Bien podía haberse titulado esta entra "Anécdotas matritenses" en honor a D. Ramón de Mesoneros Romanos, pues es cierto que esta nuestra ciudad no se es urbe de grandes epopeyas, sobre todo por que nos vendemos mal, sino más bien de pequeñas y castizas anécdotas menores como lo de la "Ballena del Manzanares", el perro Paco o el duende de la Calle Fuencarral. Cierto es que, como el aprendiz de río "que lleva sin ser colegio, vacaciones en verano y solo curso en invierno", a veces, de pascuas a ramos se nos pone bravo y, claro, nos alucina, vecina. Y es que este nuestro río del que tanto se han reído los forasteros ("no hay un río más bueno que el Manzanares pues que nunca en sus aguas se ha ahogado nadie, para evitarlo, para evitarlo, cuando lleva más agua cabe en un jarro", decía la copla), a veces se cabrea, al igual que la ciudad, y cuando el uno o la otra lo hacen suelen ser noticiables. Como aquella pequeña anécdota del dos de mayo, que inspiró tantos poemas y uno en especial cuya adaptación a los nuevos tiempos, abreviada para que no se agoten las neuronas de tener que prestar atención tanto tiempo, me permito recoger aquí:
Oigo, patria, tu aflicción,
y escucho el triste concierto
que forman tocando a muerto,
la campana y el cañón;
sobre tu invicto pendón
miro flotantes ladrones,
y oigo alzarse a otras regiones
en estrofas monetarias,
de la iglesia las plegarias,
y del arte las canciones.
¡Pasta! clamó ante el altar
el sacerdote sin ira;
¡pasta! repitió la lira
con indómito cantar:
¡pasta! gritó al despertar
el pueblo que un mundo aguanta;
y cuando en hispana estepa
a los ancianos mataron,
sólo las tumbas se abrieron
gritando: ¡Venganza y guerra!...
Pequeñas anécdotas que a los madrileños nos gusta recordar y a los extraños ignorar. Nada más. Madrid es eso, rincones y pequeñas anécdotas como nos lo ha vuelto a recordar Isabel III, minucias con mínimos, anecdóticos, daños colaterales.
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