Se nos llena a unos y otros la boca con la palabreja.
Libertad. Queremos libertad de expresión, libertad de gestión de las empresas,
despido libre, aborto libre, libertad religiosa. Muchas generaciones han
luchado y muerto para conseguir muy poco a poco las que tenemos. Aunque detesto
hacer referencias a Yankylandia, en el año 1941 el presidente Roossevelt pronunció
el célebre discurso de las Cuatro Libertades, obviamente mediatizado por la
situación que se vivía en el mundo entonces, pero, a pesar del escaso uso de
esas cuatreo libertades ha hecho Yankylandia desde entonces, siguen siendo cuatro
conceptos que deberían ser los pilares de las demás libertades: Libertad de
Expresión, Libertad Religiosa, Libertad de la Miseria (me gusta usar: Libertad
del Hambre), Libertad del Miedo. Desde luego nada que ver con lo que ha
aplicado el Imperio en sus políticas ulteriores tanto dentro como fuera hasta
llegar al actual despotismo sin ilustrar. Así que teniendo en cuenta que sólo
como concepto podemos dar por validas esas cuatro libertades. Casi podría afirmarse
que, con una mirada amplia, en ellas se resumen todas las libertades, mejor
dicho, en ellas están incluidas todas las demás.
Es evidente que una a una esas libertades en el devenir
cotidiano del ciudadano de a pata, el currante que se dice con término bastante
vulgar y desagradable, son, sino eliminadas, sí muy relativizadas. Sin embargo,
lo que hace que esté escribiendo esta entrada que viene a ser un par parler o “por
que de algo hay que hablar” y con su misma trascendencia, no es esa continua
vejación a las libertades a la que insensiblemente nos vamos acostumbrando,
sino una actitud. Concretamente atañe a la libertad de expresión, sin la cual todas
las demás son falsas. No es una actitud de los poderes legales o fácticos sino,
y por ello mucho más grave, de el colectivo de personas que, entre anonadados y
fascinados, asistimos a la mascarada oficial. Por otra parte, ese colectivo
puede ser que diga mucho de por que los fantoches que la representan -y no
estoy hablando de política, no confundamos- hacen lo que hacen y violan sistemáticamente
derechos, libertades y deberes. Simplemente por que pueden. Eso es lo que demuestra
esa actitud en cosas menores. Básicamente pueden parecer -y lo son- tonterías
sin mayor recorrido, pero dicen mucho de la actitud predominante entre la gente,
la canalla, el pueblo, la plebe para los cayetanos, el contribuyente para los
economistas, los primos para el timador y “gentes que danzan o juegan” para el
poeta. Nosotros, en suma, a quienes pocos deben tanto y que tan poco debemos a
ellos.
Tan larga e inútil parrafada viene a colación, que fino me
ha quedado, de dos “fenómenos” que han ocurrido recientemente en esa hidra de
mil cabezas que ha dado en llamarse “redes sociales” y que antes se llamaba
cotilleo de la peor especie, eso sí, agravado por la extensión que alcanzan. El
caso es que una jovencita influencer (sea lo que sea que eso quiera decir) encabeza
(o encabezaba) sus entradas con algo así como “mi novio quiere que le prepare….”.
Roro, creo que se llamaba. Ante tamaño despropósito media humanidad se lanzó a
su cuello por considerarla algo así como agitadora y exaltadora de valores
machistas. Y digo yo, lleno de mala intención como siempre: ¿acaso a una
persona (novia/o, amiga/o, amante o lo que más le ha querido) no puede disfrutar
complaciendo a esa otra persona? Ese punto ya daría para muchas reflexiones,
sin embargo, no es lo peor. Lo peor es que se sea incapaz de respetar la
libertad de alguien que quiere hacerlo, le gusta hacerlo o como imagino es el
caso, lo usa como una cabecera pretexto para introducir lo que ha dado en
llamarse “el contenido”. Otro caso ha sido el de cierta cantante que no ha
condenado la barbarie que está ocurriendo en Gaza. Las redes se le han echado
encima, olvidando que igual que nosotros tenemos derecho a criticar con todos
nuestros escasos medios esa salvajada, los demás tienen el derecho de no
hacerlo. Allá ellos con su conciencia. Y si quien tiene poder para tomar
medidas contra quien condene o no condene quiere tomarlas es asunto suyo, no de
los miles de ciudadanos medios que, indignadísimos como estamos, ni movemos un
dedo ni acudimos a ningún acto crítico. Si todos los que hablan hicieran lo que
estuviera en sus manos, quizás las cosas no fueran así.
En suma, lo que quiero decir es que somos nosotros mismos,
a quienes se están coartando derechos con la idea de lo “Políticamente correcto”
y con la promesa de eliminarlos definitiva y próximamente, quienes damos
ejemplo a los poderes fácticos atacando a quienes se atreven a disentir de lo
que piensa unos grupos activos, que no son la mayoría siempre.
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