No es nada nuevo
que la castiza primavera madrileña tiene muy mala leche, con perdón. Por
decirlo finamente, la primavera en Madrid es una princesa renacentista: muy
bella pero con el cuchillo del viento gélido cortante de la sierra en una mano
y el veneno del repentino calor con sus excesos de polen y bichos. Una delicia
como quien dice. Sin embargo, para compensar es cabrona. Me explico. Ahora
mismo hay un sol espléndido que oculta esa leve brisa serrana, pasado mañana
tendremos que quitarnos las chaquetas y al otro, por mucha sequía que haya,
lloverá; pero la cabronada está en que por muy buen tiempo que venga haciendo,
por mucho sol que tengamos y etc en
Semana Santa pasará de todo: lloverá, hará viento, hará frío y hasta se ha visto
nevar alguna que otra vez. Sí, la primavera en Madrid es deliciosamente
cabrona. Eso sí, lo compensa con ser interminable, esos fríos que le son propios
pueden llegar, en casos extremos pero no infrecuentes, a mediados de junio.
Alguien dijo que el clima de Madrid es sanísimo pues si se sobrevive a él se
sobrevive a cualquier otro, exageradilla afirmación pero no tan lejana de la
realidad como algunos quisiéramos.
Hoy he pensado en
ilustrar la primavera madrileña desde el otro lado, desde mirar y escuchar a la
gente, retazos de conversaciones, imágenes fugaces, no muchas, apenas un par o
tres pero que retrata parcialmente a la ciudadanía.
Paseemos. Salgo a
la calle y cojo el paseo caminito de ninguna parte. Señoras en grupo para bajar
el colesterol, señores solos para hacer lo mismo, señores en pareja hablando de
Ronaldo o del Presidente –siempre mal, claro- y grupos. Pequeños grupos de
cuatro o cinco señoras y/o señores cuyas conversaciones quedan más o menos
reflejadas en la que ayer mismo oí: “pues sí, le reventó el pulmón y claro como
entonces….” Sobre estos grupos hay que añadir a esa gente que parece loca por
que habla sola y es que está hablando por el móvil manos libres y que dicen más
o menos “pues nada, que hay que operar por….” o “yo le dije mira rica…” o “a
ver si se cree ese que voy a hacer su trabajo…”. Lo cierto es que escuchar todo
eso viene a ser como estar en una reunión médica de quejas y lamentos, la
primavera además trae dos frases tópicas ¿no será alergia? y “con este tiempo
estamos todos igual”.
He de confesarlo:
tengo alma de zoco y lo más parecido a un zoco es un bazar, y lo más parecido a
un bazar es una buena tienda regentada por chinos donde puedes encontrar desde
un Buda raro a una imagen de San Antonio pintada de verde pistacho pasando por
cojines, ropa interior –algunas de encaje que me gustaría ver puestas, la
verdad- juguetes herramientas etc. etc. y muchos más etc. Lo reconozco, en uno de estos bazares soy
casi tan peligroso como en la Feria del Libro. Hace poco fui a mirar unos
sobres transparentes para la colección de postales y vine con dos cojines, un libro de colorear, dos máscaras venecianas de plástico (como
nunca he podido llevarlas por las gafas me hacía ilusión) y… un peluche de una
gata de color rosa: Lady Penélope. En fin que andaba yo en estas sendas de
perdición y mala vida que supone el pasillo de los cuencos cuando escucho, era
inevitable: estaban al otro lado del expositor y hablaban como todos los
matrimonios de “cierta edad”, con esa violencia agria y contenida que ronda el
grito pero no lo alcanza. Ella quería mirar un espejo. El que no sabía a santo de
qué le había entrado esa manía por los espejos y he aquí la pincelada
magistral: “Es que al cambiar los muebles el Cristo no “pega” con ellos” (primer
trazo: Cristo, su figura, no tiene que pegar con nada. Si quieres tenerlo por
que crees lo tienes y si no pues no, pero cambiarlo cada vez que cambies las
cortinas es ofensivo, incluso para mí, creyente pero sin intolerancias) “Claro
que no pega, Cristo ya no pega ni en las iglesias” (segundo trazo, llamadme
susceptible o lo que tengáis a bien, pero me escoció. No soy fanático en ningún
sentido, creo, y menos en asuntos de religión pero esa frase en ese contexto
fue como si algo se desgajara no en mí, sino en alguna parte indeterminada) Se
ve que como este año tienen controlada la procesionaria del pino algo me tenía
que escocer.
Tercera y más
evocadora pincelada. ¿Os acordáis cuando los niños comían en casa y les
mandaban a comprar el pan?, ¿habrá llegado alguna vez una barra entera a su
casa? El otro día un chavalín, ocho o nueve años, con su uniforme de colegio,
su mochila y una cara de travieso para echarse a temblar venía por la calle con
una barra de pan y, nostalgia, se venía comiendo el cuscurro. ¿Cuánto tiempo
hace que no vemos esa estampa que no hace tanto era el cuscurro nuestro de cada
día? En fin que la primavera ha venido… ¡qué le vamos a hacer!
Esa descripcion de la primavera es perfecta! La tengo que recordar para citarte.
ResponderEliminarY lo del matrimonio, no es cierto que despues de un tiempo ese grito callado se les nota en la cara? Espero nunca llegar a ese extremo. Ni cuando toque elegir un cojin verde pistacho que vaya con el gato rosa. Porque lo del cristo, el marido tiene toda la razon!
XoXo
Sí, se les nota en la cara. Es el deseo de asesinarse mutuamente y, además, se quieren. Cosas del amor dicen. Aparte de mi desacuerdo con la opinión del marido creo que no es un sitio ni un momento para semejante comentario.
ResponderEliminarVivimos en un país con mucha gente mayor muy creyente y no veo la necesidad de molestarles, como mínimo, con esa frase en un lugar público. Por respeto, si fuera en la calle no seria tan sonoro, tan directo, pero es que ni siquiera bajó el tono. Quizás tenga razón como dices pero yo también tendría razón en decir a cada gordo que pasa "oiga da asco verle por que esta gordo" y no lo hago (entre otras cosas por que tendría que empezar por mí mismo)Sin llegar a ser lores ni ladys un poquito de lija del ocho si nos hace falta.