Desde no hace mucho soy
oficialmente viejo. Con esto quiero decir que he cumplido los 65 y ya puedo
acceder a las cosas de la tercera edad, vamos, que he pasado de ser un hombre
maduro de 64 a ser un anciano de 65. De ser alguien a quien no se admite en las
residencias de mayores por joven a ser alguien a quien no se admite en las
residencias de discapacitados por viejo. No es de extrañar, siempre he tenido
la edad inadecuada para todo, pero eso es otro cantar que quizás cante más
adelante. Lo cierto es que siempre he estado entre gente mayor que yo y ahora
que soy yo el mayor me siento raro. Eso sí, me di cuenta de que, a ciertas
edades, se pierde un poco el reparo de hacer, decir o pensar ciertas cosas.
El ejemplo más obvio y que da lugar al título de este
blog es la alegría primaveral. Me explico. Durante mucho tiempo paseaba todos
los días por la Casa de Campo y nunca dejaba de sorprenderme que los primeros
en quitarse ropa para caminar o hacer ejercicio eran los hombres de más de 60.
Cuando digo quitarse ropa no sólo me refiero a quitarse la camiseta (aunque
fuera un febrero soleado) sino, literalmente, a caminar como vinieron al mundo,
o poco menos. Cierto que a menudo por senderos poco transitados que yo
frecuentaba para tomar el sol lo más desnudo y discretamente posible,
quietecito y guarecido. Ellos caminaban con una envidiable naturalidad de la
que yo no fui capaz de joven. Lo mismo les pasaba con sus opiniones que
soltaban se les preguntara o no a quien quisiera (o no) oírlos. Ahora que he
alcanzado esa edad de vejez oficial he decidido apuntarme a ambas actitudes
intentando aprovechar la experiencia que, por lo visto, no tenía el año pasado.
He de añadir que junto al despelote y la lengua criticona y parlanchina de dar
la opinión pedida o no y la de contar batallitas tipo “abuelo Cebolleta” (ver
imagen para los nuevos que no le conocen), hay otra cosa que nos caracteriza:
todo nos parece mal, por nuevo, por viejo, por feo, por ruidoso, por alto, por
bajo, por lo que sea, todo nos parece mal. Ahora que oficialmente ya he alcanzado la
vejez y como especial homenaje a aquel abuelo que sin más indumentaria que un
palo se me cruzó en la carretera, al que casi me llevo por delante y que se
paró desafiante, inicio la andadura de esta sección, eso sí, ejerciendo la libertad
que me da mi recién adquirida vejez, en pelotas picadas.
Por cierto: no soy el de la foto.
Podría ir de fino y poner el clásico y maravilloso “Viejo desnudo al sol” de
Mariano Fortuny (ver imagen), pero los viejos de la era de Fortuny poco o nada
tienen que ver con nosotros los viejos milenial o como cojones, sin perdón,
quieran llamarnos ahora.
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