Anteayer sonó el teléfono.
No es habitual a las siete de la tarde en su casa que suene el teléfono.
Es más en su casa casi nunca suena el teléfono.
No es cierto, no hay día que no suene para venderle algo de alguna compañía de telecomunicación.
Les cuelga.
Anteayer sonó el teléfono.
A las siete de la tarde.
No era para venderle nada.
O quizás sí.
Era un fantasma.
No en el sentido estricto, por supuesto.
Era peor.
Era un fantasma del pasado.
Alguien con quien la vida se empeñó en cruzarle a los tres y a los diecisiete años.
Hace treinta y siete años.
Está harto del pasado.
Ya puestos, también del presente.
En él ambos son casi iguales.
El hombre sin tiempo vive en el pasado.
Quizás nunca tuvo presente.
Siempre pensaba en el futuro y en el pasado.
Siempre actuaba para el futuro partiendo del pasado.
Siempre aplazaba el presente.
El placer.
Nunca vivió el presente.
Está harto del pasado
Y, sin embargo.
Anteayer sonó su teléfono a las siete de la tarde.
Marcaba un fantasma del pasado.
La educación, esa que le dieron en el pasado, le impidió cortar.
Se ha cruzado en su vida con personas a las que le gustaría volver a ver pero a las que ha perdido la pista.
Otras, la mayoría, han hecho lo posible por que así fuera.
Sólo con unas pocas, dos o tres, ha querido él que así fuera.
Entre ellas, el fantasma.
Y, sin embargo.
Sin embargo, hoy se ha encontrado comprobando tres veces el correo por si le ha escrito.
Sin embargo, hoy hace balance de lo que supuso el fantasma en su vida.
Rechazo, burlas, en la peor época de su vida.
Y, sin embargo.
Los diecisiete años son, fueron para él, una edad siniestra.
Los diecisiete años, 1976, no quisiera volver a vivirlos.
Enfermedad, dolor, quirófanos, despertares oscuros de un cuerpo tardío.
Y, sin embargo.
Sin embargo, no fue capaz anteayer al descolgar el teléfono de abreviar la conversación ni de zanjarla.
Él, que va de tan radical en sus relaciones.
Su teléfono no suena nunca.
Y menos los fines de semana.
Enfermedad, dolor, humillación, rechazo, abandono.
En una adolescencia tardía, vejada por su propio retraso.
Y, sin embargo.
Escuchó del fantasma el resumen de una vida.
Él le dio un parte médico.
Le dio un parte médico.
Riguroso, preciso, quirúrgico.
A eso ha resumido su vida en los últimos 37 años.
Una sucesión de muertes ajenas y enfermedades propias.
El fantasma alardeaba de sus buenas inversiones.
El fantasma alardeaba de su historia de amor.
El fantasma, como entonces, derramaba testosterona insultante a través del teléfono.
Y, sin embargo.
Le resumió su vida en lo que podían haber sido dos folios.
Uno: expediente académico.
Dos: historial clínico.
¿A eso resume él su vida?
El teléfono no suena nunca en su casa.
El timbre de la puerta suena por equivocación.
Son tan escasas las ocasiones en que no es así, que se sobresalta cuando ocurre.
Sí, a eso resume su vida.
Error.
Irremediable error a estas alturas.
Hoy ha mirado tres veces si le había enviado un e-mail el fantasma.
Hoy ha reflexionado sobre su pasado.
Hoy ha confirmado que vive en el pasado.
Hoy sabe que nunca ha soportado el presente.
Hoy sabe que no quiere mirar el futuro, por fin.
Hay que abrir puertas a lo desconocido cuando lo conocido no nos gusta. A veces una de esas puertas nos lleva al cambio que deseabamos tanto como temiamos y que termina siendo maravilloso, y dejarnos llevar. Un fuerte abrazo.
ResponderEliminarLo peor es que el teléfono no identifica las llamadas de los fantasmas y nos pillan a traición. Yo por eso no estoy en el face book. Una vez me llamó uno, fingí confundirle con el de Jazztel y le colgué. Te lo digo por si te sirve.
ResponderEliminarUn abrazote.
Dos opciones muy válidas pero, como tiene por costumbre el fantasma en cuestión, ha sido innecesario tomar decisiones. Ha vuelto a perderse en los ectoplasmas. Uhhhhhhh.
ResponderEliminarSiempre ha sido así y no cabía esperar otra cosa. Sí, que dentro de otro montón de años haga otra aparición espectral para esfumarse de nuevo.
Un abrazo y gracias. Por cierto, empiezo a ver que me vais conociendo a pesar de la tercera persona.