Teniendo en cuenta
que estoy en pleno bloqueo de escritor –y de todo- no tengo muy claro qué va a
salir de aquí. La idea no es exactamente mía sino que recojo una frase de una
película, Alvaro, bloguero amigo, afirma que Dios le habla en las películas y algo
de razón tiene. La película es la supongo que mal afamada Holiday con Cameron
Diez y sobre todo Kate Winslet. A poco de iniciarse la película oímos la voz de
Iris, personaje de Kate, en un monólogo sobre el amor y su capacidad de cambiar
el mundo. A partir de ahí el desarrollo de la película que no viene qué.
A mí, que lo del
amor lo veo de otra manera, lo que me deja perplejo es la capacidad de cambiar
todo de la belleza. Da igual qué canon de belleza hablemos se filtra en
elecciones, decisiones, permanencias, huidas, la gran historia está llena de
manifestaciones de belleza que cambiaron el mundo y en la pequeña historia, la
que vivimos todos los días a pie de calle vemos ejemplos constantes de cómo cambia
nuestra vida el concepto de belleza. Lo cierto es que no deja de ser un poco
indignante que después de tantos milenios de, se supone, uso del pensamiento,
todavía no seamos capaces de colocar la belleza en su lugar que está detrás de
otros muchos valores, tanto en los humanos, como en los objetos. Es más,
tenemos el cinismo absoluto de haber llegado a identificar la belleza formal
con la espiritual, así que no hay santa fea, ni santo que no hubiera sido astro
de Hollywood.
Partiendo de aquí
hay un primer camino que es la autovaloración de la belleza. O dicho de otra
manera: la actitud ante nuestro aspecto. Muchas veces de una lenta
autodestrucción, de abandono o simple asco. Yo mismo pasé años sin mirarme al
espejo deliberadamente, otros se someten a operaciones o directamente van disociándose
de su aspecto hasta caer en el abandono absoluto, entrando en un círculo
vicioso de abandono por el aspecto y descuido por el abandono. Están también
los de todo lo contrario: regímenes, gimnasios, operaciones, fajas, implantes,
etc. En cualquier caso son alteraciones profundas de sus vidas y las de su
entorno.
Un segundo aspecto
de la belleza es la actitud absurda que tenemos instintivamente a elegir
objetos, léase de camisas a puentes, por la belleza de los mismos. Ya sabemos
que la decisión se toma unos segundos antes de que el cerebro empiece a
trabajar sobre el tema. Curiosamente siempre elegimos lo más bello, según los
cánones al uso. Hablo de trazados delirantes de calles o caminos en absoluto
funcionales sin más motivo que el aspecto estético.
Si queremos hablar
de un tercer aspecto sería la inquietud que nos produce la fealdad, o la
carencia de belleza, que si bien tiene el lado positivo de querer embellecer
cuanto nos rodea para hacernos la vida menos insoportable, tiene el negativo
del desasosiego si no se puede actuar sobre ella. De algún modo nos hiere y el
rechazo puede ser vivísimo. Recuerdo una figura que me regalaron con una cabeza
de toro y otra de torero juntos, que, como decía una compañera “producía
espasmos de colon”. Jamás he visto cosa más fea. No es cierto, un caganet (curiosamente
granadino) de escayola de treinta cms de colorines con la chaqueta verde
fosforito y los pantalones rojos de un determinado estilo hortera de
mercadillo, que tiene su encanto kitch a veces, y que encima tuvimos que tener
puesto bien visible pues era regalo de alguien que venía a menudo. Menos mal que un día “se me cayó”. Cosas, no
importan, pero ese vivísimo rechazo no es tan inofensivo ante las personas. No
hace falta que ponga ejemplos, todos los tenemos en la cabeza.
Luego está la
reacción contraria. Ante una persona bella nuestra actitud cambia. Lo he vivido en carne propia. Yo que soy como
soy o sea, cualquier cosa menos bello, me he topado en la vida real con muy
pocas mujeres bellas, muy muy pocas. Sin embargo, una vez invitado a comer me
topé con otra invitada que lo era y yo me encontré sacando plumas de pavo real
y casi compitiendo por la atención de esa chica, que por otra parte no me
interesaba lo más mínimo, con un cachas recién divorciado y con buen
sueldo.
A eso es a lo que
me refería, a como una concepción fugaz de la belleza condiciona toda una forma
de vida por ridículo que sea lo que se haga en aras de esa forma de belleza, de
ponerse corsé al diseño de los Nuevos Ministerios de Madrid.
No sé si esto va a
alguna parte, me temo que no, pero resulta inquietante como mínimo que teniendo
esta norma estemos encaminando al mundo y a nuestras formas de vida no solo a
la uniformidad formal sino, en el fondo a la carencia de esa belleza. No sé si
sabré explicarme. Se trabaja activamente contra esa belleza. Si el mundo
siempre ha sido algo difícil de vivir a pesar de ofrecer belleza sin cuento,
ahora se actúa para destruirlo deliberadamente, en todos los niveles.
Naturalmente me refiero a, por ejemplo, la destrucción del Amazonas, pero también
a la demolición estudiada de los valores morales, que fuerte suena eso ¿verdad?
Pues es cierto, y lo estamos viendo con las actitudes ante el ébola por
ejemplo. No se puede desarrollar una conversación si no estás dispuesto a
aceptar de antemano la banalidad e incluso estupidez que suponga cualquier
actitud ética. Sólo si se admiten unos cuantos principios básicos de prioridad
económica, individualismo, y “que le den” puedes establecer una comunicación.
Claro que entonces ya ¿para qué? Lo peor de todo esto es que, si tienes las
defensas mentales bajas esas actitudes se te van infiltrando y llega un momento
en que te planteas si realmente las cosas son así y tú te has equivocado en
todas tus decisiones a lo largo de 55 años y lo que para ti era belleza no
formal, eran simples mamarrachos mentales.
A eso me refiero
cuando hablo de la capacidad de la belleza para cambiar el mundo. En un sentido
y en el contrario, en un nivel y en otro. Y, sobre todo, en el interior de cada
uno ante la propia realidad de la concepción de lo bello y deseable. Sería
bonito iniciar aquí algo superficial y frívolo –confieso que se me ha pasado
por la cabeza- una serie de “Bellezas que cambiaron el mundo” de Cleopatra a Mónica
Levinsky pero es algo demasiado serio como para echarlo al saco de los temas
del cotilleo histórico o no.
Es cierto que sobrevaloramos la belleza pero también que a los feos no se nos pide que demostremos que no somos tontos. Y no es que quiera yo banalizar es que no doy para mas.
ResponderEliminarUn abrazo
A los feos es posible, a los discapacitados sí que se nos exige que lo demostremos. Por otra parte no banalizas, ten en cuenta que alguien tiene que hacer las cosas mientras los otros lucen palmito. Jejejejejeje
ResponderEliminarUn abrazo