20 de noviembre de 1979/80/: de aquellos polvos….
Corría el soleado mes de noviembre de 1979/1980/1981, no
recuerdo exactamente el año, pero ni antes ni después, de eso estoy seguro. Yo
iba a reunirme con una amiga y su panda de melómanos creciditos a mi primer
concierto en el Real. Nunca he sido especialmente musical y, de serlo, lo sería
de la música popular, de la jota castellana al pop, en castellano porfa, sin
embargo, aquel día me vi comprometido a acudir pues era el cumpleaños de esa
amiga, una escorpión psicótica y anoréxica con la mayor inteligencia y menor
ética que he conocido nunca, pero eso no hace al caso. Además, sus amigos no
eran menos psicóticos que ella, en otras palabras: un panda de melómanos
pedantes y, en síntesis, bastante insufribles. Si, es mala pata tener una amiga
que cumpleaños en semejante fecha y, por si fuera poco, yo tengo dos,
afortunadamente la otra sólo es una especie de polvorín permanentemente al
borde de la explosión (y deseando explotarle en la cara al mundo). Y comento
esto para asegurar que aquel domingo de la semana de semejante fecha no es un
dato que se me pueda pasar por alto, sobre todo teniendo en cuenta que in illo
tempore estaba rodado de hembras escorpiones, peligrosas y ocasionalmente
adorables.
Pues, decía, que había llegado al cogollito de mi Madrid del
alma con tiempo más que sobrado y completamente ajeno a las conmemoraciones de
la fecha que tanto supuso para las dos Españas, por una vez de acuerdo en el
día, aunque no en el sentido. La única vez que hemos sido unitarios fue en la
nochevieja del 85-86 con el célebre sketch de Martes y Trece con Encarna y la
empanadilla. Nunca más ni después ni antes. Y aún faltaban años. El caso es que
bajaba yo por la calle del Arenal cuando de pronto me veo sumergido en una
bandada de camisas azules, yugos y flechas bajando hacía Ópera, lo de Plaza de
Isabel II a los madrileños como que no se nos da, por aquello de que “mejor
metros” que rótulos. Procurando no trabar conversación con nadie, puesto que al
ver mi silla de ruedas se suele dar por sentado que soy de esa cuerda, llegué a
la entrada del teatro. Durante un par de horas me esforcé por ir de fino y
cultureta musical, o, por mejor decir, por no hacer demasiado el ridículo entre
aquella panda. Esfuerzo que anulaba el poco placer que pudiera sentir ante
piezas que, evidentemente, estaban elegidas para quienes entendieran más que yo
de música. La única que recuerdo fue una propina: la Polka Pizzicato de no sé
quién, supongo que de Strauss. Así que, aliviado y deseando reunirme con
quienes había quedado a la salida del concierto me vi en la calle Carlos III y
entré en lo que me pareció una distopia total, aunque eso lo digo ahora,
entonces no sabía qué era una distopia, simplemente me pareció un delirio tan
absurdo como extremadamente peligroso pues me vi sumergido en la manifestación
que continuaba en la Plaza de Oriente (ay dolor) sin posibilidad de salir pues la
policía tenía todas las calles cortadas. El caso es que me tragué todos los discursos
(si es que a aquellas soflamas incendiarias, golpistas y enajenadas se les
puede llamar discursos) dejándome bien claro quienes eran y lo que querían. Sin
embargo, aquellas actitudes, claramente antidemocráticas y cuyo objetivo no era
otro sino incitar a la gente a echarse a la calle con casi moderno “vivan las
caenas” no sólo no eran perseguidas sino claramente protegidas por las autoridades
dándolas su bendición al autorizarlas, unos cuantos meses después dos estudiantes
fueron abatidos en la calle Atocha en una protesta contra la olvidada L.A.U.
Desde
entonces he visto la absoluta impunidad con que esas huestes han campado a sus
anchas con la única misión de acabar con cualquier régimen de libertades sin
que nadie tomara medidas. Mientras en otros países se prohíben y persiguen las
imágenes de los dictadores de su historia, aquí se comercia con ellas a cara
descubierta. Se les ha permitido apropiarse de espacios colectivos que deberían
ser lúdicos para sus propagandas y jamás, jamás, se ha avanzado un paso en el
sentido contrario, es decir, en publicitar adecuadamente lo que esas ideologías
conllevan.
¿De qué
podemos extrañarnos ahora de su auge?, ¿Acaso las autoridades no lo han
alentado con su “dejar hacer, dejar pasar” cobarde? Claro que los lamentos sólo
son de una parte. Los de siempre, disfrazados con la piel de cordero de los
partidos, no hacen sino ver como de la mano de esas fuerzas en auge logran sus sueños
dorados. Si todo eso lo pudo ver un panoli como yo a los 19 años y sin saber
casi nada de historia o de ideología ¿Alguien me puede explicar como los supuestamente
formados líderes no lo vieron?
Sinceramente: no cuela.
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