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jueves, 12 de junio de 2014

Luxaciones 1

Luxación: dislocación de un hueso”
Dislocación: Desplazamiento anormal de una articulación o un hueso
Nina nació en un pueblo profundo de la Castilla profunda en un tiempo profundo con luxación congénita de cadera que no se trató hasta que fue tarde y, ya adulta, la operaron con resultados más que aceptables, dadas las circunstancias. Al caminar se balanceaba, si no se concentraba en evitarlo, con un amable movimiento de barquita fondeada en puerto apacible.
            Nina no se llamaba Nina, ni Angelina, ni Cristina, ni Argentína, no. Su origen era demasiado profundo como para tales sofisticaciones. Se llamaba como su madrina de bautismo: Saturnina. Como en su pueblo, con nombre de pedrusco –en serio- , no dejaba de haber un punto de cursilería cuando se trataba de las hijas de los fuerzas vivas como el tendero, lo que entre jornaleros hubiera pasado casi desapercibido entre Sandalios, Venancias y Eufrasios o que en los madriles de corrala hubiera sido algo así como “La Satur” no era asunto menor entre las hijas del boticario, del Sargento o del médico, del alcalde no diremos nada por aquello del tipo de alcaldes de aquellos tiempos. Asía que nuestra jovencita optó por hacerse llamar Nina y ¡ay de quien usara su nombre completo! Pues era ya desde niña mujer digna del temperamento tópico de las mujeres de su tierra, o sea ni siquiera de armas tomar sino más bien de armas rendir directamente por pura supervivencia.
Hízose Nina moza de carnes apretás y preciosas manos que ocupaba en rezos y oraciones varias y diversas con la decisión de entrar en el convento de Carmelitas del pueblo. Hubiera sido un error como ya se verá en algún momento, según propia confesión, se dio cuenta, y al contarlo ponía expresión beatífica y grequiana , de que no “tenía vocación, sino ilusión”. De lo que sí tenía vocación y aptitudes era de maestra y maestra se hizo.
Cuando uno escribe el término “maestro/a”, que nunca será lo mismo que “profesor” pues se es profesor de algo, matemáticas, latín o cocina polinesia. Sin embargo, cuando se es maestro no hay que especificar más, como mucho “maestro de escuela” –a la castiza “maestroescuela” término que solía ir precedido por la locución “pasa más hambre que un”-, o también aquella otra matización me temo que ya casi olvidada “Maestro de primeras letras”, es decir: aquel que nos abrió por primera vez las puertas a todos los mundos posibles e imposibles. Sin embargo, ser maestro precisa tanta o más vocación que entrar en clausura y no todos quienes ejercen de tal la tienen. Los unos por que es carrera corta, otros por sacar plaza funcionarial, sueño dorado del íbero medio desde el fabricante de peinetas de la Dama de Elche y otros por qué no saben qué hacer con una carrera acabada y de trabajosa salida, la mayoría de quienes osan ejercer de maestros carecen de vocación, ganas y capacidad. En suma, que no son sino gente que da clases a los que hay que llamar de algún modo y por no usar términos feos, como los que se usan cuando un cardiólogo opera sin título, se les ha dado en llamar maestros. No era el caso de Nina, maestra nata y neta incluso con ese regusto a puchero demasiado recocido que aparece en cuanto se topan dos de su especie, incluso con ese punto de superioridad ejemplificante de fuerza viva en los que no ejercen en las grandes ciudades. Nina era toda una maestra que sacó brillantemente la oposición y fue destinada a otro pueblo de la Otra Castilla Profunda, pero éste con nombre de hortaliza –en serio- donde se acopló bien y estuvo el tiempo suficiente para lograr el traslado a cierta pequeña ciudad de apellido regio donde asentó sus reales con vocación de permanencia.
            Ya dijimos que, de moza, era de carnes apretás y manos bellísimas. Lo que no dijimos, empero, es que, según la mocedad fue avanzando Nina fue, a pesar de su evidente defecto físico, convirtiéndose en toda una mujer y alrededor de los treinta era una suma de elementos que daban un resultado algo más que peculiar. A sus manos hermosísimas de dedos largos y finos había añadido unas uñas pintadas de rojo sangre a las que dedicaba sus mejores esfuerzos y una movilidad expresiva en la que jugaba con articulaciones que no recordamos tener; a sus carnes que calificamos de apretás como mejor forma de definirlas y gracias a los esfuerzos de compensación de su cuerpo aun se habían apretado más, pero no pongamos méritos a los esfuerzos y olvidemos los dones que la genética o la naturaleza le concedieron. Por empezar por lo más evidente hablemos de pechos (o como diría ella “de tetas”), no es que fueran grandes sino perfectos, firmes, retadores y simétricamente semiesféricos, ella lo sabía y, dado que esa tersura se prolongaba hacia arriba dibujando un espléndidamente amplio escote –pues era de hombro necesariamente ancho como quien ha llevado bastones muchos años- que ella mostraba algo más que generosamente. Sí, Nina conocía sus encantos y sabía sacarles partido. Cuello robusto, sin torneados ni delicadezas vestigio sin duda de los orígenes labriegos de sus genes. Ojos negros, pequeños, inquietos, avispados, pícaros, observadores y, sobre todo, expresivos, incluso demasiado expresivos. Resumiendo: una mujer de buen ver que no pasaba desapercibida, es más, era imposible no verla pues, sobre esos cambios físicos había habido otros menos visibles pero mucho más evidentes. Alrededor de los treinta Nina era atea militante, comunista, anticlerical y feminista, todo ello con un explosivo grado de virulenta beligerancia; eso sí, sólo en los ámbitos al margen de aquellos otros en que formaba parte de las fuerzas vivas del lugar. Nadie como ella sabía dejarse ver en la misa justa con más público o lograr el mejor y más visible sitio para ver la procesión. Al fin y al cabo corrían los años de la Transición y no era tan infrecuente como podría resultar para una mente lógica encontrar en una misma cartera el carnet del Partido y el de Guerrillero de Cristo Rey, así que Nina y su actitud no resultaba tan fuera de lugar, sobre todo en alguien como ella con una intensísima vida social pues no había tarde en que no estuviera invitada a un café, un cumpleaños o cosa parecida, incluso a escuchar los progresos de la niña de turno al piano con el “Para Elisa”.
            Resumiendo, su vida, estudios, traumática y dolorosísima operación, larga rehabilitación y acoplamiento a los pequeños  mundos donde su trabajo, le habían dado un innegable estoicismo capaz incluso de oír el “Para Elisa” sin subirse por las paredes.  A eso y los dolores pertinentes, que siempre se obvian en los relatos o hasta en la propia historia, se había reducido su vida, lo que, quisiera o no, era un problema para un temperamento expansivo, pasional, explosivo y sonoro como el suyo. En suma y resumiendo de nuevo de un modo un tanto brutal: Nina era una soltera a los treinta cuando a los veinticinco toda su quinta estaba casada y requetécasadas, pero eso es casi asunto secundario si se le añade un matiz que era la naturaleza volcánica de su sexualidad. Nunca mejor empleado el término. Nina rezumaba sexualidad por cada poro a chorros, pero no sólo sexualidad explicita –su castellano purísimo colaboraba bastante en hacerla evidente-, sino también una sensualidad que, por poner una analogía, era como un vendaval que llegaba con ella allá donde estuviera pero no sólo en su persona sino que te envolvía irremediablemente.
            Entraba precedida por su perfume, no es que se lo administrara en grandes dosis sino que elegía aromas muy potentes, opacos, dulces umbrosos, perfumes de harem que se mezclaban con el de los polvos de maquillase que le daban una casi imperceptible blancura en su cutis desmentida por el color antiguo y sano de campesina. Las uñas largas y cuidadísimas adornaban aun más esas manos preciosas, grandes y fuertes, los años de muletas las habían fortalecido y, quizás, ensanchado pero en absoluto deformado. Pequeños toques en los ojos y los cuidados colores del carmín para resaltar los no muy carnosos labios completaban su imagen, como vemos, muy cuidada pero en el punto exacto en el que sólo se percibía que no se descuidaba, nada era excesivo, quizás, el conjunto que, de por sí expresivo terminaba por resultar explosivo o, para ser más exactos, expansivo pues ella lo llenaba todo, cualidad valiosísima en su trabajo y, desde luego, nada despreciable en las relaciones, al menos en las sociales, y mucho menos cuando se ha sido de jovencita la menos visible del pueblo.
            Vamos así acercándonos un tanto peligrosamente al asunto que caracterizaba mayormente a nuestra Nina y que es tan fácil  y contradictorio que se puede definir con tres palabras, como el bolero: evidente solterona incandesdecente. Evidente por que nohcias el menor esfuerzo por ocultar ni su desesperación por encontrar marido, novio o amante, ni dejaba de pregonar a voz en cuello, supongo que por estar acostumbrada a tratar con la chiquillería de sus clases, que ella era “Señorita y no como otras”, o sea: virgen. Eufemismo extraño en ella que usaba el castellano casi íntegro con todas sus barbaridades correspondientes. Solterona y no soltera por el empecinamiento , que rozaba lo salvaje, en sostener que no necesitaba un hombre para nada, así no tenía que preocuparse de si se había lavado o no. ¿Qué era contradictorio con su piar continuo por un novio? Pues sí, pero no creo que nadie haya buscado coherencia en el animal humano y menos aún en estado de celo y, por si fuera poco, celo insatisfecho. Si a “evidente” y “solterona” añadimos sus ya mencionadas sensualidad y sexualidad enjauladas lo de “incandescente” no parece requerir más explicación.

2 comentarios:

  1. Estupendo Joaquinito. Cuántas mujeres conocidas me vienen a la memoria. Con y sin luxacion que a veces todo está en el coco.
    Un abrazo

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  2. Espera a leer la segunda parte de la historia que tiene su aquel e incluso su aquelotro.
    Un abrazo

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