Margot, bajo la lluvia, sonríe. No piensa en las gruesas gotas que se estrellan en su impermeable amarillo, ni en el inmenso paraguas negro que olvidará sin duda en alguna parte, ni siquiera en que detesta estos días de lluvia constante que se siguen como cuentas de un rosario. Distrae lo mínimo de su atención para cruzar por los pasos de cebra pero, en realidad, va concentrada en algo absurdo a estas alturas de su vida. Margot, ¿Por qué Margot? Nadie ha sabido explicarle nunca de donde viene ese Margarita y menos aún la glamourosa transformación en Margot, como la reina le decían. Bueno, no parece una figura muy bienhadada para ponerle su nombre a nadie. Es como llamar Romeo a un niño, se le condena bien a suicidarse bien a sentir que no está a la altura del nombre. Arrecia la lluvia y se levanta un frío serrano al cruzar la Gran Vía, casi da igual no llevar paraguas. Su voz ronca se le viene una y otra vez a la mente repitiendo su el absurdo nombre “Margot, Margot” que en él, en sus labios tiene resonancias de vino oculto, de pócima mágica o de licor en copa de cristal a la luz de las velas de un baile en el país de la Viuda Alegre. “Margot, Margot”, gemía entre los besos con que ha cubierto su cuerpo esta noche, aunque ella apenas le oía envuelta en el olor de su piel, en el tacto de su vello, en la punta de sus dedos recorriéndola sin pausa. Ahora es el viento frío quien eriza su piel desnuda bajo el chubasquero y la lluvia la que amortigua el tintineo de sus tacones de aguja. No ha querido vestirse sino seguir sintiendo el roce de sus labios masculinos, la humedad de su cuerpo. Se siente limpia y le cuesta comprender por que ha tardado tanto en decidirse con él. Precisamente con él. Margot, Margot, regusto de bayas del bosque cuando se lo murmuraba junto a los labios y perdía los dedos en su intimidad femenina. Le ha hecho esperar tanto, le ha hecho sufrir tanto que anoche le vio temblar cuando se volvió al sonido de sus tacones. Hasta este día áspero y hostil le parece maravilloso. ¡Que absurdas son las esperas amorosas! Tanta inseguridad después de tantos hombres, de tantas noches, de tanto cariño más o menos duradero. Con él fue distinto desde el primer momento. Le perturbó su aire seguro y a la vez tímido, parecía sacado de una película antigua, un clásico en todo, de los trajes de corte impecable a las rosas en el momento adecuado, las galanterías justas. A ella también le temblaron las rodillas anoche cuando supo que aquella iba a ser La Noche. La Noche Más Hermosa. También era una película pero no clásica. Él también lo supo apenas la vio llegar con el vestido negro demasiado ceñido y con el escote demasiado profundo como para una cita más. El primer “Margot” al saludarla iba preñado de deseo, lujuria, besos y lágrimas. Con él fue distinto desde el primer momento. Le fascinó su cuerpo musculado, su color de bronce, su indiferencia ante sí mismo, su juventud madura, su gusto para las corbatas, su olor a tabaco y canela, sí, sabía que ese era el aroma de una colonia muy conocida y ni siquiera de las más caras, pero en él era otra cosa, su atención a los detalles. Ahora que lo piensa mientras se pierde en las callejas a la luz de las farolas todo ha resultado clásico, como si lo hubieran hecho a propósito. Ella con sus medias de costura y su afán de postergar, de hacerse desear, de negársele cuando son tiempos de ligue fácil y noches de hombres sin nombre. Él con su estilo trasnochado y casi ridículo de acercarle la silla en un restaurante, con su seguridad de conseguirla pero respetando el juego de asedio que nació sin que, probablemente, ninguno lo pretendiera. Se estremece al recordar aquella boca descendiendo desde su garganta y deteniéndose allí, como quien ha llegado, por fin, a su destino. Al último destino del que no se quiere partir. “Margot, Margot”, después, cuando esos labios estaban casi rozando los suyos pidiendo permiso para seguir adelante sobre su cuerpo exhausto y exacerbado. Esos Margot traían regusto de animal en celo, de esencia masculina, de toro, de semental y, a la vez, de cortesano, de caballero, de bestia revolviéndose en la jaula. “Margot, Margot” casi a gritos cuando entró en ella y se sintió envuelta por dentro y por fuera de calor, de ternura. Durante esos instantes Margot tuvo la certeza de que el universo después de milenios había puesto la última pieza del puzzle y todo estaba en su sitio. Ha dejado las medias en el piso, y también las bragas, de hecho sólo ha cogido los zapatos, el chubasquero y el paraguas de él. “Margot, Margot”, enronquecidos por la gratitud abandonando la cabeza en su vientre, adormeciéndose a pesar suyo. Narcotizado por su sexo, realmente por su sexo. Ha tardado demasiado, tenía que haberse entregado mucho antes, hace meses. De nada sirve lamentarse y menos aún impregnada del placer de sus caricias y su aroma. Ahora ya puede dejarse ir tranquila y acariciarse los pechos recordando esa voz, “Margot, Margot”, adormecida y levemente angustiada, incapaz de comprender. Cuanto va a echar de menos lo que se ha llevado de su casa en el bolso, uno de esos bolsitos de fiesta que los hombres no entienden para que sirven y bromean “Como no sea para llevar un par de condones”. Pobres. La idea del narcótico en el vello púbico es realmente efectiva, lenta como para darles tiempo a cumplir y contundente como para no dejarles reaccionar. Cuando quiera recuperarse habrán pasado horas antes de que sepa lo que se ha llevado de su casa, siempre y cuando se haya cortado la hemorragia y no se mire la entrepierna. A ver si así por lo menos éste se entera para que valen los bolsitos de fiesta. ¡Que nombre tan curioso, Margot! Sí, tiene glamour: La Reina Margot con su bolsito de fiesta por las calles lluviosas de Madrid pasea un par de…trofeos mientras se excita recordando la voz que caía sobre ella como pétalos de miel “Margot, Margot”. Hay que reconocerlo, el nombrecito tiene glamour.
No se que decirte, pero es que a mi el nombre de Margot me recuerda a Margot Cotens, es algo que no puedo remediar.
ResponderEliminarWow, me dejaste sorprendido, no me imaginaba un desenlace así... me pareció genial.
ResponderEliminarSaludos.
Ese nombre no presagiaba nada bueno. Las femmes fatales nunca se llaman Paquita.
ResponderEliminarEstupendo relato.
Un abrazo
Jo, tío, qué relato tan bueno. Me he quedado pasmado. Y el giro inesperado que da al final es de puro lujo, jeje. Ya te lo he dicho, pero no me importa repetir que me encanta tu manera tan aguda de retratar el alma humana, tan actual pero tan decimonónica, casi galdosiana. Y la próxima vez que vea a una mujer con cara triste y con uno de esos bolsitos, cerraré compulsivamente las piernas, ;-). Felicidades, un abrazo y un beso.
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