya no sabe que fiestas vienen si compras para el puente de Mayo, para Navidad o para Semana Santa. Se supone que el consumo mejora la economía, pero ¿la de quien? por que la inmensa mayoría estamos rebuscando en el fondo de los monederos a ver si podemos pagar el pan sin cambiar los últimos cincuenta euros que quedan hasta la extra. De todas formas hoy no tengo ganas de ponerme reivindicativo pues tengo a la vista una Navidad que, si no la estropeo y no tengo intención, será diferente. Tras años de pensármelo por fin ya lo tengo todo listo para la llegada de una gatita. El problema es que a la hora de dar la luz verde para que venga estoy dudando en hacerlo hoy para que llegue esta misma semana con todo el tinglado de por medio y todo manga por hombro o esperar a tener todo algo más colocado. Vamos, cuando sólo haya dos o tres cajas por medio lo que supondría ya como pronto el miércoles que viene. Lo mismo se asusta de ver tanto trasto que se pone encantada a trotar y meter los hocicos por todas ellas. ¿Quién ha comprendido nunca la mente de un gato doméstico? (que conste que lo de doméstico es mucho más que relativo)
Por otro lado el diciembre de todo se presenta un poco más vergonzoso que los otros meses. No sólo está el choteo generalizado de la política sino el otro aun más infame de la cumbre sobre el cambio climático. No tengo descendientes y la edad suficiente como para que con que aguante la cosa de un modo tolerable me importa un rábano, son sus hijos los que pagarán las consecuencias, no los míos, pero aun así me jode que me tomen el pelo descaradamente. Eso sí, Leo Messi Balón de Oro y un puente de cuatro días ¿Qué más puede pedir un españolito medio? Pues está claro: un derby y el éxtasis de esta sociedad sería digno de nuestros grandes místicos.
No pensaba tratar el tema pero me voy a limitar a hacer una pregunta: ¿os habéis fijado como en las decoraciones navideñas en general cada año hay menos alusiones a la Natividad? Se ve que no es políticamente correcto que un niño nazca en un pesebre y más aun que toda una élite se postre ante él.