Siempre me he considerado feminista y no sólo por autodefensa, en mi entorno desde niño si no lo eras te la ganabas, sino por que desde siempre he visto a la mujer como seres humanos fuertes y resistentes, corredoras de fondo en la carrera de vivir; inteligentes y brillantes cuando se las deja brillar y magníficas cuando no se masculinizan copiando lo peor de la condición masculina, que de todo hay en la viña del Señor. Ser todo eso con la carga añadida de la misión biológica que tiene y lo que condiciona su vida (embarazos, periodos, menopausia, que son muy duros para muchas mujeres y que las alteran fisiológicamente) tiene un enorme valor.
Paréntesis gruñón: supongo que el comentario sobre sus
problemas hormonales habrá ofendido a muchos/as/es. Les diré que si se ofenden “francamente
mi querida Escarlata…” pues eso. Me limito a enunciar una realidad que a nadie
resulta grata pues quienes amamos y hemos amado a las mujeres (y no hablo sólo
de pareja) y hemos vivido cerca de ellas sabemos lo mal que lo pasan y como
remontan para dar siempre la talla, algo que habitualmente los machos por
machos y ellas por querer negar la realidad, se obvia.
Por eso, como consecuencia de la pura observación y en
absoluto dispuesto a considerar al hombre como inferior a ellas, he
desarrollado una cierta admiración llegando a creer que tienen ciertas
cualidades y capacidades que nos son negadas a los varones. Iguales con
peculiaridades propias las unas y los otros. Antes de soltar la idea he de decir
que soy partidario de que la actividad deportiva llegue a todos/as sin
excepciones y radicalmente contrario la competición deportiva, los deportes de
élite y todo cuando se relacione con esto. Vivir pendiente de un cuerpo, aunque
sea tuyo o ajeno, exaltar hasta la divinización a un humano por sus cualidades
musculares, perder el tino y el rumbo de tu vida en aras de una competición
cuyos valores, a la hora de la verdad, no existen (drogas, violencia, abusos,
etc y no me venga nadie con que son casos contados, no, son casos “descubiertos”
pues, al final, la moral del deporte de competición se resume en “ganar a
cualquier precio”) Por eso ha sido para mí tan decepcionante que la mujer
española se esté volcando en el más abyecto y podrido de los deportes: el puto
fútbol.
En mi inocencia esperaba y confiaba que ellas no cayeran en
las redes de esa cosa llamada deporte y fútbol por la que la gente pierde el
norte, se mata, lloran o dicen como aquel señor cuando el Atlético de Madrid ganó
el doblete “ya me puedo morir”, y otros, literalmente, se mueren por la excitación
al punto de que las autoridades sanitarias hicieron una campaña en los
informativos cuando la final del mundial 2010 informando de los síntomas del
infarto. Estaba claro que la humanidad está mucho peor de lo que yo creía. Las
salvadoras de la inteligencia (son más lectoras, más consumidoras de cultura y
enormes profesionales donde entren) han caído en el lodazal futbolero y en
lugar de llorar por la oportunidad perdida de salvar los muebles de la inteligencia
social, se las ha convertido en semidiosas, entrando en el juego político comercial,
el pantalleo, las luchas de poder corrupto. ¿Qué si estoy de acuerdo con que se
reconozca el deporte femenino? Desde luego. ¿Qué si el fútbol un deporte? Nanay,
por lo menos el profesional. Las creía muy por encima de eso.
Me retiro a llorar el triste sino que nos espera a los que
no quedamos idiotizados por la evoluciones de un balón cuando se va a duplicar la
importancia de algo que básicamente es un negocio podrido encaminado a
agilipollar a las masas. Panen et cirquenses. Pan y toros. Hasta ahora ellas
eran el último refugio. Lloremos pues y elevemos lamentos dignos de la Ilíada
por ver como ya no nos queda ni ese refugio.
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