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lunes, 4 de julio de 2016

De segundas 8



Casi da pudor, por tópica, contar esta parte de la historia, así que sintetizaremos pasando por alto citas, tonteos y demás, incluso vamos a dar por hecho que todos sabemos que la cosa acabó en una de esas bodas que dícense “de segundas” con convite y todo, aunque aquí tenemos que detenernos pues algo pasó que llegó preñado de ciertas cargas de profundidad que, a la larga, surtieron su efecto. Para empezar Antonia tenía una lista de invitados moderadamente amplia, casi todos de la familia de su difunto, Rogelio no tenía a nadie, así que para no quedar en ridículo ante su nueva familia política se tragó su orgullo e invitó a Isa, Elías y sus hijos. Por supuesto también envió invitación a Jesús que respondió por escrito asegurando que le iba a ser imposible acudir pues iba a estar ocupado “desatascando cagadas”. Naturalmente guardó la respuesta sin enseñársela a la novia. No quería mostrar sus puntos flacos antes de tiempo. ¡Si sabría él como tratar a las mujeres!
Fue al final de la velada, cuando ya sólo quedaban los íntimos, charlando en la última mesa. Elías, asegurándose de que no le pudiera oír más que el recién casado soltó con aire satisfecho.
-Encontraste la foto ¿No?
Le hubiera gustado hacerse el tonto pero no pudo o no supo o, simplemente, le superó la curiosidad que ya se sabe que mató al gato.
-¿Qué hacía una cosa como esa en casa de Rosa?
-Decía que le recordaba a ti cuando la pretendiste y te la tiraste, aunque eso no me lo dijo, así que se la di. Quizás se “consolase” de su soledad con ella ¿no? –en otro tiempo le habría borrado la sonrisita con cuatro guantazos, o al menos eso quería creer, pero ahora se sentía avergonzado recordando sus largas relaciones con la Rosa, demasiado señorita para trabajar, y hasta echando de menos su ternura y la pasión con que se le entregó durante años-. Pero no te preocupes, las demás fotos las tengo yo, se me ocurrió que podían ser un regalo de bodas muy personal, al fin y al cabo es la vida de tu hijo, por cierto, que lástima que haya podido venir –se sacó del bolsillo un abultado sobre que le pasó clandestinamente-. Ya las verás en casa con calma.
-¿Qué sabes de él?
-Ah, está bien, trabajando en el mantenimiento del edificio donde mis hijos tienen el estudio; pero la pregunta no es esa, Rogelio, la pregunta es: si yo pasé de oveja a cabrón ¿Quién es ahora la oveja? Isa que ya va siendo hora de irse y dejar solos a los tortolitos.
No pudo reaccionar y se dejó llevar por las bromitas y despedidas tópicas un tanto fuera de lugar dada la edad de los contrayentes pero ¿Cuándo se da cuenta uno de la edad que tiene? Durante los siguientes días, en el tópico viaje a Canarias, Rogelio aparcó el asunto de las fotografías que dejó en su nueva casa, la de Antonia, en un cajón cualquiera, le preocupaban otras cosas como hacer inventario de las cuentas corrientes y propiedades de su esposa y trazar un proyecto para poner en marcha otro bar, entre los dos podrían amortizar la inversión en un par de años. Desde luego no era tan buena guisandera como la Luisa pero tampoco lo hacía mal del todo y aprendería rápido. Sin embargo, antes de acabar lo que sin duda por puro recochineo llaman “luna de miel”, se topó con un inesperado problema de índole íntima. Antonia no tenía la indiferente disponibilidad de Luisa sino una feroz resistencia muy, pero que muy, activa. Tan sólo ocasionalmente concedía con ciertos aires de reina, el acceso a su cuerpo con mal disimulada repugnancia. Tiempo después descubrió, bastante tiempo, supo que no sentía asco ni al sexo ni a los hombres sino a él, por mejor decir, a su cuerpo, pero en esos días faltaba mucho para llegar a tales confidencias y, lo supieran o no, ambos se estaban tomando las medidas como dos boxeadores.
Nada más complejo que los entresijos y engranajes de un matrimonio, seguramente harían falta varios gruesos tomos para expresa, o simplemente relatar todos los matices, trampas, juegos de poder, verdades a medias, odios, desconfianzas, venganzas y desprecios que hay un par de horas de relación de una pareja que se ame. Con esta premisa se entenderá que vuelva a recurrir a una síntesis feroz de lo que fue sucediendo en los primeros tiempos de esta unión.
Antonia estaba acostumbrada a su Pepe que, como marido, era fácil de complacer, poco exigente y lo bastante lúcido como para valorar su manera de ser, delicado, atento, detallista pero firme y autoritario llegado el caso y, desde luego, un tanto chapado a la antigua. Naturalmente no le amó, conocía demasiado bien las consecuencias del amor como no escarmentar en cabeza ajena, pero fue un matrimonio razonablemente feliz. No es que Antonia llegara pura y virginal al tálamo de “su Pepe” pero ninguna de esas experiencias previas le dejaron huella alguna ni lograron, que por un segundo, se las tomara en serio. Sin embargo, sí que había un regusto de despecho en ella desde su juventud en el pueblo.
Aunque conocía a Rogelio desde siempre la convivencia resultó de lo más reveladora, lástima que ya no hubiera marcha atrás. Ese hombre cayó en su casa como una plaga. Ni sólo era desordenado sino que actuaba como un conquistador en el doble sentido del término: de tierra tomada y de mujeres, sin serlo ni de una ni de otras, y mucho menos de ella. Desde luego tampoco había sido un matrimonio por amor –ya era tarde para eso pensaba Antonia o dicho de otro modo “a buenas horas, mangas verdes”- pero por alguna razón le importaba lo que hiciera más de lo que le había preocupado lo que hiciera Pepe, quizás por qué se sentía en peligro, por qué le conocía demasiado o por cierto viejo resquemor. Ahora fue cuando descubrió el valor tanto de las devociones –reales o fingidas- y de uno de los consejos que le dio Pepe cuando supo de la gravedad de su enfermedad. Iba a dejara con cuarenta y pocos, de buen ver, con un par de casas y una saneada cuenta corriente, tarde o temprano encontraría otro hombre, ante esto sólo le dijo dos palabras pero muy repetidas: separación de bienes. Rogelio ni siquiera pensó que aquello tuviera ningún valor legal una vez casados, al fin y al cabo, era sólo una mujer.
Cuando Rogelio le quiso imponer la idea del bar comprendió ella lo acertado del consejo de su difunto y no pudo evitar reírse a carcajadas en la cara de su marido. Eso sin contar con que la idea de que ella se metiese en la cocina como la Luisa le resultaba tan ridícula que del ataque de risa cayó en un sillón y tardó un buen rato en recuperar la compostura ante al incomprensión pasmada de su cónyuge.
-NI hablar –contestó todavía secándose las lágrimas de la risa-, no cuentes ni con meterme en un antro a guisotear ni con mi dinero.
Hubo una discusión, claro, pero ahí fue donde descubrió que la mente más brutal del campesino afloraba en él con un temor supersticioso, vio la misma mirada que debieron ver sus antepasadas hechiceras, un ancestral miedo a sus poderes, absurdo pero invencible, Salió de casa dando un portazo y ella pudo dar rienda suelta a sus carcajadas: a estas alturas Rogelio aun no había salido del pueblo de su infancia. No pudo encontrar nada más ridículo que eso; el buen humor se esfumó unas horas más tarde cuando volvió apestando a hembra barata y se dejó caer en la cama a su lado. Tuvo que levantarse a vomitar, no sólo de asco, sino por que se había dado cuenta de que ella tampoco había salido del pueblo.

2 comentarios:

  1. "¿Cuándo se da cuenta Uno de la edad que tiene?" casi parece un reproche. Estoy en ello.
    Y un poco alarmado por el devenir de este matrimonio.

    Un abrazo

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  2. Esa es la gran pregunta y sí, todo matrimonio debería alarmarnos.

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