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domingo, 18 de mayo de 2014

Dos emes en realce (undécima y última entrega, por fin)

Por su parte Mariola se ha ido relacionando con otro tipo de mujeres más en profundidad de lo que venía haciendo hasta esta su edad madura, entre ellas, por ejemplo, un grupo de maestras que no es que sean precisamente espejo de docentes, ni siquiera de decentes, si hemos de ser francos, perdón, sinceros, incluso sin darse cuenta comenzó a sentir ciertas inquietudes más que loables en una chica como ella, niña bien de los sesenta, o como decía una parienta mía que no viene a cuento (pero vendrá) “niña bien de casa mal” o sea un pelín por encima de sus posibilidades pero a la que nunca le ha faltado nada. Digamos que descubrió que existía un mundo más allá de la aguja, e incluso que podía, dentro de un orden, actuar al margen de Manolo que, si bien no podía decir que le hubiera decepcionado ni siquiera podría argumentar quejas más allá de un roce por llegar más o menos tarde, digamos que dejaba algo hueco en ella. No, no era sexo, que parecería lo más obvio, ni ella necesitaba más ni el dejaba de atender esas necesidades adecuadamente. Quizás para otras parejas esa actividad que pasaba clínicamente por las farmacias para las cremas lubricantes y otras pequeñeces hubiera sido frustrante o insuficiente. Ellos afrontaron los pequeños problemas materiales desde el primer momento con discreción y sin dramatismos. Quizás no fuera una pareja fogosa, pero no necesitaban más y si lo hubieran necesitado no tenían más que acudir a su pareja para tenerlo. Es evidente que la edad va imponiendo sus ritmos pero no les afectaron en este tema. El caso es que Mariola, contra la voluntad de Manolo que veía en ello una traba para la libertad de sus viajes y huidas repentinas, se empecinó en sacarse el graduado escolar, aunque asegurándose de aprobar al hacerlo en un centro de monjitas a quienes dieron un generoso donativo, y luego en aprender a pintar, tallar cristal y otra serie de manualidades. Todo dentro de una sociedad medio burguesa de querer y no poder, de haber sido y no ser, de maestros prejubilados, yernos de exalcaldes, bancarios también prejubilados, algún antiguo concejal. Está era la sociedad elegida, de derechas de toda la vida, sin que tuvieran muy claro que es ser de derechas, misa de doce, procesión los Viernes Santo y Santos Oficios los Jueves Santos, confesión en Pascua Florida aun sin tener muy clara la idea de pecado; horchata de abril a octubre, helado de julio a septiembre, pecaminoso chocolate a la española de octubre a abril, a las seis en una u otra terraza, en uno u otro local. Se habla de tensión arterial, cánceres ajenos, dolores varios, hijos que no saben qué hacer con su vida, nietos que vienen o que no vienen a este mundo, medicaciones, y hasta de política culpando de que la gestión municipal va como va –como toda gestión municipal, mal y robando- está como está por culpa, y esto no lo discute nadie de los ecologistas, el hecho de que no haya partido ecologista en el consistorio no les coarta lo más mínimo.
Pero hay otra sociedad no elegida, al menos en principio. Es la sociedad que se crea, se quiera o no, con el vecindoneo, que si los buenos días en el ascensor, que si hoy parece que va a llover incluso a pesar de los esfuerzos de Manolo para no cruzarse con ellos al hacer la compra pues se inventó mil y un ingenios para ir a comprar a los centros comerciales de tres pueblos más allá, cosas como “me gusta más la fruta”, “lo traigo todo de una vez” o “trae la ternera de Galicia”, tuvo que acabar estableciendo una mínima relación con los vecinos a quienes, por definición consideraba una especie de seres pegajosos y ligeramente inferiores y mucho menos que una especie inferior a aquello que no vivían allí más que las vacaciones. El caso es que entre los vecinos de la calle, justo enfrente vivía una pareja un tanto “peculiar”, si queremos ser delicados por que si dejamos de serlo podemos convertirnos en Valle Inclan o Zola por unos segundos. El caso es que la pareja en cuestión la formaba un tal Manolo ¿original, verdad? Más conocido por el universo mundo como Elcalvorota, hombre más cerca de los ochenta que de los setenta, sanote, regordete y, evidentemente con poco pelo, con un tal Alfredo, más cerca de los treinta que de los cuarenta, que conservaba una lejana huella de haber creído ser un hermoso efebo, eso, una lejana huella, no más, ah, y el resto de juventud que a los treintaypocos no es tan escaso resto. Quizás fuera por solidaridad con su pareja, quizás por comodidad, quizás por llamar la atención el caso es que se afeitaba la cabeza y dado que no podía trabajar por no sé que enfermedad y vivía de una pensión se pasaba el día portaleando, es decir, charlando con el primero o primera que se encontrara por la calle, eso sí, sin gastar un duro. Seamos sinceros, le salió bien la jugada que estaba más allá que calculada, convivió en un ni contigo ni sin ti con Elcalvorota sin poner nada, ahorrando, y en cuanto tuvo ahorrado para un piso, ahí te quedas mundo amargo y yo a usted no le conozco de ná. Por eso necesitaba portalear para justificar no gastar. Poco a poco allá donde estuvieran Mariola y Manolo aparecía invitado por Manolo el bueno de Alfredo con su inveterada costumbre de ponerse un bañador en mayo y no quitárselo hasta octubre como única prenda y con su menos inveterada costumbre de parlotear sin el menor sentido –si no era un cotilleo, en eso es un maestro- y desde que se compró el piso describir con todo lujo de detalles sus actividades en él, que se reducían a limpiar como una maruja poseída por el espíritu  de Lady Macbeth y a seguir todos y cada uno de los culebrones que se emiten en televisión grabando aquellos que se solapan. También se vanagloria de su cuerpo, sutil –o no tanto pues se recrea en comentar como se despatarra desnudo para ver los susodichos culebrones o como se depila los…-,  pero constantemente y, por supuesto, del único don que tiene compartido: el de la infalibilidad que, por aquello de no sé qué concilio, tiene que compartir con el Obispo de Roma. Infalibilidad que, mira por donde, se le fue a hacer puñetas cuando Elcalvorota encontró otra pareja y vio como se le esfumaban las posibilidades de trincar la herencia de su ex.
Manolo apenas habla con él, si acaso portalea un rato, pero siempre tiene las puertas abiertas para él, le tolera impertinencias que en cualquier otro supondrían la ruptura inmediata y hasta pasa por alto no sólo su evidente falta de saber estar sino incluso un plumerío que no deja de criticar con saña en el movimiento gay. Quizás le haya adoptado como hijo, supliendo el que no pudieron tener, no así Mariola, que con sus modos suaves ha ido poniendo al tal más derecho que una vela, incluso ha conseguido que se cambie el bañador. Es caso es que desde que Alfredo apareció en la vida de la pareja nada parece haber cambiado pero de vez en cuando a Manolo se le escapa ante las dos emes en realce con una rabia mal contenida: “y que le vaya a quedar la pensión a ésta, total por plancharme las camisas”.

2 comentarios:

  1. Cuánta ingratitud. En todo este rico relato lleno de vicisitudes me viene a la mente una palabra: componendas. Nada justifica la pérdida de tiempo.
    Voy a echar de menos a M&M.

    Un abrazo

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  2. Pues yo, desde luego, no. Reconozco que el relato se me ha escapado de las manos y no he sabido ni medirlo ni, en realidad, expresar lo que quería expresar. Quizás los árboles no me hayan dejado ver el bosque o quizás algo más simple, cuando empecé el relato estába cabreado con Manolo y así no se puede escribir en condiciones. Gracias por seguirme y animarme

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