Así
acabó el Rogelio casi libre y volvieron los primeros años con él pegado a la
barra y ella a la cocina. Sin perder, pero ganando lo justo para no cerrar y
vivir casi con lo mínimo. Los años fueron pasando casa a lo tonto y trayendo
algunas noticias de su hijo: encargado de mantenimiento en un lujoso edificio
de apartamentos con chabola –literallmente- en la azotea y fama de ser nido de
mantenidas. “Quitando la mierda a otros, para eso podía quitarla aquí”, pensó
sin querer oír las correcciones que se le venían a la cabeza. Lo supieron por
Elías, que, las pocas veces que se veían –cumpleaños, Navidad y poco más- le
miraba con una sonrisa atravesada, incómoda.
Su se
había ido reduciendo a la barra, la terraza y las carnes sonrosadas de vaca
muerta cada noche. Siempre pendientes de hacer tal o cual reforma para
modernizar esto o aquello y siempre sin conseguirlo. Hubo un momento en que
dejaron hasta de proyectarlo. Pasaban del bullicio de los escasos pero
escandalosos parroquianos a al silencio absoluto de su casa. Si antes sólo se
hablaba de cuentas, ahora ni eso, pues harto de estrecheces había ido dejando
todo aquello en manos de Luisa. Aquella casa se iba trasfigurando en un
panteón: silencio, oscuridad para no gastar más luz, frío para ahorrar en
calefacción, y los años siguieron pasando. Las carnes abundosas y sonrosadas
comenzaron a cobrar tonos de carne putrefacta que le repugnaba y excitaba
sobremanera, casi tanto como su invencible indiferencia a lo que él hiciera con
su cuerpo. Eran esas descargas violentas de su organismo el único signo de vida
en aquella casa. Ese y las noticias que casi telegráficamente le daba de la
familia de Isa, de lo buenos estudiantes que eran sus sobrinos, de los colegios
caros a los que iban, más tarde de las universidades privadas casi exclusivas,
de los cursos en el extranjero. De Jesús, en cambio, no habían vuelto a saber
nada.
Sin
embargo, casi de un día para otro todo cambió. ¿Caprichos del destino o
estupidez humana? No lo sé, ni lo supo Rogelio pero algo hizo que se pusieran
de rabiosa moda los locales al estilo de los sesenta-setenta y las tapas y
raciones más “de toda la vida”. Luisa, viva como pocas para incrementar
ingresos se limitó a mantenerlo todo como un jaspe y a comprar una máquina de
discos con música de aquellos años. Aquello se convirtió en un no parar con
colas con colas y casi peleas en la puerta para lograr una ración de croquetas o
de migas. El dinero, por fin, parecía entrar a chorros, pero, en realidad, entre
unas cosas y otras no terminaba de reflejarse en la cuenta corriente; y no sería
por falta de trabajar, sobre todo Luisa que de tanto hacerlo reventó una mañana
de domingo mientras preparaba chocolate con canela. Cayó fulminada como por un rayo
o un disparo, pronto un derrame tiñó de morado casi toda su cara tan inexpresiva
en la muerte como en el sexo. Por aquellos días hacía veinte años que Jesús se había
ido de casa.
Qué perra vida la de Luisa. No hago mas que pensar en quén podría rodar esta historia y a quén le doy el papel protagonista.
ResponderEliminarUn abrazo
Rogelio, Jose Coronado, Luisa Carmen Machi (con relleno) Elías, Fernando Gullén Cuervo (envejecido) Isa, Lola Dueñas y Jesús, podría ser el violador víctima de La piel que habito, que no sé como se llama pero que es muy buen actor (habría que rejuvenecerle)
ResponderEliminarPor cierto, no te precipites al juzgar a Luisa, queda mucho relato.