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lunes, 11 de julio de 2016

De segundas y 8



Él, a quien nunca ni se le había pasado por la cabeza que una mujer le dijera que no –en ningún aspecto, a decir verdad- había jugado todas sus cartas en el dichoso traspaso: se había despedido, hbaía hipotecado su casa nueva y metido todo lo ahorrado sin llegar, tan seguro estaba del dinero de su mujer. Así que su primera reacción fue buscar calor humano donde siempre lo había encontrado, en las carnes macilentas de profesionales baratas y luego intentar encontrar un trabajo. No le fue fácil pues, por muy buena planta que tuviera –o creyera tener que ese sería punto a debatir- no dejaba de tener una edad. Cuando lo encontró fue en un “Salón de té” donde las maduras acudían a media tarde a merendar tortitas con nata y demás. Su labia linsojeadora le valía buenas propinas y hasta atraía a cierta clientela que todavía conservaba esperanzas. Tan ocupado estuvo solucionando este asunto que tardó bastante en darse cuenta de que Antonia había cambiado el dormitorio colocando dos coquetas camitas bien separadas y tan estrechas que cuando, tras mucho insistir ella cedía, apenas podía moverse . Le resultaba más fácil meterse el burdel a la salida de trabajo que andar suplicando para algo tan incómodo.
Demasiado ocupado incluso para volver a acordarse de las fotografías que sin preocuparse en exceso dejó en uno de los cajones del despacho de “su Pepe” que se suponía era para sus papeles y demás. Ni siquiera las había visto, acostumbrado a que Luisa nunca husmeaba en sus cosas, él creía que por respeto, en realidad por la más absoluta indiferencia que sentía hacia él, se enfureció por la intromisión que supuso encontrarse con que Antonia había estado trasteando en ese cajón. Lo peor, sin embargo, era que esas imágenes no era sólo las imágenes gamberras de una excursión de adolescentes. Las había de todas las épocas y en todas Jesús era usado sexualmente por sus primos y tío: el era la oveja y seguía siéndolo  según las fechas. Las recogió en un cajón bajo llave e intentó olvidarlas de nuevo entre las piernas de las putas mientas Antonia le esperaba en el salón enjugándose las lágrimas por el espectáculo que había visto. La viva imagen de Rogelio violado y vejado, quería a Jesús sólo por ser el hijo de aquel Rogelio veinteañero que sedujo a todas las mozas del pueblo menos a ella, a quien siempre ignoró.
Antonia por su parte estaba muy lejos de necesitar ni el dinero de su Pepe ni cosa parecida, Entre las cartas, la bola de cristal y demás mancias que ejercía en el cuartito a estas alturas ya forrado de diminutas imágenes de todos –o casi todos- los santos conocidos y por conocer –incluida la Santa Muerte- se sacaba un más que buen piquillo en dinero negro. Además conservaba muy buenas relaciones con la parroquia y las amistades de su cuñada Regina, que en paz descanse, siendo uno de los miembros más activos –y menos próximos a cumplir el siglo- de la comunidad religiosa y pseudo religiosa del barrio de los tres cementerios. Recordaba a menudo lo que decía su abuela que cabalgaba entre el ateísmo militante del adoquín y la fe del carbonero con envidiable soltura: “lo importante de que traguen la primera, las demás entran solas”¿Tenía Antonia y dinastía algún tipo de poder más o menos paranormales? Ni ella ha logrado saberlo pero lo que fuera lo vendía bien, pero que muy bien.
Gracias a ello resultaba casi siempre la encargada de organizar las excursiones parroquiales a diversos santuarios de Vírgenes, Cruces y Santos en General. Aquel año Santo se organizó la consabida expedidición de decrépitas damas con su cargamento de pastillas anti todo dispuestas a pasarlo en grande. Antonia había engolosinado a las susodichas con diversas visitas a lugares no  tan ortodoxos como la tumba del apóstol: San Andrés de Teixido,  para ir de vivas y no en forma de cucarachas, por ejemplo, después de muertas; O Cebreiro, con su Santo Cáliz, San Marcos en León con su otro Santo Cáliz; sin olvidar el museo del chocolate de Astorga, para acabar en Avila visitando los lugares donde Santa Teresa vivió y, de paso, hacer acopio de las yemas de la Santa. Total: casi tres semanas de trote para ella y de ausencia para Rogelio, que entre el trabajo casi sin sueldo, las visitas al burdel se le iban los días y casi se le fueron del todo pues saliendo del lupanar rodó escaleras abajo.
Las consecuencias no fueron especialmente peligrosas, un tobillo contu y unas costillas contusionadas. Lo peligroso eran las causas : ictus leve, hipertensión, diabetes, el hígado tocado, el riñón también y, por supuesto, el corazón algo más que tocado. Los primeros días estuvo en estado crítico, pero no inconsciente, en ningún momento. Se siguieron los protocolos habituales: se avisó a todos los números de teléfono de la cartera, cada vez con mayor apremio pues la situación empeoraba pero, aunque todos cogieron la llamada, nadie apareció por el hospital, al menos hasta el regreso de la excursión cuando Antonia se presentó un domingo por la mañana, después de misa, claro. Las secuelas acabaron no siendo tan graves como cabía esperar, la más llamativa resultó ser la lesión del tobillo que le hizo ya usar bastón –una garrota de las antiguas-, una leve dificultad al hablar casi imperceptible y, eso sí, un estado general lamentable que le obligó a jubilarse y pasarse los días paseando por ese barrio lleno de desconocidos, y mrodeando por calles de putas pues ya no le quedaba sino meroderar y recordar a sus sesenta y cuatro años. Nada de esto alter´´o la vida de Antonia que siguió con sus beaterías y brujerías; ni se dio por enterada cuando el embargo de la casa del marido, garantía del negocio que nunca llegó a abrir. Eso sí, cumplía acompañándole a misa los domingos. Durante un tiempo nada varió, ni siquiera el silencio que se palpaba cuando se quedaban solos sin que ninguno pareciera darse cuenta.
Rogelio en sus paseos solía pegar la hebra con cualquiera sin escuchar a nadie y sin saber parar. En suma que pronto le huía casi todo el barrio en cuanto le veían aparecer por una esquina. Seguramente fue por eso, o por que perdiera parte de su razón –o la recuperara-, pero el caso es que se pasaba las horas de paseo, muchas, hablando solo. No era un delirio absurdo sino una serie de historias argumentadas, lógicas y coherentes. Incluso cuando comenzó a acudir a la iglesia por propia voluntad, donde acabó pasando mucho tiempo se le oía hablar pidiendo morirse pronto para reunirse con la Luisa y si uno prestaba suficiente atención percibía que no decía otra cosa aunque se pasase allí todo el día.
Antonia siguiendo con su vida, sin embargo, se veía atrapada en una celda invisible, vamos lo que viene a ser un matrimonio. No es que las enfermedades de él le obligaran a prestarle una mayor atención, al contrario, la agonía de sus insistencias en la cama había desaparecido, pero verle llegar renqueante con la garrota y saberse ligada a él de por vida acabó por agriarle el carácter, el rictus y hasta por pasar pequeñas facturas a su férrea salud. Si en lo más secreto de sí Rogelio se sentía ante todo castrado y echaba de menos las indiferentes carnes de vaca muerta de Luisa; Antonia, en lo más íntimo, se sentía estafada en insultada por la mera existencia de Rogelio ¿Era ese ser el que había estado amando desde niña? ¿Quién le había hecho pasar noches de llanto al ignorarla en un baile?, ¿Él?, ¿Eso? Sin casi darse cuenta empezó a sentir envidia, feroz, sangrienta, cuando acudía al funeral del marido de alguna amiga, vecina, o simple conocida, perdida en la ilusión de ser ella la doliente viuda. Lo peor es que ni siquiera podía odiarle o despreciarle, ni siquiera desmontar la imagen que se forjó de adolescente en el pueblo, aislada, como la hija de la bruja que era. Pues si había sido la hija de la bruja, seguiría siéndolo para él y comenzó ciertos ritos poco conocidos para lograr la pronta muerte de Rogelio que no otra cosa deseaba él para unirse a aquella bestia de carga de Luisa. Casi eran compasivos rituales para librarle de una vida que no deseaba.
Si alguna vez tuvieron poderes la oración y la magia negra no fue en estos casos pues los años pasaron, muchos más de los previsibles con la salud de Rogelio, y los años pocas veces traen algo bueno, es más, en el caso de este matrimonio tienen resonancias de condena o de justicia poética. Quizás aquello del mal fario de los tres cementerios para ellos resultara no ser tan absurdo.
Hoy, un cuarto de siglo después del viaje al Santo Apóstol se les ve por el barrio –fondo de cipreses recortados en cielos azules- paseando en las tardes tibias. Él apoyando la mano en el hombro de su esposa pero con la cara vuelta para no verla, su razón se está escurriendo como arena entre los dedos y ya apenas da para las salutaciones sociales básicas (los saludos, el tiempo, la salud) y para llamar a Luisa para que venga a buscarle. Antonia, siempre elegante y espigada, rezuma, sin embargo, una especie de paz a la que ha llegado entre tarot, santería, beatería etc. al tropezarse con la idea de Rogelio es su cilicio para ganarse el cielo y lo afronta con la alegría de los mártires en el circo Máximo. Le sigue deseando la muerte pero ya sin prisa y, entretanto parecen, alejándose camino de la farmacia una pareja de abuelos felices en la tarde sonrosada.

2 comentarios:

  1. Esta historia debería ser de lectura obligada en cursillos pre matrimoniales. Habla con el obispado. Aunque algunos , ya sabidos, las leemos con mucho gusto.
    Un abrazo

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