Encontraron esta nota entre sus papeles cuando buscaban los del seguro,
un papel amarillento, viejo, y, de algún modo esos hijos se sintieron ellos mismos
viejos y ajenos a quien había escrito esa nota con las mismas manos que les había
cambiado los pañales. ¿Cómo van poder mirarla cuando salga del hospital? ¿Qué tiene
que ver esa mujer que escribió esta nota con la que se ha roto la cadera y a quien
dan el alta en un par de días?
"No parece real el tiempo huido, apenas un par de horas
bastan para encapsular toda una vida, la vida de una mujer corriente, mi vida.
Tengo casi sesenta años y hoy, precisamente hoy, ocho de Noviembre de mil
novecientos noventa, he tenido, de golpe, la sensación del tiempo huido y
también de eso que mis hijos llaman "punto sin retorno". Lo que no
saben mis hijos es que no hay "punto con retorno". Tampoco entienden,
o no quieren entender, que no aspiro a nada separándome de su padre, o quizás
sí; quizás estoy batallando a brazo partido con las últimas fuerzas que me
quedan para conseguir algo pero, de eso estoy segura, ellos no saben qué.
Posiblemente yo tampoco.
Pedro, el que hasta
hoy ha sido mi marido durante treintaiocho años, seis meses y tres días,
siempre ha sido, y sigue siéndolo, un buen hombre. Buen padre, trabajador,
listo; de mi boca hoy, precisamente hoy, no puede salir un reproche ni una
queja que yo crea justa contra él. Es más, creo que le quiero como no le he
querido nunca, mucho más que de jóvenes, de otra forma naturalmente, pero más,
y yo le quise mucho. Él lo sabe, por eso tardó tanto en tomarse en serio lo del
divorcio; como también sabe, a pesar de no haber sido capaz de explicárselo,
que mi decisión apenas tiene nada que ver con él.
Esta tarde, cuando
volvía a casa después de firmar los últimos papeles, se me ocurrió preguntarme
cuando empezó todo a dejar de ser como siempre había sido; he tardado mucho en
encontrar el momento por qué no fue nada especial, ni una discusión, ni una
fecha, ni un acontecimiento, nada salvo algo tan trivial como peinarme una
tarde delante del espejo para ir a tomar café con mi marido a la terraza del
barrio. Ni siquiera recuerdo si estaba ya casada la más pequeña o si estaba
alguno de los chicos en casa todavía, sé que me había descuidado con el tinte
del pelo y en la frente se destacaba demasiado el nacimiento, casi blanco, del
resto que, desde no sé cuánto tiempo atrás, me teñía con el color algo rojizo
que fue el mío de jovencita, para ser sincera: con el color algo rojizo que me
hubiera gustado fuera el mío de jovencita. Concretamente recuerdo que pensé,
"me tengo que teñir el pelo mañana mismo", y que casi al mismo tiempo
me pregunté por qué. Detesto pasarme horas en la peluquería pero eso es lo de
menos; lo importante fue que no pude contestar esa pregunta.
Podrá parecer una
tontería pero desde entonces, casi sin darme cuenta, empecé a mirar todo de
otra manera. Por supuesto no volví a teñirme y también, poco a poco, abandoné
la feroz lucha para disimular las arrugas, y no es que descuidara mi aspecto,
por el contrario era entonces muy importante para mí, sino por qué esas arrugas
y esas canas son también yo. Me gusta el pelo gris y me gusta comprobar de vez
en cuando que tengo una arruguita más por qué he descubierto, aunque he tardado
casi sesenta años, que el tiempo mientras pasa, igual que quita mucho, da
también y muy a menudo cosas mucho más valiosas que las que se lleva.
Pedro al principio
fingió no darse cuenta, pero cuando no pudo hacerse el loco por más tiempo me
dijo que yo siempre he sido preciosa y que sigo siéndolo. Vale mucho Pedro y me
duele hacerle daño, hoy en el despacho del abogado parecía demolido pero no sé
si por el divorcio o por llevar dos horas oyendo las condolencias de las dos
loros de mis hijitas. No le he pedido nada pero él dijo desde el primer momento
que uno de los dos pisos es mío y que no me preocupe por el dinero. No es un
hombre corriente. Ahora lo sé pero hubo un tiempo en que le odiaba
profundamente. Teníamos cuarentaipocos años y sé que él también me aborrecía,
me lo dijo hace muy poco, ya con los trámites en marcha, me dijo que tenía que
hacer esfuerzos sobrehumanos cada tarde para volver a casa, naturalmente no le
dije que cuando le oía abrir la puerta se me revolvía el estómago. Tampoco le
dije que si cualquier hombre, cualquiera, me hubiera dicho "por ahí te
pudras" me habría ido con él sin
dudarlo, claro que nadie me dijo siquiera "¿qué te pasa?". No tuve
donde ir, como tanta gente que soporta lo que detesta por no tener qué amar.
Fueron años malos, los niños pequeños, Pedrín con sus diarreas y Pili con su
asma. Llegué a preferir las noches en vela junto a ellos a compartir la cama
con él. Otras mujeres dicen, e incluso lo creen, como los hombres, que no se
liaron la manta a la cabeza por los hijos. Mentira. No se fueron por que no
tenían a donde. Ni a quien.
Supongo que no es
cierto lo que acabo de decir, pero si lo fue para mí. No creo que ni Pedro ni
yo tuviéramos la culpa de nada, aunque nos la echaramos constantemente de todo.
Aquello pasó, siempre
pasa todo sin que nunca cambie nada, todo volvió a su ser muy despacio, en
parte por agotamiento de ambas partes, en parte por falta de motivos, en parte
por resignación, en parte por indiferencia. Siempre he estado convencida de que
entonces tuvo un lío con otra pero no me importó lo más mínimo, y, si más tarde
me molestó, no me creí con derecho a reprochárselo cuando yo no lo hice por
falta de ocasión. Palabras. Yo sé, como él, que no me habría acostado con otro
nunca, pero no por fidelidad.
Leo las estadísticas y
me entero de que no sé cuanto tanto por ciento de las mujeres de mi edad no han
sentido nunca un orgasmo. ¿Era un orgasmo el placer suave pero profundo que
Pedro me daba y que yo no he querido buscar en otro?, ¿Tiene que ser ese
"éxtasis de los sentidos que describen las novelas? No lo sé, ni creo que
ese tanto por ciento de mujeres que confiesan semejante cosa lo sepa. Lo malo,
seguramente, no es no haberlo sentido, sino ni siquiera saberlo.
Después de esa época
todo fue bien en casa, es decir, nos soportábamos y estábamos decididos a
empezar de nuevo. No sé si lo conseguimos pero lo que si hemos hecho ha sido
sobrevivir más o menos hasta la tarde que me miré al espejo.
Aquella tarde me pregunté porqué y
ahora, casi dos años después, sentada enfrente a la máquina de escribir con la
que me gano la vida, por primera vez sin depender de nadie, me lo vuelvo a
preguntar mientras bebo un té humeante y oigo caer la lluvia. También me
pregunto si llegar a esto ha valido la pena; si estos días tranquilos y estas
horas mías y silenciosas valen lo que han costado, dolor a Pedro, a mis hijos y
el esfuerzo de una voluntad acostumbrada a que otras voluntades la guiasen. No
lo sé, verdaderamente no sé casi nada, aunque empiezo a entrever que quizás no
estoy batallando con las últimas fuerzas que me quedan sino para conseguir
morir sola, con la única compañía de las respuestas a cuantos porqués sobre mis
actos se me puedan ocurrir, aunque sean tan simples como reconocer que hice lo
que hice sólo por qué quise".
Ay Joaquinito eres tan real que asustas. Espero llegar a viejo con sentido del humor. Y un poquito de pasta, claro.
ResponderEliminarEstupendo relato. Un abrazo
Ante todo gracias. En cuanto a lo de llegar a viejo me conformo con llegar sin que me duela nada más de lo que ya me duele jejejejeje.
Eliminarq fuerte cari, que intenso.
ResponderEliminarGracias, sí que salió concentradito, si.
EliminarComo dice Uno, tus relatos me asustan, me hurgan hondo, me incomodan. Supongo que eso es escribir bien, yo sería incapaz de traspasar ninguna piel como haces tu cada vez que te pones.
ResponderEliminarUn abrazo, amigo.
Muchas gracias. Para mí es un halago inmerecido lo que me dices pero no sé si eso es "escribir bien". Acojonar al lector no parece una buena táctica. Jejejeje.
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