Cada año me esfuerzo en parir un cuento de Navidad, como más o menos éxito, generalemente menos. Al mismo tiempo me esfuerzo no con menos ahínco en comprender por que sigo enganchado a la fascinación, quizás infantil, por la Navidad. Sí, ya sabéis que siempre digo que soy el Espíritu de la Navidad Presente, a pesar de no guardar de no guardar ningún buen recuerdo de niguna de las pasadas. Creo que he dado en el clavo este año, sencillamente por que viví la experiencia clave de estas fiestas en carne propia y que hoy día, cuarenta y tres años despues, raro es el día que no lo recuerdo. Sólo que no fue en Navidad sino en pleno verano. A menudo se nos olvida que el tan celebrado espíritu navideño no tiene calendario.
Así que este año no voy a afrontar el desafío del relato navideño sino a contar lo que nos ocurrió en un verano hace muchos años. Además creo que es algo y sobre todo alguien -de quien no conozco ni el nombre- que merece ser recordado desde la gratitud y para no olvidar que la buena gente existe o, si queréis, los ángeles de la guarda.
Sería el año 73 o 74. No es decir nada quizás para algunos pero para la gente como yo -ya sabéis, discapacitado, silla de ruedas etc- sí que supone casi otro mundo. La gente te preguntaba como te atrevías a salir de casa o si pensaba (literalmente: "¿Ah pero tú piensas?"), todo eran barrreras y, sobrte todo una soberana indiferencia. Entre todo aquello también estaban los fabricantes de sillas de ruedas que vendían a precio de oro artefactos que ni siquiera alcanzaban la categoría de chapuzas.. Centrándonos en uno de sus muchos -más de los que creeis- defectos, mencionaré el relevante para esta historia: los ejes de las ruedas traseras una irritante tendencia a quebrarse como palillos de dientes, ah y tenían la rosca al revés, no sé como era la cosa pero sé que era un auténtico problema. Con la silla recién comprada nos fuimos al pueblo levantino del que tanto hablo, donde por entonces no habia ortopedia , por supuesto. Yo era un adolescente gordo -o sea gordo-gordo- y de muy escasa salud, buenos, como siempre. El caso es que sin silla nos tendriamos que volver a casa y aun así la silla seguiría siendo imprescindible (y aunque se supone que en una ciudad como esta, todo un Madrid entonces y hoy debería ser más fácil solucionar estos problemas no os engañéis, hoy y aquí los problemas de mantenimiento vienen a ser los mosmos) Por si esto fuera poco, desde la centralita telefónica del pueblo, localizamos una ortopedia en Alicante que nos dijo que habría que pedir la pieza a Bilbao y que, además, la fábrica estaba de vacaciones.
Recuerdo la angustia de mis padres como cabe comprender, mis setenta y muchos kilos convertían aquello en una situación límite. Sí, puede no parecerlo, pero lo era. Mi padre que siempre tiene ideas para todo pensó si podrían hacernos un eje en algún taller mecánico de los que abundaban pero su búsqueda resultó en vano, por aquello de la rosca. En estas andábamos cuando la patrona de la casa, mujer de pocas palabras pero poseedora de esa inteligencia de lo lógico de la que carecemos la mayoría, se acercó discreta y le dijo a mi padre que probase a a ver si -le llamraremos Perenganito, pues no recordamos su nombre- podía hacer algo.
Allá que se fue mi padre. Era un astillero pequeño, pues por entonces se hacían allí pequeños barcos pesqueros completamente artesanales, de la quilla a la cubierta. Se acercó al maestro y dueño explicándole el cas con el sonido del torno trabajando en un motor. No contestó, sólo dijo al joven que manejaba ese torno:
-Scas eso de ahú y ponte con esto.
-Pero papá si estamos acabando, en diez minutos
-Sácalo.
Se qué el hijo no respondió y -con lo que supe luego- imagino una extraña comprensión y acaso una lágrima que no brotó en el muchacho. Entre él y un par de compañeros igualmente silenciosos desmontaron el tinglado que, segun mi padre, era más que considerable. En pocos minutos nos hicieron no un eje sino cuatro perfectos para lo que pararon todo el taller. Cuando mi padre quiso pagar el trabajo que no el favor aquel Señor se negó en rotundo a aceptar ni un céntimo a pesar de todo el retraso que le iba a supoiner para el trabajo de todos, y no hubo insistencia capaz de hacerle cambiar de idea.
Cuando mi padre llegó con los cuatro ejes venía emocionado, casi llorando, aun ayer se le quebró la voz al recordar aquello, y eso que no es hombre que deje ver sus emociones con facilidad. La patrona no pareció extrañada.
-Hace unos años perdió a un hijo enfermo -dijo con su proverbial impasibilidad.
Sí, no era Navidad, ni nevaba, ni aparecieron ángeles ni cosa parecida, sólo cuatro ejes, era lo que quedaba. Sí, podemos, hacer las lecturas que queramos pero la actitud de aquella familia haciendo por mí lo que no les hubiera valido de nada hacer por su hijo, por su hermano, para mí encarna el verdadero espíritu de la Navidad aunque fuera en julio. Ya dije que no tiene calendario, como tampoco la gratitud que se le guarda en esta casa.
Sé que puede parecer cursi y ñoño, pero me da igual. Fue así, sin más. Es en torno al calor de personas como ellos donde en Navidad deberíamos acogernos para no perdernos.
Feliz Navidad
Tienes mas que razón. Lo que no tiene sentido es ser bueno solo en Diciembre. Sirva, eso si, la Navidad para recordar estos momentos extraordinarios que no deberían serlo.
ResponderEliminarUn abrazo
Para mí era una deuda dejarlo escrito y hasta ahora no encontré el espacio para hacerlo. Un abrazo y felices fiestas.
EliminarAunque ultimamente ando falto de calma suficiente para visitar esta y otras casas amigas, no dejo de parar unos segundos para desearte unas muy felices fiestas. Un fuerte abrazo, Joaquín.
ResponderEliminarIgualement te deseo pero por puro egoismo, para que sigas deleitandonos con tus imagenes jejejeje. Felices Fiestas y Año 16
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