Si en lugar de haber
conocido al personaje en los setenta del siglo pasado lo hubieramos hecho en el
XV sin duda que no le encajaría mal este nombre por su ubicuidad y locuacidad
al menos.
En realidad ya la
conocemos aunque lateralmente ¿Recuerdan a aquella viuda a quien tanto
preocupaba la virginidad de la Insigne? Pues de ella hablamos. Sin duda de toda
la fauna que nos reuníamos en aquella casa en verano fue con ella con quien más
charlas tuve y con quien duró más tiempo la relación, de una u otra forma,
concretamente hasta su muerte, hará más o menos cuatro años.
Por ponerle un nombre
que no es el suyo la llamaremos Rosa que a nada compromete y que es bien
levantino como ella lo era. Formaba parte de las fijas de la casa desde mucho
antes de que llegáramos nosotros, fija pero irregular. Unos veranos iba un mes,
otros dos y otros, quince días, el caso es que no faltaba nunca. Decir que fue,
finalmente, a quien más cariño cogí de aquella casa quizás fuera demasiado
absoluto, pero no demasiado alejado de la realidad.
Me resulta difícil
hablar de ella pues no sé por donde empezar, lo cierto es que era un torrente a
menudo y a menudo un origami por las dobleces que podía llegar a tener, eso sí,
muy bien disimuladas.
La conocí cuando aún no
había cumplido los cincuenta y con su hija única más o menos recién casada.
Nunca tuve la ocasión, luego veremos el porqué,
de preguntarle a qué edad se casó pero debió de ser muy joven pues por
entonces ya era viuda y su hija una mujer casada. Parece un problema de lógica
pero no lo es ni he conocido persona menos lógica, o por mejor decir, con una
lógica propia y enigmática a la que se accedía no sin esfuerzo ni sin pasar al
menos veinte horas escuchándola. Una vez iniciado era fácil moverse en su
universo un tanto peculiar, cruce entre pensamiento medieval, paleto, caótico y
futurista.
Pertenecía Rosa a ese
abundante tipo de mujer tan hispana y racial que hasta el idioma, tan machista
él, ha creado un refrán que las define perfecta y un tanto cruelmente:”Es de la
calidad del tordo, cara fina y culo gordo”. No era gorda lo que hacía que su
silueta de espaldas o a contraluz fuera inconfundible: peinado tipo chichonera,
cintura estrecha, ahí aparecían sus anchas caderas y nalgas, pierna fuerte,
bien calzada y con un haldear de falda plisada de ancho vuelo. De frente se
podía apreciar su cuello largo y nervudo. Quizás fuera una de esas personas de
que quien las conoce maduras piensa que de jóvenes han debido ser buenas mozas,
incluso guapas, cuando ha sido al contrario. Además, ya que vamos de refranes
en este párrafo, dicen que “las viudas hermosean” y que “Dios te salve de
trasera de burra y delantera de viuda”. En cuanto a la delantera de Rosa no
había peligro… de ningún tipo.
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