Los habituales saben que suelo por estas fechas subir un relato más o menos amargo o dulce (por cierto que menuda pinta tienen los caramelos de la foto) sobre esta celebración artificial pero de creciente prestigio. De hecho tengo casi acabado el relato que tenía previsto subir hoy pero ayer oí algo que me hizo cambiar de idea.
Por una vez voy a actuar como mero trasmisor, una especie de crónica periodística si se me permite. Situación, sábado mañana, día 15 de febrero. Como cada sábado bajo a desayunar mis dos porras y el café al punto de temperatura. En el mostrador, a mi lado un hombre que puede que tuviera mi edad (61) pero es más probable que anduviera por los cincuenta y tantos mal llevados. Todo su pelo, ni una cana pero con arrugas profunda, pequeño (a ver, español de esa edad, uno sesenta y algo) con su café al que añadió su copa de orujo -sin embargo, no estaba (aun) borracho- charlaba con la tabernera (con bastante menos gracia que la del puerto, si se me permite es más bien una bruja de la misma quinta pero esta vez no achuchaba como en otras ocasiones que la he visto encizañar.
Sintetizando que viene siendo gerundio, dicen. El hombre apenas se podía mover y eso que se le veía fibrado y en absoluto enclenque. Decía que no se habría levantado pero que tenía que venir a ver a su padre con 93 años y alzheimer por que el día anterior (y aquí entra el pobre Santo) se lo había pasado repartiendo flores por el barrio X.
-Molido de agujetas estoy. En todo el puto barrio X ni un ascensor, (doy fé, en esa zona los ascensores son ciencia ficción de un futuro muy muy lejano). Y luego cuatro pisos para entregar dos rosas -el prurito profesional le podía un tanto- cuando son esos ramos de veinticuatro (que horror, todavía no hemos aprendido en España que las rosas nunca se regalan en números pares, apostillo) pues vaya, pero cinco pisos para dos rosas. A lo mejor esos matrimonios que están así así creen que con unas flores van a arreglar algo. Hombre yo a mi mujer le regalo flores por que trabajando en la floristería si no me mata pero el amor.. al amor a los diecisiete años, ¿ahora?, ahora solo queda mala hostia.
Ahí queda. No sé si es para reflexionar sobre el asunto o para pensar que qué mal le han sentado las escaleras, San Valentín y el orujo a este nombre.
Hasta aquí la crónica. Ahora la cita, de Sabina que anda el hombre pachuchillo últimamente: "Amor se llama el juego en que dos ciegos juegan a hacerse daño".
Y otra cita más, esta no se de donde pero la he oído siempre "Todo en amor es triste, más triste y todo es lo mejor que existe" (cursi de cojones, lo reconozco)
La pregunta es si sabemos que el amor es "Ansiedad, angustia, desesperación" ¿por que todos corremos tras él y cuando no lo tenemos nos sentimos profundamente vacíos, mutilados por decirlo de alguna manera? Incluso aquellos que tras el desaire de la primera pantera de ojos verdes y boca voluptuosa renunciamos por completo a él y jamás hemos vuelto a perseguirle nos sentimos así, a pesar de los años, de estar entrando en la tercera edad y no estar funcionalmente demasiado apto para ciertos aspectos del amor. A pesar de haber visto grandes amores destruirse mutuamente con saña y seguir sufriendo como perros y amándose como locos, a pesar de ver el desgaste, las heridas, las guerras de poder, las cesiones, las rencillas invencibles; a pesar de todo y aunque nos esforcemos en no desearlo, en no hacer caso a ese vacío, a la añoranza de una mano cogiendo la tuya o de una mirada cómplice, seguimos sintiéndonos carentes de algo.
A mi que me lo expliquen.
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