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lunes, 25 de agosto de 2025

Reflexiones de un viejo en pelotas 4: Sobre la libertad (ay que me mondo)


 Se dice que con los años se pierde, además del pelo y la timidez, la capacidad de asombro. Una vez más debo ser un bicho raro pues últimamente veo cosas que me dejan “pasmao”. Pero que muy pasmao. Y no es, como cabría esperar dada mi provecta edad y despelotamiento geriátrico, algo que se pueda centrar en “estas generaciones jóvenes” que es lo que se supone que tengo que pensar. No. Es algo que es contradictorio en sí mismo. En cierto sentido es la base misma de la sociedad que tenemos y de la que queremos tener: el concepto de libertad.

Se nos llena a unos y otros la boca con la palabreja. Libertad. Queremos libertad de expresión, libertad de gestión de las empresas, despido libre, aborto libre, libertad religiosa. Muchas generaciones han luchado y muerto para conseguir muy poco a poco las que tenemos. Aunque detesto hacer referencias a Yankylandia, en el año 1941 el presidente Roossevelt pronunció el célebre discurso de las Cuatro Libertades, obviamente mediatizado por la situación que se vivía en el mundo entonces, pero, a pesar del escaso uso de esas cuatreo libertades ha hecho Yankylandia desde entonces, siguen siendo cuatro conceptos que deberían ser los pilares de las demás libertades: Libertad de Expresión, Libertad Religiosa, Libertad de la Miseria (me gusta usar: Libertad del Hambre), Libertad del Miedo. Desde luego nada que ver con lo que ha aplicado el Imperio en sus políticas ulteriores tanto dentro como fuera hasta llegar al actual despotismo sin ilustrar. Así que teniendo en cuenta que sólo como concepto podemos dar por validas esas cuatro libertades. Casi podría afirmarse que, con una mirada amplia, en ellas se resumen todas las libertades, mejor dicho, en ellas están incluidas todas las demás.

Es evidente que una a una esas libertades en el devenir cotidiano del ciudadano de a pata, el currante que se dice con término bastante vulgar y desagradable, son, sino eliminadas, sí muy relativizadas. Sin embargo, lo que hace que esté escribiendo esta entrada que viene a ser un par parler o “por que de algo hay que hablar” y con su misma trascendencia, no es esa continua vejación a las libertades a la que insensiblemente nos vamos acostumbrando, sino una actitud. Concretamente atañe a la libertad de expresión, sin la cual todas las demás son falsas. No es una actitud de los poderes legales o fácticos sino, y por ello mucho más grave, de el colectivo de personas que, entre anonadados y fascinados, asistimos a la mascarada oficial. Por otra parte, ese colectivo puede ser que diga mucho de por que los fantoches que la representan -y no estoy hablando de política, no confundamos- hacen lo que hacen y violan sistemáticamente derechos, libertades y deberes. Simplemente por que pueden. Eso es lo que demuestra esa actitud en cosas menores. Básicamente pueden parecer -y lo son- tonterías sin mayor recorrido, pero dicen mucho de la actitud predominante entre la gente, la canalla, el pueblo, la plebe para los cayetanos, el contribuyente para los economistas, los primos para el timador y “gentes que danzan o juegan” para el poeta. Nosotros, en suma, a quienes pocos deben tanto y que tan poco debemos a ellos.





Obras de Rockwel ilustrando estas cuatro libertades. 

Tan larga e inútil parrafada viene a colación, que fino me ha quedado, de dos “fenómenos” que han ocurrido recientemente en esa hidra de mil cabezas que ha dado en llamarse “redes sociales” y que antes se llamaba cotilleo de la peor especie, eso sí, agravado por la extensión que alcanzan. El caso es que una jovencita influencer (sea lo que sea que eso quiera decir) encabeza (o encabezaba) sus entradas con algo así como “mi novio quiere que le prepare….”. Roro, creo que se llamaba. Ante tamaño despropósito media humanidad se lanzó a su cuello por considerarla algo así como agitadora y exaltadora de valores machistas. Y digo yo, lleno de mala intención como siempre: ¿acaso a una persona (novia/o, amiga/o, amante o lo que más le ha querido) no puede disfrutar complaciendo a esa otra persona? Ese punto ya daría para muchas reflexiones, sin embargo, no es lo peor. Lo peor es que se sea incapaz de respetar la libertad de alguien que quiere hacerlo, le gusta hacerlo o como imagino es el caso, lo usa como una cabecera pretexto para introducir lo que ha dado en llamarse “el contenido”. Otro caso ha sido el de cierta cantante que no ha condenado la barbarie que está ocurriendo en Gaza. Las redes se le han echado encima, olvidando que igual que nosotros tenemos derecho a criticar con todos nuestros escasos medios esa salvajada, los demás tienen el derecho de no hacerlo. Allá ellos con su conciencia. Y si quien tiene poder para tomar medidas contra quien condene o no condene quiere tomarlas es asunto suyo, no de los miles de ciudadanos medios que, indignadísimos como estamos, ni movemos un dedo ni acudimos a ningún acto crítico. Si todos los que hablan hicieran lo que estuviera en sus manos, quizás las cosas no fueran así.

En suma, lo que quiero decir es que somos nosotros mismos, a quienes se están coartando derechos con la idea de lo “Políticamente correcto” y con la promesa de eliminarlos definitiva y próximamente, quienes damos ejemplo a los poderes fácticos atacando a quienes se atreven a disentir de lo que piensa unos grupos activos, que no son la mayoría siempre. 



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