En diciembre todos nos enfrentamos a cosas, ausencias, presencias, estorbos, carencias. El caso es que nada para levantar sentimientos deseados o no como las cosas, el pequeño y a menudo despreciado mundo de las cosas. Objetos que en un momento u otro de nuestra vida supusieron algo importante, que nos traen buenos o malos recuerdos, a veces ni lo uno ni lo otro sino la evocación de un aroma de aquellos tiempos en que llegaron a nosotros y compartieron nuestra vida cotidiana, nuestro día a día, en un rincón, en una carpeta o en un armario. No se sabe como un día desaparecen de ese fluir de las horas. Una mudanza, una limpieza general, un cambio de mobiliario, una reorganización de papeles y se diluyen, a menudo acaban en el cubo de la basura, la vida necesita espacio para renovarse, pero siempre dejan una huella, una estela no tan fugaz como quizás quisieramos. En mi caso tengo ciertos agravantes como el hecho de ser coleccionista compulsivo: dadme un objeto del cual haya más de dos modelos y ya me planteo hacer una colección; junto a esta cuasi enfermedad que podríamos llamar el Síndrome del Museo Universal padezco un incontenible barroquismo exuberante por lo que mis colecciones suelen crecer deprisa y un tanto indiscriminadamente hasta que de repente he de elegir entre comprarme un palacio tipo Xanadú o deshacerme de la colección en cuestión. Como no me llega el monetario para alegrías propias de Ciudadano Kane y mis colecciones suelen ser de objetos humildes no hay más que una opción y deshago la tan querida colección, eso sí, me quedo con la estela, lo más querido de cada colección. Unos cuantos ejemplos de cada cosa, así que actualmente soy un coleccionista de selecciones de colecciones. Nadie ha dicho que yo esté en mis cabales.
El caso es que el otro día saqué de armarios y altillos, de sótanos y trasteros, de desvanes y cajones los aproximadamente dos mil objetos que uso para decorar mi casa en Navidad (barroquismo exuberante también en este tema) y al remover todo apareció una caja que conservaba restos de una de las colecciones que hacía a principios de los años ... 70. Postales, pero no postales cualquiera, eran postales con personajes dibujados, algunos con poemitas picarones para la época (o sea: tontos) pero siempre con un encanto que no sé a qué se debía. Este tipo de postales han ido desapareciendo y no es que lo lamente, no, eran propias de un tiempo en que la gente escribía más y decía más cosas en una postal con la imagen y el poco texto que cabía en su dorso que hoy decimos en 1000 mensajes de móvil o e-mail, más tampoco es mejor, que conste. En cierto sentido hacían lo que los SPP que te acaban arrancando una sonrisa a través del dibujo. Bueno, tenía su mérito para el dibujante, no creamos que no. El caso es que he conservado durante casi cuarenta años una serie de postales que recogen la moda de la época de una manera peculiar, alguno de los usos (¿os acordáis de la mili obligatoria?) y hasta una forma de ver el mundo que hoy resultaría políticamente incorrecta pero que entonces era hasta progre.
Lo malo de reencotrar estas cosas es el efecto demoledor que tienen en el alma de uno, la demostración palpable de que han pasado un montón de años y el recuerdo de los sueños y proyectos que al recibirlas o comprarlas tenías en tu mente y la confirmación de que ninguno de esos sueños, ninguno de esos proyectos, ninguna de esas aspiraciones se han confirmado y ya pasó su tiempo. A algunas de esas postales se les pasó su tiempo pocas semanas después de enviadas, me las envió una amiga algo mayor que yo, una muchacha preciosa, que murió a los dieciséis años en una tonta operación sin riesgo alguno. Por eso la nostalgia es un arma de destrucción masiva, por eso mejor que las grandes potencias no descubran como concentrarla y bombardear con ella, por que nadie sobreviviría a semejante ataque.
Es más que probable que no os interesen estas imágenes pero me ha parecido una buena idea compartirlas como quien comparte un recuerdo querido o un hallazgo arqueológico.
Jeje, cuántas décadas sin ver estas postales, eran tan "propias". Lógicamente, a ojos de hoy se ven bastante rancias y desfasadas, pero qué pensarán los niños o adolescentes de hoy cuando en 30 años vean los posters de Hannah Montana o cualquier cosa parecida.
ResponderEliminarDos mil objetos decorativos para Navidad. Me ha dado un escalofrío :-)
Estupenda entrada. Un besote!
Hacía siglo que no veía estos dibujos, es curioso como ciertas cosas, a las que en principio no das valor, con el tiempo acaban siendo entrañable.
ResponderEliminarTheodore: me imagino que los críos pensarán más o menos lo mismo que ahora piensan de nosotros o nosotros pensábamos de las generaciones anteriores: que que mal gusto y que cursilada (en los casos actuales con razón)
ResponderEliminarSí, 2000: voy a descubrir un secreto: soy el espíritu de la Navidad Presente. Jejejeje
Pe-jota: eso es lo terrible que tenemos hoy tesoros en nuestras manos que no apreciamos, como los tuvimos entonces.
Besos a los dos