Al
Rogelio le gustaba La Rosa, a la Rosa le gustaba el Rogelio y a la Sra. Petra
también le gustaba para yerno, tan mozo y ya con negocio propio, sí, era un bar
de pueblo pero estaba segura de que subiría y ya veía a su Rosa de señorona con
coche a la puerta. Por eso hacía la vista gorda y les iba dejando hacer.
Si, al
Rogelio le gustaba la Rosa, pero era una melindres con aspecto de señorita,
manos finas y pocas salud y fuerza. Eso sí, en las eras o la cama era una puta fina,
joder, ni pagando se podía hacer lo que
ella permitía: una verdadera guarra sólo para él, se sobra sabía él lo que se
encontró y que ni miraba a otro mozo. Sin embargo, le convenía una mujer
trabajadora, fuerte y sin miedo a romperse las uñas, como la Luisa, la hermana
de Rosa, o la otra hermana, la Isa, que era la pequeña y ya andaba predicada
por las tabernas y los rosarios. Así que habló cuatro días con la Luisa y la
pidió para casar en poco más de mes y medio.
Luego se
dijo lo que se dijo, que si mucha prisa era esa, que si la Rosa había ido o no
a casa de la Antonia una madrugada, murmuraciones de desocupados. Ocupado sí
que estuvo Rogelio preñando a toda prisa a la Luisa para asegurarla y evitarse
sorpresas, cierto es que ella no se resistió mucho a las ansiosas solicitudes
pero no lo es menos que tirársela era como follar a una vaca muerta, todo
quejas y pudores, “menos mal que a los veinticinco uno la mete en cualquier
cosa que se deje. De momento, preñarla; luego a trabajar y ya le quitaré a
guantazos esos resabios de novicia”, se decía mientras alimentaba el capricho
de completar el trío tirándose al menos una vez a la Isa.
Lo de si
la Rosa fue o no a casa la Antonia le traía sin cuidado. La casa estaba en un
callejón retorcido y solitario, cualquiera ver o inventar lo que le viniera en
gana. Era la Antonia buena moza, esbelta y alta con el pelo color estropajo,
hija de la Tía Frasca y de un rojo fusilado cuando el movimiento, con fama
ambas de adivinas, curadoras de males de ojo, yerberas, remiendavirgos, y
emplastos, echadoras de cartas, espiritistas y parteras. Decían que había
noches en que de su casa salían lamentos de ultratumba y que en luna llena
salían al campo para invocar a Satanás. Es resumidas cuentas, que cuando una
moza iba de noche a la casucha del callejón entraba con un problema y la color
sonrosadas y salía sin el problema y con cara de muerta.
Fue bodorrio
sonado, de los de cinco días que la Sra Petra quería lucir tronío y su marido
negociar la compra de unas viñas. Desde los siete metros de cola del vestido
hasta el último paño higiénico con la L bordada fue exhibido, elogiado y
envidiado hasta la saciedad. Hubo comilonas, juergas, borracheras que podemos
imaginar sin esfuerzo y bastantes más historias que no nos incumben. Fue en la
sobremesa del tercer día, un mediodía abrasador de mayo, tras una monumental
comida en la que la Luisa lució un soberbio aderezo de azabaches y mantón de
manila envolviendo su redondeada figura, cuando la Isa dijo que iba a echar una
cabezada sestera. Desde donde estaba el feliz novio pudo oír el campanilleo de
sus tacones subir a su alcoba seguido de los pasos pesados y cautelosos de un
hombre y, segundos después, de otro, más ligeros y apresurados. La Luisa había
caído en el corro de viejas enlutadas que le prodigaban consejos sobre la vida
conyugal, tardaría en salir del cerco, así que él se escabulló sin demasiado
sigilo.
Al abrir
la puerta de la alcoba de la Isa la encontró desnuda entre los brazos de dos
hombres cuyas ropas aparecían sembradas por el suelo. Vidriados y viciosos, los
ojos de su cuñada menor se clavaron en él. Estaba claro que no estorbaba. Uno
tras otro, Elías el Rubio, Ramón el del
Molino y él entraron y salieron de su cuerpo a placer ahogando gemidos y
mordiendo la almohada para acallar gritos de gozo. Hubiera preferido estrenarla
como a sus hermanas pero ya que no podía ser se revolcó en aquel magma de carne
y fluidos sin cuestionar nada. Vaciado ya, se vistió tranquilamente y salió de
la alcoba mientras el Rubio cabalgaba agónicamente ese cuerpo insaciable y
Ramón sobaba las blancas nalgas del hombre. Se reincorporó a la fiesta
encendiendo un gran habano y deleitándose con la idea de que las tres hijas de
la familia ya estaban herradas por él, y la Sra. Petra todavía estaba de buen
ver.
Al
quinto día de la celebración a la Luisa le bajó la regla y lo que era un
embarazo pasó a ser un retraso. Por lo visto, no sólo él quería asegurar y
apresurar esa boda.
Un arranque espectacular. Ya soy fan de Rogelio.
ResponderEliminarUn abrazo
Mal eliges tus ídolos o mal los describo yo. Ya verás por qué te lo digo. Gracias por seguirme a pesar de la irregularidad que últimamente voy teniendo.
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