¡Oh, no!, ¡otra vez San
Valentín!, ¿otra vez? Esto es lo que, más o menos, vienen pensando los hombres
de este país con un punto de terror. ¿Qué hacer para halagarla? ¿Qué regalo
comprar? ¿Qué espera ella? Opción más seguida: hacerse el tonto, si ella es de
natural sensible se lo reprochará, llorará, no se lo perdonará nunca y ya, si
es de otra pasta se limitará a explicar que ”mi Pepe es poco detallista”
sentenciándole íntimamente como dirían las coplas “a pena de Cruz”
La cosa no debería ser tan
difícil y quizás los únicos que lo hagan bien sean los niños, niños, que no
adolescentes que ya están encabronados y emputecidas gracias a las modernidades
de todo al alcance de todos y no hablo de censura sino de que se trasmitan por
washap que Ivan la tiene pequeña, y en segundos lo sabe la media humanidad que
no lo sabía. Romeo y Julieta hoy, imposible: ella enseñando la hucha en el
baile y el chateando, en el balcón ella hablando con alguna amiga y el contando
en sus redes sociales “a esta me la trinco esta noche”. La vieja ley del
parchís: me como una y cuento veinte. Además ella, en la hipótesis poco
probable de que fuera doncella, ya tiene elementos de referencia, galanes de
cine, cantantes, guapos de turno le han mostrado sus duras y dopadas carnes en
mil imágenes, él, por otra parte entre tanta paja estaría encegado por los
melones siliconados de toda estrella refulgente. Vamos, que milagro sería que
la escena del balcón no acabara con Romeo cayéndose por mandar un mensaje y con
Julieta poniéndole los virtuales cuernos con Hamlet mientras Ofelia en lugar de
ahogarse rodeada de flores y cantando bellos poemas usara su locura para llegar
a influencer.
Decía que solo los niños, cuando
se enamoran antes de ser hombrecitos y mujercitas (lo que quiere decir muy pero
que muy pequeños por que las niñas se transforman en Lolitas antes de
pestañear) que se dan una flor, una tarjeta al modo yanky o cualquier otra
nadería.
No, la cosa no debería ser tan
difícil si no fuéramos en este país como el propio país: áspero, duro, hostil,
donde a la tierra por fértil que sea hay que arrancarle sus frutos a guantazo
limpio, desconfiado por tanta traición que jalona nuestra historia, avariento
para vivir una ficción por que somos Quijotes y Don Quijote lo que no quería
era vivir su realidad con una Aldonza que olía a ajo, según Sancho.
Pero no, no voy a seguir por ahí
teniendo en cuenta que lo más romántico que he vivido ha sido que se cambiara
de acera para no verme, no sería justo.
Un obispo que se dedicaba a casar
jovencitos cuyos matrimonios estaban prohibidos por la ley. Yo me preguntó ¿qué
le habían hecho esos jovencitos?, ¿Por qué esa saña?
No, me parece que este tampoco es
un buen camino para esta entrada.
Sí, claro, siempre esta lo
socorrido de la fiesta comercial, que si la han inventado para vender. Muy
visto.
Por cierto que han aparecido
estos días en los escaparates unas pastas con mermelada por encima en forma de
corazón, que parte el corazón no partirla a mordiscos. Algo bueno tenía que
salir, claro que deglutir un montón de calorías no me parece que resulte romántico.
A ver, ya hemos descartado Romeo
y Julieta, de los amantes de Teruel ya sabemos lo que se dice, ¿Paolo y
Francesca? No estaría mal muriendo los dos en la misma estocada del marido
coronado, pero al fin y al cabo están en el infierno, en el primer círculo,
pero infierno al fin y al cabo.
Ya está: Abelardo y Eloisa, uy,
mejor no. Se me olvidaba cómo acabó Abelardo
¿Antonio y Cleopatra? No, no, no,
buscamos parejas amándose no un duelo de cobras cachondas.
Ya está: la gran historia de amor
que hizo suspirar a las almas románticas de la segunda mitad del veinte. La
historia en que un rey renunció a la corona por la mujer que amaba: Eduardo y
la Sra. Simpson. Casi que mejor no por quÉ lo que se dice y lo que se quiere
aparentar que no se quiere decir la cosa tiene muchos dimes y diretes y no
sabemos en qué historia de amor estamos.
Alfonso XII y María de las
Mercedes, en fin, dieciocho años la criatura, tampoco es como para hablar de
semejante tragedia en este día dedicado a los enamorados.
Se podría hablar de esos otros
amores, anónimos, el de Manolita y Pepín tan tiernos, tan… , tan… tan… amores.
Esos en los que se llaman nena y nene, gordi (a mi me llama gordi y no respondo,
pero bueno de todo tiene que haber), sí esos amores domésticos, complices, esos
que ponen cara de imbéciles a los enamorados, amores sin estridencias en una
vida común. Si, podría hablar de ellos
si no fuera por qué pasados los siete años de rigor se van a lanzar como
panteras al cuello del otro en muchos casos y en otros tantos se van a quedar
con las ganas. No voy a negar que queda un porcentaje en que siguen juntos sin
desear asesinarse, que hacen suyas las penas y alegrías del otro y que sacan
una o más vidas adelante sin truculencias, pero esos no son enamorados, son
amigos (quizás con derecho a roce) y la amistad es algo muy distinto y que hay
que tratar con pinzas, demasiado valiosa para hablar aquí.
Me he reído como un enano. El paseo histórico que nos has dado ha sido fantástico. Pero tienes razón. El amor romántico, tan toqueteado por todos, es de los que no se casan. Las expectativas han aumentado, los vínculos sociales se han deteriorado tanto con la tecnología que las expectativas que se nos aplican nos agobian.
ResponderEliminarEs mejor tomárselo con calma y luego de comerse unos chocolatillos (ya sea en compañía o solos) pues uno se dedica ya sea a brindarle un momento a la media naranja o a mimarse uno mismo. Los detalles, pues si, sientan bien. Pero si no los tenemos, no los tenemos.
XOXO
Las expectativas no es que hayan aumentado es que se han lanzado al espacio con o sin tecnología.
ResponderEliminarLo del chocolate me parece maravillosa idea y tienes razón en lo de los detalles, es más debería ser eso, detalles, pero también en eso las expectativas crecen y crecen y crecen