Es un retrato de Rodrigo de Villandrando, de hacia 1619-1620. Decir que era un pintor secundario en el panorama español de la época sería injusto, fue el antecesor directo de Velázquez en algunos de los cargos palaciegos, luego no era tan secundario. Lo que ocurre es que en el siglo XVII español, en pintura, la primera línea de autores es de tal calibre que coloca como secundarios a casi todos los pintores del mundo de todos los tiempos. Prescindamos de la pasión que la pintura del XVII española despierte o no despierte, y de que este autor –desde luego muy poco conocido- tenga encima un enorme peso del retrato cortesano del siglo anterior en sus pinceles, incluso que la futura reina de España no fuera, como buena Borbón, una belleza deslumbradora. Prescindamos de cuanto sabemos o ignoramos, perdamos la mirada en esa mano, rodeada de encajes y adornos, cargada de joyas. Perdamos la mirada en la belleza del detalle, tratado con dureza pictórica, y en la belleza de la mano, donde el dibujo y el pincel se suaviza, casi como besando, respetuoso y tierno, la piel sonrosada, juvenil.
Descansemos un momento de lo que nos rodea por fuera y de lo que nos ataca por dentro en la contemplación de un detalle, un simple detalle de un retrato de hace casi cuatrocientos años.
Me topé con esta imagen de casualidad y me fijé por que tengo una buena amiga interesada en encajes varios, luego quedé atrapado sin ganas de salir del laberinto de líneas, bordados, encajes y en la ruptura que supone la mano, centro de la imagen y con un papel también cercano al centro en el retrato de cuerpo entero de la dama. En realidad, debería bastar este detalle para que el pintor fuera mucho más conocido pero la avalancha de prodigios de este siglo se lo llevó por delante como a tantos otros.
Unos minutos de paz, simplemente mirándolo.
Efectivamente, aunque solo fuera por esa maravilla de fragmento de su obra merecería ser famoso. Quizá no debió dedicarse al retrato sino a planos mas cercanos. A veces los artistas necesitan otra mirada que les dirija. Qué pena que tu nacieras tan tarde.
ResponderEliminarUn abrazo
Más bien creo que el problema era la forma de entender el retrato por el poder, no la mirada. Pocos años después cambiaría todo radicalmente y para siempre cuando D. Diego puso el cielo en sus pinceles y llevó la pintura a cotas donde nadie ha llegado sin su ayuda.
EliminarMe desconcierta tu última afirmación. Es cierto que llevo mucho tiempo pensando que no soy de mi tiempo, que soy más bien un caballero decimonónico de los de levita y tal. Pero me sorprende -y me halaga, que narices-, que me lo digas precisamente ante esta entrada. Gracias.
Quería decir que tu podías haber sido esa otra mirada que dirigiera el trabajo del pintor. Igual que hoy te has fijado en el detalle. Si, te veo de marchante (o mejor de mecenas) del XVII.
EliminarFavor que me haces. Nunca había contemplado esa idea. Un abrazo
EliminarA pantalla completa se ve de maravilla. Es asombroso el cuidado en la representación de los detalles, la transparencia de los encajes, y parecen verse hasta los hilos de los bordados. Todo un placer para los sentidos, emociona. Se nota el amor con que está hecho, y eso se transmite, incluso después de tantos siglos. Verdaderamente sublime. Un fuerte abrazo, Joaquín.
ResponderEliminarSí, es así, pero lo que me parece más sublime es el contraste de la ternura con que está trazada y pintada la mano. Se le exigiría rigor en la riqueza del vestido pero la carne muestra otro talante.
EliminarGracias.