Leo Fontan mayo 1925
Mayo es un mes casi ritual, las mayas, comienzan las romerías, el mes de la Virgen, pero también es el mes en el que se produce un milagro, una rara, por poco frecuente, aparición de la Belleza ante nuestros ojos: es el mes en que florecen las rosas.
Sí, ya sé que entre invernaderos y cruces y etc encontramos rosas todo el año y que a veces aparecen antes según el clima, pero es ahora cuando nos estallan en la cara con todo su esplendor. Siendo un ser vivo muy anterior a la aparición del hombre ha logrado alcanzar la belleza absoluta, total. Sé que hay gente que prefiere otras flores pero incluso ellos si miran bien se perderán en las curvas y contracurvas perfectas, en los colores (ya sé que a menudo manipulados), el aroma suave, justo para oler y olvidar, y el no sé que de inaprensible que tiene en sí misma. Fugaz y fuerte, la rosa para mí, y creo que no soy yo solo, supone el paradigma de toda belleza posible en todas sus fases, desde el incipiente capullo a la flor que se va marchitando, dejando caer sus pétalos como postreros regalos. Hay un momento en ella en que ya empieza a decaer, sólo empieza, y entonces alcanza toda su gloria. La comparación con los humanos es tan obvia que me limito a dejar constancia.
La rosa ha sido consagradas a todas las grandes diosas de la historia, que recoge el cristianismo como atributo y como concepto, Rosa Mística, quizás por que reúna en sí las cualidades que les son propias a las diosas de la belleza, el amor y la maternidad/ fertilidad. Es en sí misma, o eso parece cuando te paras a mirarla sin prisa, un universo en sí misma que te envuelve y acaricia, con algo de laberinto, con algo de quietud eterna y gozosa. Evidentemente alguien tenía que hacerlo y se hizo a principios del XX al descubrir el espectro de la rosa, con el mítico o mitológico salto de entrada de Nijinsky, pero era inevitable, algo que alcanza tal grado de belleza absoluta no cabe duda de que tiene alma, o al menos tiene parte de la nuestra que se queda en ella en cada una de las rosas que miramos o que olemos. Aunque va a sonar herético sólo en la perfección imperfecta de las rosas y en la contemplación de los gatos se ve casi directamente la mano de la divinidad.
Al lado de mi casa hay un pequeño jardín donde han plantado cuatro o cinco rosales, todos diferentes: rojas aterciopeladas, grandes rosas magenta que doblan los tallos, rosas blancas que aguantan heroicamente hasta bien entrado el otoño, rosas reales. Cada día me tengo que parar para ver como el capullo que ayer era apenas un brote, mañana será un esplendor, y cada día acabo sintiéndome como un imbécil o un chiflado por que nadie las mira, al que miran es a mí si me quedo mucho rato como a un bulto sospechoso.
No sé si es más triste que indignante o al revés pasar al lado de la belleza regalada y no verla, no ser al menos consciente de ella. Mis vecinos, ya digo que el jardín está a pocos metros de mi portal, cuando comentas algo de esa maravilla suelen contestar "¡Ah, ¿sí?, pues ni las había visto" me temo que con punto de orgullo que traducido viene a ser "estoy demasiado ocupado para pequeñeces" y, así la rosa parece no existir salvo para unos pocos a quienes su belleza llega a doler.
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