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domingo, 14 de noviembre de 2010

Noviembre gris en Madrid


Hay días en el otoño madrileño, hay tardes por mejor decir, en que la luz es gris, hasta hacer desaparecer las sombras, pero no llega a ser la luz preñada de lluvia. Hay tardes en el otoño madrileño en que el frío aún no ha llegado pero ya la buena temperatura es un recuerdo. Tardes grises, agradables, para un largo y despacioso paseo, en las que el tiempo parece detenerse y sólo te das cuenta de que no es así cuando notas el primer frío de la noche. Es el momento de un té o un chocolate muy calentito junto a un amigo, una compañera de vida, un o una amante o simplemente un conocido viendo morir la tarde, quizás la última en que el viento serrano no parezca querer arrancarte la carne. El gris de la luz tiñe todos los colores hasta que dejan de serlo y pasan a ser un estado de ánimo. Sin luz, sin sombras, sin frío, sin calor, sin pasión y sin tristeza. Gris, puro gris, como era, y quizás siga siendo aunque rondará los noventa, Don Enrique.

Esas tardes otoñales Don Enrique que casi se difuminaba en el gris tras salir del colegio privado que apenas le pagaba, al fin y al cabo de eso vive la enseñanza privada, subía mi calle. Por la acera de los impares. Siempre. Tenía el cabello casi blanco a pesar de tener aun lejos los cincuenta. La palabra perfecta, los modales perfectos, la dicción perfecta, la cortesía más exquisita. Un caballero de los de antes de la guerra que se decía entonces. Todos sabemos cual fue la guerra que acabó con aquellos caballeros. Lo era, y era, además, el maestro perfecto, que acababa por hacerte amar aquello que te enseñaba, aunque he de reconocer que con él y a pesar de sus encomiables esfuerzos no logró que sintiera entonces y ahora por el Latín sino el odio más profundo que imaginar quepa. “Galia es divisa in partis tres” poz mire que bien Sr. César, D. Julio. A pesar de lo cual sacó examinándome por libre en uno de los temibles institutos de la época dos notables Notables e incluso en la tan inútil como bella carrera un tercero. Sí, Don Enrique fue su maestro de primero a C.O.U. En otras palabras: fue su obra. O debío serlo.

Don Enrique era soltero y vivía con su hermana, su cuñado y su sobrina. La sobrina era una niña gorda, marisabidilla y empollona. El cuñado era camionero y sensible tan sólo a los posters habituales de cabinas de camiones y talleres mecánicos. La hermana, abundante delantera, peinado tipo chichonera y con el don divino de estar siempre en posesión de la verdad incontestable y el otro don más humano de no encontrar en su vida quien la hiciera frente. Seguramente por instinto de conservación. Leía el Hola, el Lecturas, el Pronto, el Garbo, el Ama. Don Enrique leía a Chejov, Maupassant, Poe, Galdós, Clarín, Shakespeare, Mann apiñados en la breve estantería de su alcoba de donde tenían que ir saliendo para dejar paso a otros por falta de espacio. Quizás hubiera podido encajar un mueble más grande o hablar con su hermana para que los de mejor pinta ocuparan un rinconcito en el mueble del comedor pero Don Enrique tenía miedo.

No, no tenía miedo de una maruja de los setenta, no, Don Enrique tenía miedo. Vivía de su propio miedo, se alimentaba de él y lo alimentaba con mimo, con delectación diría yo. Recuerda sus clases, como si las estuviera oyendo. Sus clases de ciencias especialmente las guarda en su memoria, explicara lo que explicara siempre acababa hablando de una enfermedad terrible: disentería amebiana, beri-beri, quistes hidatídicos, siempre mortales, tisis, tenias. Aprendío ciencias, desde luego, pero no veáis la de enfermedades que conocía como si fueran de la familia, además de las suyas por las que no iba al colegio y le daba él las clases. Ah, enfermedades. Las necesitaba Don Enrique, le obligaban a hacer y a no hacer cosas, comer o no comer otras cosas.

Don Enrique era culto, era sabio, era bueno pero, o precisamente por, había aprendido algo que pocos hombres logran. Cierto que nadie sabe cuantos años le costó ni si tuvo muchos o pocos suspensos, tampoco tuvo nunca diploma que lo acreditara, por lo menos de papel. Por que el gran aprendizaje de Don Enrique era haber aprendido a no amar.

Tuvo que aprender a no amar por que Don Enrique vivía de su propio miedo, por eso cada clase de ciencias era la explicación de una enfermedad y cada clase de historia el recuerdo de un desastre que no pronunciaba. El miedo le enseñó a no establecer vínculos, a no permitirse deseos, a diluirse en el gris de las tardes de noviembre sin alegría, sin más que el miedo a ser sorprendido por una tenia o por tener que tomar una decisión. Elegir era vivir y vivir podía ser aspirar a algo, soñar con algo, querer a alguien, a algo. Por eso sus ídolos eran hombres como Franco, Hassan II o Idi Amin Dada, gentes que decidían por ellos mismos y por los demás. Acababan con el miedo a equivocarse de una vez por todas. Por eso nunca cruzó la calle tras seis años formando a un jovencito, por eso nunca marcó su número de teléfono para saber de él ni se puso al teléfono cuando le llamaba o respondió a una felicitación navideña. Lo peor es que hubiera sido su orgullo, su obra. Hizo la carrera que él no se atrevió a hacer, escribió y opinó lo que él nunca se hubiera atrevido a escribir y opinar; Licenciatura, Tesina, Tesis, aplausos, conferencias, pequeños premios literarios. Nada importante, tan sólo fugaces orgullos personales que hubieran sido suyos pues fue siempre muy consciente de que sin él no estaría haciendo nada de eso, ni nada de cuanto ha publicado. Pero no hubo ningún de Gaulle que decidiera por él y prefirió difuminarse con su chaqueta ajada y gris, con su cartera cuarteada, con su pelo blanco en las tardes grises de cualquier noviembre subiendo mi calle, pasando frente a su puerta, evitándole cuando desde la esquina le veía al volver de la facultad.

11 comentarios:

  1. Este texto es impecable, la historia que contás te desmorona. Trazaste tan bien el perfil psicológigo del personaje, ataste todos los cabos sueltos de Don Enrique que no sabés si sentir pena por él, o miedo... Quedé maravillado con este relato. Felicitaciones!

    BESOTES QUERIDO Y TALENTOSO AMIGO! Y BUEN DOMINGO!

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  2. No es por oportunismo, pero tu post me recordó vagamente la España que tan bien retrataba el desaparecido ayer Berlanga.

    Una relación pigmalioniana, pero llena de complejos. Hoy, además, en Madrid se han "liberado" miles de libros gratuitamente distribuidos por toda la ciudad. tal vez esa hubiera sido una solución para la acumulación de libros de don Enrique.

    Evidentemente, supongo que es un homenaje a alguno de tus profesores, o ¿es mucho suponer?


    Bezos.

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  3. Stan: me abrumas absolutamente. Desde luego tienes una virtud de las que más envidio, el entusiasmo y me halaga lograrlo con estos pequeños textos. Muchas gracias.
    Thiago: no, Don Enrique no tenía nada que ver con Berlanga, más bien, si quieres ponerle pelicula con Buñuel y "El ángel exterminador"
    No creo que Don Enrique hubiera tomado la decisión de liberar libros, le habría dado miedo salir con tanto jaleo. No es un homenaje a uno de mis profesores: es una queja de Mi Profesor, a quien he tenido que empezar a hacerme viejo para medio entender.

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  4. Pues te ha quedado una queja esplendorosa. Te manejas tan bien en estos retratos pricológicos con toque costumbrista... Y me llama poderosamente la atención esa manera tan suavemente contundente de no-cerrar tus historias. Qué bueno eres, de verdad.

    Un abrazo.

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  5. Esplendido relato, quisiera poder expresarme como tú lo haces. Es fácil dar forma, color i cara a tus palabras, lo mío es más visual.
    La tarde, aquí, ha sido calurosa i azul , un magnifico día otoñal típicamente mediterráneo. Igual mañana la tramontana acaba de arrancar las hojas que precariamente se mantienen en los arboles y pude ser que por la noche el frio aire del Pirineo se cuele y nos haga castañear los dientes.
    Un saludo, hoy como tú, también hablo de Madrid.

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  6. Solo por saber que alguien aprecia y disfruta una entrada en mi blog tiene sentido seguir adelante.
    Un sincero abrazo.

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  7. Por abundar en el tema cinematográfico, yo lo veo en la línea de "La tia Tula".
    Estupenda historia y como siempre lo mejor, para mi, es el clima que sabes crear.
    Un abrazo

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  8. Como dicen Uno y Theo, el relato está lleno de mucha sabiduría narrativa, ese inicio descriptivo que es como el semblante del personaje que después se nos va a exponer y ese final abierto que nos dice que el personaje no cambiará por nada del mundo.
    Y el tono, abrumador, opresivo, muy bien logrado.

    Yo chocolate no voy a tomar pero un buen descafeinado sí, que por aquí sierra que nos sople no hay pero igualmente hace un frío de ese que desploma a los grajos del cielo.

    Un abrazo y enhorabuena por esta maravilla de relato.

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  9. Me alegro que te hayan gustado las fotos!

    BESOTES GUAPO!

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  10. Theo: que me diga esas cosas un maestro de la sugerencia... A menudo me reprochan, aunque en tu caso es un elogio, que no acabo las historias. Me pregunto si alguna historia acaba. Me temo, por otra parte que el costumbrismo pesa en mí como una losa.
    Xabier: tu blog es de los mejores y más sorprendentes que he visto, y no te hacen falta mas palabras para decir lo que quieres. Además lo que hiciste con la entrada de Madrid de verdad fue conmovedor. Por otro lado yo pretendo contar historias, tu mostrar vida. Es evidente que estás un escalón por encima al atreverte con lo real.
    Uno: digna de ser considerada la referencia a la tia Tula, lo peor de esto es que no creo los climas, tal y como yo los he vivido eran y son así.
    Argax: muchas gracias, creo que lo has dicho todo, eso sí con una visión muy halagadora.
    Stan: por favor si con esos jacos cortijeros y esas señoras tan eburneas y de prietas carnes no hubiera gustado era pa pensar que estoy pallá (aquí se usa el termino para alguien que no está bien de la cabeza)
    Muchas gracias por leerme y muy especialmente este relato que creo ha calado mucho más de lo que yo esperaba. Es lo que tiene desnudarse de verdad, que al final se nota.
    Un abrazo

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  11. Demoledor, pero fiel reflejo de mucha más gente de la que creemos, tal vez nos guste pensar que sólo es algo perteneciente al pasado, pero nada más alejado de la realidad.

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