Él, a quien nunca
ni se le había pasado por la cabeza que una mujer le dijera que no –en ningún
aspecto, a decir verdad- había jugado todas sus cartas en el dichoso traspaso:
se había despedido, hbaía hipotecado su casa nueva y metido todo lo ahorrado
sin llegar, tan seguro estaba del dinero de su mujer. Así que su primera
reacción fue buscar calor humano donde siempre lo había encontrado, en las
carnes macilentas de profesionales baratas y luego intentar encontrar un
trabajo. No le fue fácil pues, por muy buena planta que tuviera –o creyera
tener que ese sería punto a debatir- no dejaba de tener una edad. Cuando lo
encontró fue en un “Salón de té” donde las maduras acudían a media tarde a
merendar tortitas con nata y demás. Su labia linsojeadora le valía buenas
propinas y hasta atraía a cierta clientela que todavía conservaba esperanzas.
Tan ocupado estuvo solucionando este asunto que tardó bastante en darse cuenta
de que Antonia había cambiado el dormitorio colocando dos coquetas camitas bien
separadas y tan estrechas que cuando, tras mucho insistir ella cedía, apenas
podía moverse . Le resultaba más fácil meterse el burdel a la salida de trabajo
que andar suplicando para algo tan incómodo.
Demasiado ocupado
incluso para volver a acordarse de las fotografías que sin preocuparse en
exceso dejó en uno de los cajones del despacho de “su Pepe” que se suponía era
para sus papeles y demás. Ni siquiera las había visto, acostumbrado a que Luisa
nunca husmeaba en sus cosas, él creía que por respeto, en realidad por la más
absoluta indiferencia que sentía hacia él, se enfureció por la intromisión que
supuso encontrarse con que Antonia había estado trasteando en ese cajón. Lo
peor, sin embargo, era que esas imágenes no era sólo las imágenes gamberras de
una excursión de adolescentes. Las había de todas las épocas y en todas Jesús
era usado sexualmente por sus primos y tío: el era la oveja y seguía
siéndolo según las fechas. Las recogió
en un cajón bajo llave e intentó olvidarlas de nuevo entre las piernas de las
putas mientas Antonia le esperaba en el salón enjugándose las lágrimas por el
espectáculo que había visto. La viva imagen de Rogelio violado y vejado, quería
a Jesús sólo por ser el hijo de aquel Rogelio veinteañero que sedujo a todas
las mozas del pueblo menos a ella, a quien siempre ignoró.
Antonia por su
parte estaba muy lejos de necesitar ni el dinero de su Pepe ni cosa parecida,
Entre las cartas, la bola de cristal y demás mancias que ejercía en el cuartito
a estas alturas ya forrado de diminutas imágenes de todos –o casi todos- los
santos conocidos y por conocer –incluida la Santa Muerte- se sacaba un más que
buen piquillo en dinero negro. Además conservaba muy buenas relaciones con la parroquia
y las amistades de su cuñada Regina, que en paz descanse, siendo uno de los
miembros más activos –y menos próximos a cumplir el siglo- de la comunidad
religiosa y pseudo religiosa del barrio de los tres cementerios. Recordaba a
menudo lo que decía su abuela que cabalgaba entre el ateísmo militante del
adoquín y la fe del carbonero con envidiable soltura: “lo importante de que
traguen la primera, las demás entran solas”¿Tenía Antonia y dinastía algún tipo
de poder más o menos paranormales? Ni ella ha logrado saberlo pero lo que fuera
lo vendía bien, pero que muy bien.
Gracias a ello
resultaba casi siempre la encargada de organizar las excursiones parroquiales a
diversos santuarios de Vírgenes, Cruces y Santos en General. Aquel año Santo se
organizó la consabida expedidición de decrépitas damas con su cargamento de
pastillas anti todo dispuestas a pasarlo en grande. Antonia había engolosinado
a las susodichas con diversas visitas a lugares no tan ortodoxos como la tumba del apóstol: San
Andrés de Teixido, para ir de vivas y no
en forma de cucarachas, por ejemplo, después de muertas; O Cebreiro, con su
Santo Cáliz, San Marcos en León con su otro Santo Cáliz; sin olvidar el museo
del chocolate de Astorga, para acabar en Avila visitando los lugares donde
Santa Teresa vivió y, de paso, hacer acopio de las yemas de la Santa. Total:
casi tres semanas de trote para ella y de ausencia para Rogelio, que entre el
trabajo casi sin sueldo, las visitas al burdel se le iban los días y casi se le
fueron del todo pues saliendo del lupanar rodó escaleras abajo.
Las consecuencias
no fueron especialmente peligrosas, un tobillo contu y unas costillas
contusionadas. Lo peligroso eran las causas : ictus leve, hipertensión,
diabetes, el hígado tocado, el riñón también y, por supuesto, el corazón algo
más que tocado. Los primeros días estuvo en estado crítico, pero no
inconsciente, en ningún momento. Se siguieron los protocolos habituales: se
avisó a todos los números de teléfono de la cartera, cada vez con mayor apremio
pues la situación empeoraba pero, aunque todos cogieron la llamada, nadie
apareció por el hospital, al menos hasta el regreso de la excursión cuando
Antonia se presentó un domingo por la mañana, después de misa, claro. Las
secuelas acabaron no siendo tan graves como cabía esperar, la más llamativa
resultó ser la lesión del tobillo que le hizo ya usar bastón –una garrota de
las antiguas-, una leve dificultad al hablar casi imperceptible y, eso sí, un
estado general lamentable que le obligó a jubilarse y pasarse los días paseando
por ese barrio lleno de desconocidos, y mrodeando por calles de putas pues ya
no le quedaba sino meroderar y recordar a sus sesenta y cuatro años. Nada de
esto alter´´o la vida de Antonia que siguió con sus beaterías y brujerías; ni
se dio por enterada cuando el embargo de la casa del marido, garantía del
negocio que nunca llegó a abrir. Eso sí, cumplía acompañándole a misa los
domingos. Durante un tiempo nada varió, ni siquiera el silencio que se palpaba
cuando se quedaban solos sin que ninguno pareciera darse cuenta.
Rogelio en sus
paseos solía pegar la hebra con cualquiera sin escuchar a nadie y sin saber
parar. En suma que pronto le huía casi todo el barrio en cuanto le veían
aparecer por una esquina. Seguramente fue por eso, o por que perdiera parte de
su razón –o la recuperara-, pero el caso es que se pasaba las horas de paseo,
muchas, hablando solo. No era un delirio absurdo sino una serie de historias
argumentadas, lógicas y coherentes. Incluso cuando comenzó a acudir a la
iglesia por propia voluntad, donde acabó pasando mucho tiempo se le oía hablar
pidiendo morirse pronto para reunirse con la Luisa y si uno prestaba suficiente
atención percibía que no decía otra cosa aunque se pasase allí todo el día.
Antonia siguiendo
con su vida, sin embargo, se veía atrapada en una celda invisible, vamos lo que
viene a ser un matrimonio. No es que las enfermedades de él le obligaran a
prestarle una mayor atención, al contrario, la agonía de sus insistencias en la
cama había desaparecido, pero verle llegar renqueante con la garrota y saberse
ligada a él de por vida acabó por agriarle el carácter, el rictus y hasta por
pasar pequeñas facturas a su férrea salud. Si en lo más secreto de sí Rogelio
se sentía ante todo castrado y echaba de menos las indiferentes carnes de vaca
muerta de Luisa; Antonia, en lo más íntimo, se sentía estafada en insultada por
la mera existencia de Rogelio ¿Era ese ser el que había estado amando desde
niña? ¿Quién le había hecho pasar noches de llanto al ignorarla en un baile?,
¿Él?, ¿Eso? Sin casi darse cuenta empezó a sentir envidia, feroz, sangrienta,
cuando acudía al funeral del marido de alguna amiga, vecina, o simple conocida,
perdida en la ilusión de ser ella la doliente viuda. Lo peor es que ni siquiera
podía odiarle o despreciarle, ni siquiera desmontar la imagen que se forjó de
adolescente en el pueblo, aislada, como la hija de la bruja que era. Pues si
había sido la hija de la bruja, seguiría siéndolo para él y comenzó ciertos
ritos poco conocidos para lograr la pronta muerte de Rogelio que no otra cosa
deseaba él para unirse a aquella bestia de carga de Luisa. Casi eran compasivos
rituales para librarle de una vida que no deseaba.
Si alguna vez
tuvieron poderes la oración y la magia negra no fue en estos casos pues los
años pasaron, muchos más de los previsibles con la salud de Rogelio, y los años
pocas veces traen algo bueno, es más, en el caso de este matrimonio tienen
resonancias de condena o de justicia poética. Quizás aquello del mal fario de
los tres cementerios para ellos resultara no ser tan absurdo.
Hoy, un cuarto de
siglo después del viaje al Santo Apóstol se les ve por el barrio –fondo de
cipreses recortados en cielos azules- paseando en las tardes tibias. Él
apoyando la mano en el hombro de su esposa pero con la cara vuelta para no verla,
su razón se está escurriendo como arena entre los dedos y ya apenas da para las
salutaciones sociales básicas (los saludos, el tiempo, la salud) y para llamar
a Luisa para que venga a buscarle. Antonia, siempre elegante y espigada,
rezuma, sin embargo, una especie de paz a la que ha llegado entre tarot,
santería, beatería etc. al tropezarse con la idea de Rogelio es su cilicio para
ganarse el cielo y lo afronta con la alegría de los mártires en el circo
Máximo. Le sigue deseando la muerte pero ya sin prisa y, entretanto parecen,
alejándose camino de la farmacia una pareja de abuelos felices en la tarde
sonrosada.
Esta historia debería ser de lectura obligada en cursillos pre matrimoniales. Habla con el obispado. Aunque algunos , ya sabidos, las leemos con mucho gusto.
ResponderEliminarUn abrazo
Gracias
ResponderEliminar