Pese a que a enero se le quita de su condición de mes convencional convirtiendo su primera semana en algo extraño entre festivo y delirante, se hace largo. Será por la cuesta, me dirán. Quizás, pero no lo creo... del todo. Mi viisón es otra. Aun no hemos llegado a la mitad del inviertno (estamos a tiro de tres), invierno duro, al menos en mi ciudad no encaja con sus habituales parámetros. El invierno madrileño es mortal de necesidad por el aire serrano que corta de puro frío. En mi caso vivo al lado del río -humilde, pero río- con lo que el viento nos llega sin nada que se interponga entre la sierra y nosotros. Decía que los inviernos madrileños son mortales de puro frío y aire pero (y este pero es importante) luminosos, brillantes, con ese azul que nos es tan propio (contaminación incluída) y, a menudo), sin una nube que echarnos al ojo. Este no. No llueve, cierto, pero es casi peor pues está el aire tan cargado de agua sin caer que respiras a partes iguales aire, agua y contaminación concentrada en ese agua. No es que haya niebla sistemática pero tampoco deja de haberla. Baja en cualquier momento y al poco deaaparece. Las heladas están siendo las normales, eso sí, incluso menores que otros años pero es casi peor pues el hielo, al fin y al cabo limpio, da una cierta alegría visual, a veces, cuando no vives agobiado por las prisas, hasta hace ilusión verlo en la luna de tu coche. Así esta ciudad/ Titanic que lleva años hundiendose heróicamente se sumerge en la apatía y la tristeza insalubre de dias y días grises con agua en el aire, con humo en el agua y sin una luz que los alegre. En los crueles inviernos de Madrd se veía a la gente pasar corriendo para no congelarse al sol, en este, cuando sales ves las calles desiertas, al menos en mi barrio, que no tiene centros de trabajo, ni de nada en realidad, Casi ni los habituales e impenitentes corredores de Madrid Río pasan, de vez en vez, solitarios, los cotidianos de la taberna son menos cotidianos, y hasta los perros se niegan a salir a la calle (algo rigurosamente cierto) La ciudad, es cierto, no se para pero quzás si sus gentes, las ganas de vivir de sus gentes que vamos cayendo en cierto agobio. En mi caso un poquito más pues tenemos problemas respiratorios y cardiacos (uno cada uno), musculares y oseos, y para ninguna de estas "dolencias" es inócuo este ambiente. Sin darnos cuenta vivimos cada día más encerrados y lo peor es que nos estamos acostumbrando, ya empezamos a verlo natural.
Entonces llega el miedo. Miedo a que esa situación se haga crónica y ss suma a los miedos habituales con el hermoso añadido de las barbaridades que nos rodean, que uno no sabe quien es más monstruo el que mantiene encerrado a su hermano retrasado veinta años o cualquir gobernante. En marzo llegará a mi familia un nuevo miembro a quien apenas veré y anoche oyendo los telediarios me oreguntaba si le dejarán llegar a hacerse hombre o entre el enloquecido Trump o como se escriba, el zarista Putin (Rusia siempre parece estar en pleno zarismo), los indesfirables gobiernos chinos y el delitio con patas que es el presidente coreano, con Japón volviendo a armarse, acabarán con todo (lo de Oriente Medio ni lo nombro, allí llevamos en guerra como unos cincomil años, asi que ya estamos hechos a que esa espada de Damocles cuelgue sobre nuestras cabezas)
El día, hoy, ahiora mismo, 10´53 de la mañana oscurece su gris, lo ennegrece un poco más y seguro que alguien está haciendo una salvajada para meternos más miedo en el cuerpo. El miedo tiene el incontestable poder de paralizar, como el frío. Paraliza hombres, ciudades y civilizaciones y este año ayudado por un invierno a medio descafeinar que sólo es tristeza. Pues eso Parálisis Invernal.
Hay que ignorar las noticias. Un telediario al mes máximo. Y, si es necesario, pasar una semana en Canarias. Animo y un abrazo.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo, el que pueda librarse de los telediarios y viajar a Canarisa
ResponderEliminarUn abrazo