Cuando hace poco reordené mi armario encontré algo muy especial, tanto que he tardado un tiempo en digerirlo y en poder compartirlo. En el viaje a los tiempos pasados y llenos de fantasmas que es siempre abrir un armario o un cajón a veces uno se tropieza con un primer paso, con el principio de un camino que no debió tomar o que no tuvo más remedio que tomar, el primer movimiento de la sinfonía de un fracaso o el primer compás de una vida. Es el momento en que, sin saberlo, tu vida cambió de rumbo y tomó justo aquel que no debía, aquel que te llevó al naufragio personal o aquel que te abrió las puertas de algo grande. A veces no es exactamente ese instante lo que aparece sino los signos inequívocos de que te precipitas a él como quien se desliza ladera abajo hacia un pozo sin fondo.
La imagen que inicia esta entrada es la portada del libro en el que aprendí a leer, más o menos, ya sabéis “mi mamá me mima mucho” cuanto te soltaba cada bofetada que te borraba la cara al menor desliz, o “Pepe fuma en pipa”, cuando no habías visto una pipa en tu vida, o “mamá amasa la masa” cuando no tenía tiempo para reposterias ni masas, bastante con hacer una comida decente como para andarse con gollerías. En fin, esas cosillas que todos hemos tenido que decir y leer en nuestros primeros libros que se convierten así en la primera escuela de hipocresía de, por lo menos, mi generación. Encontrarlo, cuando ya lo creía perdido, fue un revolcón emocional, sobre todo cuando recuerdas en qué momento llegó a ti y las caras, las luces, los gestos de quienes te rodeaban. Yo confieso que lo miré con recelo pensando que la que se me venía encima no me apetecía nada. Tan a gusto que estaba yo.
La segunda me demostró que ya desde muy jovencito, unos doce o trece años mi camino me empujaba, violentamente a tierras orientales, a geishas y dramones tremendos. Ya conocía Madame Butterfly (no me digáis que no era un bicho raro para ser alguien en cuya casa no había tocadiscos y no oía más música que la de la radio en AM) y, claro, la pareja natural de una cuasi geisha sólo podía ser un marino. En realidad, la vena oriental ya se me veía venir desde unos años antes, siete u ocho cuando llegó a mis manos una baraja que hace poco se ha vuelto a reeditar “Familias de siete países” a saber: Tirolesa, India, Esquimal, Bantú, Arabe, Mexicana y, naturalmente, China. Jamás presté atención a las otras familias, jugaba para reunir la familia china y, claro, perdía siempre. Lo cierto es que siempre he perdido en todos los juegos, tanto de habilidad como de suerte. Quien nace patoso… y que nadie me diga aquello de “Desgraciado en el juego, afortunado en amores” que le sacudo virtualmente hablando. En fin, volviendo a lo nuestro, resulta inquietante ver como desde un principio tu destino te va dando pistas de tu vida, como desde la más tierna infancia (o la más perversa infancia pues hay que reconocer que hay niños muy cabroncetes, entre ellos: yo) hay presencias, preferencias claras. Es inquietante ver como una simple postal, que vaya usted a saber quien me regaló, y un viejo libro mal conservado (yo, que cuando acabo de leer un libro parece que ni se ha abierto) te pueden revolcar en un magma de sentimientos y desconciertos, de añoranzas y pesadumbres por un paraíso perdido que debió ser pero que ni en mis mejores recuerdos lo fue. Añorar una infancia que pudo haber sido y no fue, una geisha que pudo haber sido y no fue, una partida que se pudo ganar y… se perdió.
Lo peor es que aun tengo muchos armarios que reordenar.
La imagen que inicia esta entrada es la portada del libro en el que aprendí a leer, más o menos, ya sabéis “mi mamá me mima mucho” cuanto te soltaba cada bofetada que te borraba la cara al menor desliz, o “Pepe fuma en pipa”, cuando no habías visto una pipa en tu vida, o “mamá amasa la masa” cuando no tenía tiempo para reposterias ni masas, bastante con hacer una comida decente como para andarse con gollerías. En fin, esas cosillas que todos hemos tenido que decir y leer en nuestros primeros libros que se convierten así en la primera escuela de hipocresía de, por lo menos, mi generación. Encontrarlo, cuando ya lo creía perdido, fue un revolcón emocional, sobre todo cuando recuerdas en qué momento llegó a ti y las caras, las luces, los gestos de quienes te rodeaban. Yo confieso que lo miré con recelo pensando que la que se me venía encima no me apetecía nada. Tan a gusto que estaba yo.
La segunda me demostró que ya desde muy jovencito, unos doce o trece años mi camino me empujaba, violentamente a tierras orientales, a geishas y dramones tremendos. Ya conocía Madame Butterfly (no me digáis que no era un bicho raro para ser alguien en cuya casa no había tocadiscos y no oía más música que la de la radio en AM) y, claro, la pareja natural de una cuasi geisha sólo podía ser un marino. En realidad, la vena oriental ya se me veía venir desde unos años antes, siete u ocho cuando llegó a mis manos una baraja que hace poco se ha vuelto a reeditar “Familias de siete países” a saber: Tirolesa, India, Esquimal, Bantú, Arabe, Mexicana y, naturalmente, China. Jamás presté atención a las otras familias, jugaba para reunir la familia china y, claro, perdía siempre. Lo cierto es que siempre he perdido en todos los juegos, tanto de habilidad como de suerte. Quien nace patoso… y que nadie me diga aquello de “Desgraciado en el juego, afortunado en amores” que le sacudo virtualmente hablando. En fin, volviendo a lo nuestro, resulta inquietante ver como desde un principio tu destino te va dando pistas de tu vida, como desde la más tierna infancia (o la más perversa infancia pues hay que reconocer que hay niños muy cabroncetes, entre ellos: yo) hay presencias, preferencias claras. Es inquietante ver como una simple postal, que vaya usted a saber quien me regaló, y un viejo libro mal conservado (yo, que cuando acabo de leer un libro parece que ni se ha abierto) te pueden revolcar en un magma de sentimientos y desconciertos, de añoranzas y pesadumbres por un paraíso perdido que debió ser pero que ni en mis mejores recuerdos lo fue. Añorar una infancia que pudo haber sido y no fue, una geisha que pudo haber sido y no fue, una partida que se pudo ganar y… se perdió.
Lo peor es que aun tengo muchos armarios que reordenar.
jaj por dios, cari... yo creo que mejor que le pongas a ese armario siete llaves. Bastante tiene uno con reorganizar de vez en cuando los cajones del cerebro... que tb. conviene vaciar de vez en cuando. Es una medida higiénica. Aunque reconozcamos que estos hallazgos son muy literarios, y que te han servido para hacer estos post tan emotivamente "recordatrices" jaja y como dice Feliciano Teixeiro, ese tuberculoso, "lo que no te mata, te inspira".
ResponderEliminar¿la baraja de las familias? Seguro que ahora esas familias para reunirse se toparían con un agente de inmigración o una muralla de separación entre algunos de sus miembros. Parece que en eso no hemos avanzado mucho mas que tu memoria.
Bezos
A veces me siento un poco marciano. Fui un niño feliz. En mi casa había carencias, como en muchas y mi padre era el rey de los homófobos pero yo fuí un niño feliz. Recuerdo mi infancia con ternura y sin ningun dolor. Hasta mis penas y decepciones (entonces grandes, hoy sin importancia)me arrancan una sonrisa. Mi hermano 5 años mayor que yo os contaría esta misma realidad como un drama galdosiano.
ResponderEliminarCuando un día encontré mis cuadernos de clase con mis dibujos ilustrando los textos y mis láminas de mapas de los 5 continentes me dió una enorme alegría. Ese año los convertí en Christmas que regalé a mis amigos.
Soy un basurillas impenitente y hace unos días recuperé de un contenedor los cuadernos de una niña de los años cuarenta de los que pienso publicar algo en mi blog. Yo me la imaginaba con pecas y un enorme lazo rosa en la cabezota. Ya no sé.
De cualquier forma, como ves, me has dado mucho que pensar. Gracias.
Un abrazo.
Pues lamentando que estos ordenamientos armariles te traigan a veces malos recuerdos o desagradables sensaciones, yo no puedo más que pedirte que sigas, que sigas ordenando hasta el cajón más recóndito, que está visto que te ahorman el camino para hacer posts tan buenos. Iba a decir "y tan bien escritos"....pero eso lo están todos :-)
ResponderEliminarMi familia favorita era la Bantú.
Besotes.
Hummm, qué bien escribes... Bueno, yo he recordado eso que ya habré contado en otros lados pero intentaré hacer el artificio de la primera vez jjajajaj... Es que me lo ha recordado. Es un poema autobiográfico de la Fuertes; decía que vivía en el barrio de Lavapiés y que su primer dolor fueron dos ventanas falsas, pintadas en la fachada de su casa... porque luego ella acariciaba las paredes donde se suponía que estaban las ventanas; donde había una vida, que se veía de fuera, y no existía... supongo que cuando crecemos y miramos atrás... hummmmm
ResponderEliminarYo una vez, allá por los diecisiete, dieciocho, no sé; me dio por ordenar cronológicamente las fotos de la familia;meterlas en unos alllbumssss enorme; y nunca terminé ni dije por qué ni nadie me preguntó. Para empezar el cambio; de un chico guapo y delgado y una chica presumida posando en mil lados; a quienes eran mis padres.. y luego yo con tres años.... no sé...
También está eso otro; yo creo que las películas están para huír de nosotros; huír para encontrarnos...
Decía:
- ¿Estás sola?
- Con mis pensamientos; pero no son buena compañía.
besos de buenas noches
Mira que te he leido veces y no he dicho en estos años nada. Creo que ahora que me muero por dentro y por fuera es necesario el reconocerte Afrodito, por mucho que te las des de Minervito
ResponderEliminarque eres bueno perrete al escirbir. Continua así.
Thiago: en parte tienes razón, no debería regodearme ordenando armarios que por otra parte es ejercicio necesario precisamente para lo que tu dices de reordenar el cerebro, pero no es menos cierto que la vida es, al fin y al cabo, una suma de recuerdos. Es precisamente eso lo literario: la vida (con un poco de mala leche, mejor)
ResponderEliminarUno: yo me recuerdo como un niño feliz, bofetones aparte, lo doloroso es como se fue truncando lo que era debería haber sido hermoso. Me gusta el término "basurillas", yo también, a veces hay toda una novela en una simple portada de un libro, un cajón abandonado o un cuaderno. Quizás ahora la chica sea una alta ejecutiva feliz o una cooperante, esa es la magia de los retazos que vamos todos dejando atrás.
AntWaters: yo también fuí el encargado de organizar los miles de fotos familiares que aparecían por todas partes pero para mí esas fotos suponen la cadena a la que se pertenece, cadena en el mejor sentido, sin los otros eslabones somos poco o nada. Las películas/novelas, creación en general debería valer para dar luz sobre lo que somos y vernos tal cual a otra luz.
Moroi: desconcertado me has dejado. Sigue escribiendo por aquí si te gusta y si no, también.
Gracias a todos por leerme y por los elogios a mi forma de escribir
Un abrazo
Esa baraja también la tuve yo !!!!!, jajajajajaja
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