De niño, mi madre no sabía nanas así que para intentar dormirme o cuando estaba enfermo me cantaba coplas. Claro que intentar dormir o calmar a un niño con “un cuchillo le clavó en los pliegues de su capa” o “mis ojos tienen que verte por tres puñales atravesao” resulta, cuando menos, chocante. Así, desde mi más tierna infancia se me inoculó un virus mortal de necesidad: el de la pasión. No, desde luego, una pasión en plan Romeo y Julieta, no, por favor, eso ni es pasión ni es ná. Es una pasión que hace que cuando uno lee “Sentido y sensibilidad” o “Las desventuras del joven Werther” se quede diciendo: ¿Y?
Sí, desde entonces tengo una sed de pasión, de una de esas pasiones arrebatás, violentas y destructivas como aquella que dice “No sé lo que hasé, no sé lo que hasé, que me duele la cal de lo hueso de tanto queré”
La cal de los huesos, Santa Madonna, o puestos ya en línea ¡Virgen de la Macarena! Ni siquiera se queda en los huesos, es la propia cal de los huesos lo que duele. Vamos: el calcio. Reconoceréis conmigo que al lado de eso Julieta era una frivolona.
Basilio Martín Patino en 1971, aunque creo que se estrenó bastantes años después, nos mostró otra forma de entender la copla con esta maravillosa y demoledora película.
Y es que, vamos a ver, ¿Cuántas veces nos hemos parado a escuchar lo que realmente dicen esas coplas que, en mi juventud, eran despreciadas? Claro que, quizás haya que echar un ojo al medio en que nacieron y se criaron las tales. Ay, pero como dijo un coplero de pro: “se llama copla y cabe dentro la vida”. Quiero decir que la realidad de la copla es más compleja de lo que puede parecer y en su alquímica composición entran combinados sabiamente demasiados elementos como para poder hacer un juicio a la ligera. La Copla, entendida como tal, alcanza su momento de mayor esplendor entre los años treinta y sesenta del s. XX. Mala burra, como dice una amiga mía cuando algo va mal. Quiero decir con esto que, al coincidir cronológicamente con un régimen concreto que se la apropia con intereses perfectamente claros pero no tan legítimos, ocurre lo que una copla dice de la protagonista que “ya para siempre va su nombre manchao de cieno”. Hay una tendencia a identificar copla y franquismo que no es cierta al menos si nos lo tomamos en serio. De hecho, a finales de los veinte y durante los treinta se produjeron obras maestras del género pero, además, y lo que es más importante, a menudo a través de la copla se expresaba el malestar social, la condición de determinados colectivos y, lo que resulta mejor, se burlaba la censura colando historias “indecentes” (madres solteras, prostitución, incluso homosexualidad). Hagamos pues el esfuerzo de separar la Copla del Franquismo y veámosla como lo que es: el fruto de una evolución cultural. Sí, sé de sobra que el Príncipe Gitano y su “Amor legionario” es algo que no entra de ninguna manera en tal categoría. Sin embargo, uno de los más grandes hombres que he tenido el privilegio de conocer, D. José Manuel Pita Andrade, decía en sus clases que alguien debería hacer la historia de la mala pintura; un mal cuadro, un mal pintor, no expulsa a la disciplina del Parnaso, al contrario, me atrevería a decir.
La UNESCO en 1982 habla de “identidad cultural”. Por poco claro que sea la el concepto creo que es desde ahí desde donde hay que mirar este fenómeno llamado Copla.
Pecando de pedante creo que hemos de remontarnos bastante a la hora de encontrar los orígenes y pecando de arrogante creo que los finales no los entrevemos en el futuro –si aplicamos un concepto muy laxo al término sin dejar de ajustarnos a las claves que la definen-. En fin. Vayamos pues a los orígenes que se nos van nada menos que a las Jácaras, romances más o menos dramatizados que tenían como peculiaridades su manera de hablar de las clases bajas y, entre otras más, un ritmo o tonillo especial de sus canciones. Se representaban en los entreactos de nuestro s. XVII. De ahí la cosa fue evolucionando hacia la tonadilla, término éste que ha pasado indebidamente a denominar a las cantantes del género coplero para hacerlo parecer más “fino” pero que no tiene nada que ver ni con el género ni con las cantantes. La tonadilla se perfiló como una obra teatral breve, con canciones, evidentemente, y, si bien el lenguaje y los protagonistas seguían viniendo de los bajos fondos, tiene además un rasgo distintivo que es su “españolidad” frente a otro tipo de representaciones y músicas de la época; no olvidemos que estamos en el maravilloso s. XVIII, justo cuando con la nueva dinastía francesa y con sus reinas italianas y portuguesas están llegando influencias extranjeras en mucha mayor medida que en el agónico s. XVII. Aunque se representaban igualmente en los entreactos de las comedias muy pronto adquirió personalidad y fuerza propias siendo el propio, señores, palabras mayores, D. Melchor Gaspar de Jovellanos quien en 1791 y como reglas de un concurso estableció sus normas, entre ellas que no debiera pasar de veinte minutos. Se han recogido hasta 2000 tonadillas destacando entre sus autores Tomás de Iriarte y Ramón de la Cruz. Casi ná.
Como largo plumeo y, como diría otra copla, “esto ya pica en historia”, no quiero cerrar esta entrada sin hablar de uno de los primeros mitos de nuestra escena: Maria Antonia Fernández (1750-1785) más conocida como La Caramba, por el estribillo de esta canción que no sólo dio nombre a su interprete sino también a los lazos excesivos que solía llevar como tocado:
Un señorito muy petimetre
Se entró en mi casa cierta mañana
Y así me dijo al primer envite:
“Oiga usted: ¿quiere ser mi pareja?”
Yo le respondí con mi sonete,
Con ni canto, ni baile y soflama:
¡Que chusco es usted, señorito!
Usted quiere… ¡Caramba! ¡Caramba!
¡Que si quieres, quieres, ea!
Vaya, vaya, vaya!
Me volvió a decir muy tierno y fino:
Maria Antonia, no seas tirana
Mira niña, que te amo y te adoro,
Y tendrás las pesetas a manta.
Yo, le respondí con mi sonete,
Con mi canto, mi baile y soflama:
¡Que porfiado es usted, señorito!
Usted quiere…¡Caramba! ¡Caramba!
Como vemos hay un aire de picardía propio que, imagino, en escena debía ser espectacular. Vida peculiar la de esta mujer de un siglo tan especial y tan olvidado, como fue nuestro XVIII.
Muchos años después Dª Concha Piquer grabó esta copla sobre, precisamente, La caramba.
Me ha encantado lo de la cal de lo hueso, que gracia e imaginación tienen algunos.
ResponderEliminarNo tenía ni idea de lo que era la tonadilla. Creía que era simplemente una copla mas antigua. Ay Joaquinito lo que voy a prender...
ResponderEliminarUn abrazo
David: gracia, imaginación y una pasión inexpresable.
ResponderEliminarUno: es cosa corriente pues pertenece al desconocido s. XVIII español, el peor estudidado de nuestra historia. En arte, además queda entre Murillo que no le alcanza y Goya que le sobrepasa dejándole muy atrás. Pero fue un siglo riquísimo. Ah, por cierto, la guerra de Sucesión sigue siendo hoy un tema casi tabú en nuestra sociedad.