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domingo, 4 de febrero de 2018

LADY SOPHIE O NOCHE DE REYES Y 8


            Así se hizo pero cuando Lady Sophie entre mil equilibrios bajó había tres figuras más en el portal: una gata gris, un perro con un lazo rosa y una diminuta y hacendosa ratona con cofia victoriana. Ellos no las vieron y los humanos recordarían que habían estado ahí “de siempre”. Las luces de castillo se fueron apagando y el estruendo de la orgía deja paso a un silencio decepcionado. Algún centinela se reincorpora a su puesto recomponiendo sus togas interiores. La estrella se va tranquilizando y el pueblecito coba su quieta y apacible normalidad ante los ojos de los tres. Lady Sophie se pregunta si los copos de nieve estarían ya cayendo.

-No creo –responde Golfo señalando con el hocico.

            De Lady Sophie se desprende un polvillo dorado formando una nube donde, entre destellos, se van formado imágenes que no terminan de definirse del todo, igual que el cortejo inmovilizado fuera pero más pesadas. Son las esencias de todos los felinos que en el mundo han sido. Hay un momento en que casi se perfilan por completo todos y cada uno. Justo entonces se acercan al pueblecito y se inclinan en respetuosa reverencia. Están todos: el ancestral Dientes de Sable, los leones con su aire de superioridad, los tigres, leopardos, panteras, pumas, jaguares, linces, los divinizados gatos egipcios, los sabios gatos de los magos y las brujas, los duales y enigmáticos gatos japoneses y el arquetipo de Gato: tan majestuoso como el león, tan misterioso como el egipcio, tan desconfiado como el tigre, tan sinuoso como la pantera, tan hogareño como los angora y todo ello en el brillo equívoco de sus ojos. Eso sin contar con especies extintas en tiempos remotos. Toda la felinidad se había concentrado en ella y ahora vuelven a donde quiera que estuvieran antes presentando sus respetos a la figurita del bebé, o eso le parece a ella pero no podría asegurarlo. Cierra la comitiva el gato callejero trotando feliz.

-Lady Shophie –dice la Sra. Rat escondida entre las patas de golfo, aterrada ante tanto felino- sus ojos ya no son rojos.

            Lo que fuera que haya pasado, está acabando. Julieta ha dejado de apuñalar a Romeo y recobraba su compostura. Napoleón vuelve a montar su caballo aunque con cierta expresión de desconfianza, la bailarina se recupera del desmayo sin que nadie le acerque las sales. Hasta las destrozadas Gracias se recomponen y siguen mirando al David con ojos libidinosos y los bailarines rococó, ya con las cabezas en su sitio, vuelven a bailar esa música inaudible. Los puros, ruborizados, se apresuran a cubrir sus vergüenzas y vestirse con sus vitolas y el Pensador deja de hacer crucigramas.

            Vuelven a la ventana y ven que los copos de nieve, por fin, caen y e cortejo avanza despacioso, viéndose sin verse, sólo fugaces colores, brillos. Como siempre salvo que, se acerca la densidad de magia ha desaparecido, ni siquiera el alcanza el nivel cotidiano, sencillamente no hay. Las piezas del ajedrez han vuelto a sus puestos sacudiéndose el polvo de la batalla y las cristalerías se recomponen a toda prisa. Junto a la butaca en cuyo respaldo han asentado sus reales pasan, atravesando los cristales de las ventanas, las tres figuras que varias veces ha entrevisto. La barba blanca, capa púrpura y centelleos de oro en la corona; la barba negra le sigue con gemas en la corona, la capa se pierde en la oscuridad. “Podría ser azul, de un azul muy profundo” piensa Lady Sophie al tiempo que sus bigotes le dicen que toda la magia ya está en su sitio. La última figura es de piel hermosamente oscura, viene sonriendo, como sólo pueden sonreír los jóvenes, y su sonrisa amplia ilumina su imagen –telas flotantes, blancas, doradas, agitadas por los vientos del desierto-. Les mira y sus ojos brillan, cómplices, y su sonrisa aun crece e ilumina las almas. Tan embebidos están contemplando las tres figuras que no se dan cuenta de la cabeza de dromedario que también ha atravesado la ventana.

-Lady Sophie –lo dice con aire cortesano, lo que no debe ser fácil cuando uno se está comiendo un manojo de zanahorias- buenas noches. Buenas noches, Sir Wilfredo, buenas noches Sra. Rat espero que sus pequeñines se encuentren en buen estado de salud.

-Buenas noches, están todos sanos y traviesos –responde la ratona con voz temblorosa.

-Lady Sophie, siempre tan hermosa y elegante –no tiene ni la menor idea de quien es el galante   comedor de zanahorias, le saluda con un femenino y casi cortesano movimiento de cabeza, agradece el cumplido pero no lo considera excesivo, simplemente justo.

-Bienvenido, Alí-Ben Yatal, emir de las arenas y califa de todos los desiertos –hay que ver la palabrería del saco de pulgas, Golfo o Wilfredo, o como morros se llame- Es un placer inesperado y gratísimo charlar con vos, aunque sean cortas siempre nuestras conversaciones. Una noche fría ¿no?

-Más que fría, extraña; aunque hermosa como pocas. También para mí, Sir Wilfredo, estos encuentros anuales un valiosísimo placer.

-Ciertamente los buenos amigos nunca están separados en sus corazones.

-Sabias palabras, como no podía ser menos viniendo de vos, Sire. Veo que hemos de retomar el viaje. Por cierto, Sir Wilfredo, veo que a sus humanos se les ha olvidado el anisete –se aleja con paso aun más majestuoso del que trajo.

-Una imperdonable negligencia, Mi Señor. Discúlpeles, al fin y al cabo son humanos y ya se sabe.

-Sí, ya se sabe –responde el dromedario y su voz suena lejana y difusa.

            Lady Sophie no saldría de sus varios asombros sino sintiera cómo el nivel de magia que ya parecía no haber, si se pudiera medir en algún tipo de unidades, ahora estaría bajo cero. Las tres figuras de las capas aparecen casi completas iluminadas por un resplandor blanco que sale de la casita donde dejaron la figurita del bebé. Pronto comienzan a caminar hacia la ventana diluyéndose de nuevo y según se acerca el nivel de magia desciende aun más y un gato sin magia es como un pez fuera del agua. La figura de los dorados ondulantes, aromas de desierto y sonrisa deslumbrante se les acerca y acaricia la cabeza de Golfo.

-Tú, pequeño, tienes la magia de entender a los humanos, algo casi imposible cuando ni entre ellos lo hacen. Usted, mi querida Sra. Rat –despacio y con sumo cuidado pasa un dedo por su blanco lomo-, tiene la magia de poder hacer imaginar a los humanos universos de todo tipo y aprender de lo que ellos mismos han imaginado. En cambio, Lady Sophie –acaricia ese punto entre la oreja y el cuello, el punto traidor lo llama, por que si se toca no se puede evitar un grato ronroneo- es y sabe. Es, y hubo un tiempo en que los hombres lo sabían, la puerta de los hombres a la Magia grande, la que les permite vivir y ella lo sabe, como lo son y lo saben todos los gatos; por eso ahora mismo está agobiada, no siente las magias ¿Sabe por qué, mi Lady? Por que estamos en la absoluta realidad. Lo demás son ensoñaciones, por eso os necesitan tanto, aunque, como vuestra hazaña de esta noche, no lo sepan nunca, o prefieran no saberlo pues quizás intuyan que les sería imposible vivir en la absoluta realidad. He de seguir mi camino, quedad en paz y alegría.

            Las últimas palabras suenan cuando ya monta su dromedario y el cortejo evanescente se pone en marcha, despacioso y eterno. Apenas deja de vérseles y el árbol, bueno, esa burda imitación, ya canta con sus cascabeles y campanitas, los copos caen y el fuego se aviva.

-¿Wilfredo? –comenta distraída Lady Sophie.

-Wilfredo Norberto Lambert decimoquinto.

-Abulta más el nombre que tú –deja caer la gata, más que nada por chinchar.

-Pues a mí me gusta –añade la Sra. Rat sacando su labor del bolsillo del delantal.

-Hay unos cojines que llenar de pelos y están cerca de la chimenea. ¿Os apetece pasar ahí lo que queda de noche –propone Lady Sophie.

-De acuerdo –responde Golfo/Wilfredo- pero antes habrá que encontrar el paso.

            Si, habrá qué hacerlo, pues toda la habitación esta llena de paquetes, grandes y pequeños envueltos en vistosos papeles y brillantes lazos. Mañana tendrá que hacer el número de colarse por todas partes y demás. Por fin llegan a los famosos cojines y se acomodan en ellos frotándose todo lo posible. Golfo hace lo propio y la Sra.Rat. encuentra una acogedora madriguera entre los cojines.

-Con que Wilfredo ¡eh? ¿Por qué les consienten que te llamen Golfo?

-A la niña de las trenzas le gusta llamarme así.

-Ya voy entendiendo.

-Delicioso lugar MyLady, procuraré dejar todo el pelo posible.

-Muchas gracias, Sir Wilfredo.

-No hay de qué, MyLady

            El silencio de la nevada les arrulla y el sueño les vence casi al instante, acabará cuando los humanos descubran los paquetes, al fin y al cabo no se puede esperar mucho: son humanos.
 

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