No
sólo el árbol ha dejado de sonar sino que ha desaparecido cualquier atisbo de
magia, eso no ocurre nunca y menos en estos días más cortos. Corre a la ventana
y se le ponen los pelos –todos- de punta. Efectivamente, el suelo y los
árboles, los de verdad, están blancos pero los gruesos copos siguen cayendo,
exactamente eso “siguen cayendo” sin acabar de hacerlo. Han quedado suspendidos
en el aire. Empuja con fuerza el árbol falso pero por más sacudidas que le dé
no suena ni un cascabel. Se encaja las gafas intentando no perder la compostura
ni la sensatez que la caracterizan, que por lo menos alguien lo haga pues todos
están a punto de volverse más locos, si ello fuera posible. La bailarina de la
pierna en alto amenaza con desmayarse y sólo espera para hacerlo que haya alguien
cerca para recogerla y no caer en una posición poco decorosa. El Lord cazador
no está en su etiqueta y sus sabuesos se apiñan temblorosos igual que la
colección de búhos.
- Hay que hablar con el Sr. Thomas,
vamos, Lazoconpatas.
- Hasta aquí hemos llegado –se le planta
haciéndole frente-¿Crees que me gusta el ridículo lacito? Pues no; y ya estoy
harto de cómo me tratas por doblarme el tamaño. Pequeño pero no tonto “Lady Sophie”. Harto estoy de ti y de tu
alcurnia que yo también tengo mi pedigree y tú… Tú parece que has descubierto
algo “hay que hablar con el Sr. Thomas”
-ese “y tú” que ha quedado en el aire iba a preceder a una ofensa, tanto
más cuanto no hubiera sido falsa, del todo; al final Golfo va a ser un caballero;
sí es posible que ella le machacara en una pelea pero no se iba a ir de
rositas- Pues que sepas que el Sr. Thomas está neutralizado: se le han
indigestado las Obras Completas de Henry James, en inglés.
-Of course -¿y a quién no?
-Eres lo único vivo que tiene radar para
estas cosas. Los perros nos hemos ocupado demasiado de los humanos y las hemos
ido olvidando.
-Ejem, Golfo ¿Te gustaría que se
rompiera el lazo? –discreta, muestra las uñas que no tendrían problema en
cortarlo.
-A mí sí, pero a la humana bajita de las
trenzas, no. Así que vamos a dejarlo. ¿No te parece que, ahora mismo tenemos
problemas más importantes que mi lazo? Además ya no debe faltar mucho para… Oh
no. Creo que hoy es la noche.
Hay
que ver lo que puede correr con esas patitas tan cortas. Le sigue hasta el
alfeizar y ahí está el cortejo de camellos y destellos completamente parado,
como los copos.
-¿Qué dice tu radar mágico, Sofía?
-Que casi no hay magia. Nunca he sentido
esta casa tan seca.
Sobre
la alfombra, de uno de los libros de cuentos que han quedado abiertos se
suelta, como una hoja en otoño, un hada de las de cucurucho en la cabeza y
varita con estrella en la punta, que ahora, Lady Sophie, ya no sabe si es mágica o no. Revolotea en torno a ellos
extendiendo sus alas de mariposa –el instinto más básico de un felino, después
de rasgar cortinas, es el de cazar mariposas, así podemos imaginar los
esfuerzos de Lady Sophie para no hacerlo- . Por fin se queda aleteando pero
quieta, como un colibrí, y con voz firme pero suave:
-No, Sofia. Te equivocas. Lo que pasa es
que es la Vieja Magia, muy anterior a que tu especie llegara a Europa.
-Siglo II –puntualiza Golfo.
-Sí, pero la Buena Vieja Magia murió o
poco menos cuando talaron nuestros robledales. Así la Maligna Vieja Magia no
tenia rival aunque quedara débil. Hoy algo ha pasado, ha atacado y se ha
encontrado con la Nueva Magia. Se han equilibrado, anulándose la una a la otra.
Tenéis que qué saber que ha pasado y arreglarlo o la vida será sólo química,
sin ilusión por nada ni por nadie. Será sequedad y la certeza de que no vale la
pena vivirla. Sabemos que ha sido aquí por que aquí ve
El
hada como una hoja muerta de otoño cae muerta. Viven poco las hadas y ésta
vuelve a ser un bello dibujo en un
cuento ilustrado.
-Cinderella –lee Golfo.
-Creo que–reconoce, humilde a la fuerza-
esto está fuera de mi alcance.
-Pues algo hay que hacer, mira.
Las
piezas del ajedrez luchan a navajazos en cruento combate. Los gallos de pelea
de porcelana de la Granja se están destrozando, dispuestos a matarse, la
bailarina por fin se ha desmayado sin esperar al galán que la cogiera, aun así
ha caído con mucho estilo, reconoce Lady Sophie, y los bailarines enamorados
han sido decapitados y sus cabezas ruedan a sus pies.
-Céntrate, Sofía. Nosotros los perros
siempre hemos estado más cerca de la magia humana, que ahora no parece servir
de nada, pero los gatos siempre estáis a medio camino de todo. Del sueño, de
las diversas magias, entre la mascota que arrulla y el tigre que asesina, e
incluso cosas más serias. Detesto decirlo pero de los pocos que quedamos con la
cabeza más o menos en su sitio –de reojo ve como la colección de soldaditos de
plomo lucha para sujetar a un guardia real inglés empeñado en arrojarse a las
ascuas –tú eres la única que estás en tu elemento precisamente por qué no
tienes elemento.
-Suena a grosería pero tiene su lógica,
perruna, pero lógica. Déjame ver.
Lady
Sophie sube hasta lo más alto que es una repisa con carísimas reproducciones de
obras clásicas. Un busto de Atenea renegando en griego antiguo algo sobre un
cuervo y un hombre que, parece ser, empinaba demasiado el codo. Las Gracias de
un tal Canova no dejan de decirle cosas muy, pero que muy subidas de tono, al
musculoso David que ya no sabe cómo ni
qué taparse. Las Gracias se interrumpen unas a otras entre chilliditos
picantes, por no pasar a palabras mayores. “A la porra” piensa no muy
elegantemente y de un zarpazo en absoluto delicado las tira de la repisa. Qué
alivio. Una voz que le pone el corazón en la garganta como algún galán de otros
tiempos, profunda y casi perfecta.
-Grazie tante bellísima Lady Sphie –ya,
los italianos como siempre irresistiblemente seductores, como si no supiera
todo el mundo lo suyo.
-Céntrate –oye desde muy abajo a Golfo
que la ve perdida en las formas del David.
No
es fácil, pues el Pensador no deja de susurrar “yunque de platero, tas. Nombre
de mujer de tres letras, Ana o Eva, pongo la A que…” Un runrún que casi
adormece. Cierra los ojos y deja que sea su akásika naturaleza felina y
depredadora quien tome el mando. Algo no va bien –“la presa”, dice el instinto,
“que te calles”, contesta-, algo no está en su sitio y eso altera todo. Lady
Sophie recupera su habitual elegante compostura –todavía con imágenes de los
tiempos en que los felinos gobernaban la tierra y eran venerados como dioses- y
desciende por su medio predilecto: rasgando la cortina de arriba abajo.
-Esto: algo no está en su sitio, vale,
pero ¿qué? –dice Golfo enfurecido con uno de sus saltitos a cuatro patas.
-¿No será asunto humano? Ya sabes que
estos días están todos idos.
-Sí, un poco más idos. Teniendo en
cuenta que ellos nunca ponen nada en su sitio, tiene que ser algo muy, pero que
muy importante –en una lámina el caballo patea a Napoleón cruzando los Alpes
“hasta las crines me tienes” le dice mientras intenta machacarle el cráneo,
desde luego la cosa es grave- y no muy grande, todo lo contrario o se habrían
dado cuenta antes de irse a dormir precisamente esta noche. A veces son muy
listos.
-Pues nadie lo diría..
-Te llevas cada sorpresa con ellos,
sobre todo con sus cachorros ¡Por todos los huesos que no enterré! ¿sabes si
los cachorros, digo, niños, han estado trasteando por aquí cerca?
-No lo sé pues tengo por norma
esconderme lo más lejos posible cuando andan cerca.
-Venga, corre. Tenemos que ir al
pueblecito, es lo que más les gusta toquetear.
Sinuosa
y agazapada, alertada por la ausencia casi absoluta de magia, o la presencia de
otra desconocida que, parece, es muy delicada, avanza como si fuera de caza;
Golfo con sus mini-patas movidas a la velocidad del sonido o poco menos casi le
adelanta esquivando cualquier obstáculo tan hábilmente como ella con otro estilo
menos sofisticado, pero nadie espera que un perro sea sofisticado, salvo los
ingleses, of course. Es ágil el chucho y de un par de brincos se aposta sobre
el respaldo de una butaca.
-No se puede ver.
-¿Qué es lo que no se puede ver?
-Allá, en la esquina del fondo del
pueblecito debe haber un bebé, la figurita de un bebé.
-¿Cómo los que nos pillan la cola con la
cuna?
-Sí, pero sin cuna. Si los cachorros
humanos han estado por aquí puede haber pasado cualquier cosa.
-Sí, son una catástrofe natural.
-A ver, Sofi: es necesario que la
figurita esté ahí, para ellos es muy importante -¿Cómo qué Sofi? Reconoce que
no es el momento pero no piensa tolerar esas confianzas-.Tenemos que ir a
comprobarlo. Se coge el camino de serrín y se llega directamente. No tiene
pérdida.
-¿Pero como? Cumpliendo con mi deber de
gata doméstica, ejem, estuve en medio cuando lo montaron y está todo en el
aire, apenas apoya en un par de sitios. Si no se cae de… milagro –eso suena
especialmente raro en esta atomósfera-. No soportaría el peso de nadie -¿o
sí?-. Vuelvo enseguida.
Corre
hasta la grieta de la Sra. Rat, que está haciendo ganchillo a la puerta para
relajarse y la pone al tanto de la situación. La ratona duda pero cuando ve al
teléfono en animada charla con el picaporte, deja de hacerlo pensando que la
desagradable voz de timbre del teléfono acabará por despertar a sus crías. Se
coloca la cofia victoriana de tradición inmemorial en la familia ratonil y se
lanza como un relámpago blanco y rosa hacia el puesto de vigilancia de Golfo.
-Yo que si aguantará el peso de la Sra.
Rat.
-Perdone Lady Sophie: ¿está usted
chiflada o qué?, ¿Se imagina como quedaría el camino de serrín después? Si los
humanos descubren que vivimos aquí me puedo dar por muerta.
-Con todas las huellas de sus patitas
–concluye Golfo-. No deberían saber que hemos rondado por ahí. Eh, a mí no me
mires: soy un cepillo con patas, no es que dejara huellas, es que me llevo el
camino puesto. Me temo, y bien que lo siento, que tendremos que confiar en ti.
-Pero peso mucho más que vosotros
–razona desoyendo la grosería del chucho.
-Cierto a medias –contesta Golfo- Te he
visto correr por la cuerda del tendedero cuando estaba a punto de romperse. Es
un don gatesco, pasáis de que nos e os pueda mover ni con grúa –tendrá que
preguntarle que es eso de “grúa” pero sigue sin ser el momento- a la ligereza
más elegante –ha dicho “elegante” como si le doliera.
-Las huellas serán más grandes.
-¿Con esas almohadillas? Vamos, vamos
Lady Sophie. ¡Ha pasado entre ms ciento cincuenta hijos sin tocar a ninguno.
-Eso también, eres escurridiza y
sinuosa. Puedes sortear cualquier obstáculo; y no lo digo como elogio. Sólo te
temo en los saltos, ahí sí que puedes dejar huellas.
-Y tirar todo el montaje –remata la Sra.
Rat.
-O eso o, ya lo has oído, vivir sin
magia y sin ilusión. Sofia, no sé si a eso se le podría llamar vivir.
-Bueno, al fin y al cabo corre por mis
venas sangre de guerreros.
-Mas bien de saltimbanquis –reniega
Golfo por lo bajo.
-Casi mejor. ¿No?
–responde, práctica la ratona