Dentro de un mes será el aniversario pero dentro de un mes, como entonces, estaremos todos enredados en nuestra catástrofe personal que es la Navidad de cada uno. Dentro de un mes hará veinte años. “Sentir que es un soplo la vida, que veinte años no es nada, que febril la mirada te busca y te nombra”, decía Don Carlos Gardel. Uno dice, que bonito, que bien rima pero veinte años son una barbaridad de tiempo hasta que un día, al dar la vuelta a una mañana descubres que no, que veinte años no es nada y que en ellos, en ese tiempo que parece arrasar con todo, no se ha llevado sino lo superficial, lo banal, lo insignificante dejando cuanto quisieras haber perdido para siempre como el dolor. No pretendo contar una novela aunque pueda parecerlo, no tiene nada de literario lo que voy a escribir, es todo rigurosamente real, casi documental aunque comprendo que parece el argumento de una peli o de un novelón. Hace veinte años, hará veinte años el 21 de Diciembre que ella se mató. Me refiero a Inma de Santis, se mató en un accidente en unas vacaciones y lo supimos, al menos yo, el día 23. Día de enredos familiares, de cosas que hacer y de falta de tiempo para darse cuenta de hasta que punto un puntal de tu vida se había derrumbado. Luego, cuando tienes tiempo, no quieres asumirlo y dejas ahí el hecho, el comentario, el recorte quizás. Más tarde, al dar la vuelta a una mañana navegas a lo tonto por la red y recuerdas su nombre, lo escribes, le das al Google y aparece ella. Y descubres, atónito, que han pasado veinte años y que es cierto que no son nada y que la mirada la busca todavía en las viejas películas, ansioso de ver una aparición fugaz, una escena, un fotograma. Descubres que hace años que no la mencionas por no levantar la venda de la herida y que, quizás, sólo quizás, haya sido la única mujer que realmente has amado. Debería hablar en primera persona. Ella y yo nacimos el mismo año, se rumoreaba que vivía cerca, a menos de veinte minutos caminando, (la almendra central de Madrid es pequeña y laberíntica, un pueblo retorcido, nada esta lejos pero nada está “ahí mismo”) a pesar de lo cual jamás la vi. La conocí en el 69, quizás en el setenta, en una pantalla de cine. Uno de esos viejos cines de barrio que los jóvenes no habéis conocido y en los que los no tan jóvenes echamos los dientes. Recuerdo la película: “La vida sigue igual” del almibaradísimo Julio Iglesias que tuvo el buen gusto de no hacer más películas, que yo sepa. Aquella cosa tenía como únicos alicientes una espléndida Charo López (demasiado mayor para que yo a mis diez años pudiera apreciarla) y una canción (creo que era “Chiquilla” pero no me hagáis caso) que el ¿cantante? Cantaba a una niña, esa deliciosa criatura era Inma de Santis, es la imagen con que encabezo esta entrada. Desde entonces y en la medida de mis posibilidades, más bien escasas, fui siguiendo la trayectoria de aquella niña, muchachita, joven desde el arrobamiento más puro. Recuerdo que me tragué el peñazo de Ana Karenina, los autores rusos nunca han sido de mi predilección, en aquellas célebres Novelas de la sobremesa de cuando había un solo canal tan solo por que ella tenía un papelito. Recuerdo su Infanta en Las Meninas de Buero y un montón más de pequeños papeles de actriz que empieza.
Guardaba recortes de ella, como todos los chicos de sus bellezas predilectas, y cuando estuve enfermo y hospitalizado una muy larga temporada en el cajón de mi mesilla había un par de fotos suyas recortadas de una revista. Es fácil que hagáis chistes pero os equivocaríais de medio a medio. De aquella enfermedad salí adulto, o sea, desengañado, y con el convencimiento de que jamás la conocería.
Curiosamente quise hacer periodismo, entonces Ciencias de la Información pero me mal aconsejaron y estudié otra cosa. Me obligué a hacerme mayor y dejarme de tonterías adolescentes, me deshice de muchas cosas de cuanto me recordaba a mi adolescencia enfermiza, a esa época de niño sin madurar o joven sin crecer que es la feroz transición a la edad adulta. Entre las mil cosas, ideas, actitudes, relaciones que abandoné y tiré estuvo la carpeta donde guardaba los recortes de Inma. Eso era cosa de críos. Su carrera siguió con las vicisitudes de quien no cede a la corriente que se imponía entonces, destapes y demás. Ella sí estudió Ciencias de la Información, en la facultad junto a la mía, en los mismos años, con la misma edad. Una vez más estuve cerca de ella aunque a esas alturas había dejado de seguir su trayectoria y de agenciarme las entrevistas que daba, tan banales como cabía esperar –eran años de una enorme libertad y al mismo tiempo de una enorme estupidez, supongo que en lo relativo a la prensa del corazón será ahora igual, claro que los protagonistas de entonces eran algo más (actrices, cantantes, etc.) que simple carne de papel couché-. Casi, casi la olvidé perdido en mis historias personales.
Aquella época pasó y dejó un vacío aun más profundo en mi vida, uno más. No sé cuando, sé que habían pasado años, ella ganó un premio dirigiendo un corto “Eulalia”, no sé cuando ella comenzó a presentar programas de televisión pero su belleza se me hacía insoportable. No seguí aquellos programas, no podía con el dolor de verla aunque disimulaba con los argumentos de que eran malos programas, de que no tenía tiempo para verlos, de que esas cosas eran tonterías. La verdad es que su belleza me dolía. Habían pasado otros amores, otras mujeres, otras historias pero ella seguía allí, como a los diez años al salir del cine de ver La vida sigue igual. Un día, justo antes de Navidad lo supe y seguí adelante, había perdido ya por entonces casi todo cuanto me importaba, todo mi mundo se había desmoronado un par de años antes, mi vida era un páramo y empezaba a ver la luz. No podía permitirme dejar fluir la devastación interior. Tuve que hacer una presa y contenerla, ignorarla, permitiéndome tan solo conservar el recorte de la reseña de su fallecimiento. Pero un día llegó la red. La gente de mi edad es casi analfabeta, salvo excepciones claro, en estas lides navegatorias. Probando, probando, escribí su nombre, y apareció un blog dedicado exclusivamente a ella. Entonces descubrí que sí, que veinte años no es nada y que aquella niña, aquella jovencita, aquella mujer en plenitud, la mujer madura que hubiera tenido que ser siempre estuvo, ha estado, está y estará en mí. Supe que, de alguna forma amé a Inma de Santis, quizás de la forma más pura que he amado, quizás como tantos españoles de aquella época de grandes bellezas y bastante más mediáticas (Victoria Vera, Bárbara Rey, Agata Lys, Pilar Velázquez) con unos pocos años más, sí, pero deslumbrantes todas –incluso hoy alguna hay que retiene lo que tuvo-. Ella era alguien aparte, en mi corazón y en el de otros muchos, no me cabe duda. Aquella tarde cuando oí la noticia en la televisión, ni siquiera en mi casa sino rodeado de gente que ni siquiera había oído hablar de ella, sin saberlo una gran parte de mi juventud se cerró para siempre. Dentro de un mes estaremos de nuevo perdidos en el laberinto de nuestra vida, de nuestra supervivencia navideña y no tendremos ni tiempo ni ánimos para sentarnos a escribir y a pensar sobre ella: una criatura de belleza excepcional, con la cara más perfecta y pura que yo haya visto, y con un talento truncado por un tiempo y por un malhadado accidente. Por cierto que eso de poner links no sé si sabré hacerlo pero el blog al que me he referido y del que he tomado todas las imágenes es (htp://inmadesantis.blogspot.com/). Llevado por octopusmagnificens a quien espero no haber molestado tomando estas imágenes.
Guardaba recortes de ella, como todos los chicos de sus bellezas predilectas, y cuando estuve enfermo y hospitalizado una muy larga temporada en el cajón de mi mesilla había un par de fotos suyas recortadas de una revista. Es fácil que hagáis chistes pero os equivocaríais de medio a medio. De aquella enfermedad salí adulto, o sea, desengañado, y con el convencimiento de que jamás la conocería.
Curiosamente quise hacer periodismo, entonces Ciencias de la Información pero me mal aconsejaron y estudié otra cosa. Me obligué a hacerme mayor y dejarme de tonterías adolescentes, me deshice de muchas cosas de cuanto me recordaba a mi adolescencia enfermiza, a esa época de niño sin madurar o joven sin crecer que es la feroz transición a la edad adulta. Entre las mil cosas, ideas, actitudes, relaciones que abandoné y tiré estuvo la carpeta donde guardaba los recortes de Inma. Eso era cosa de críos. Su carrera siguió con las vicisitudes de quien no cede a la corriente que se imponía entonces, destapes y demás. Ella sí estudió Ciencias de la Información, en la facultad junto a la mía, en los mismos años, con la misma edad. Una vez más estuve cerca de ella aunque a esas alturas había dejado de seguir su trayectoria y de agenciarme las entrevistas que daba, tan banales como cabía esperar –eran años de una enorme libertad y al mismo tiempo de una enorme estupidez, supongo que en lo relativo a la prensa del corazón será ahora igual, claro que los protagonistas de entonces eran algo más (actrices, cantantes, etc.) que simple carne de papel couché-. Casi, casi la olvidé perdido en mis historias personales.
Aquella época pasó y dejó un vacío aun más profundo en mi vida, uno más. No sé cuando, sé que habían pasado años, ella ganó un premio dirigiendo un corto “Eulalia”, no sé cuando ella comenzó a presentar programas de televisión pero su belleza se me hacía insoportable. No seguí aquellos programas, no podía con el dolor de verla aunque disimulaba con los argumentos de que eran malos programas, de que no tenía tiempo para verlos, de que esas cosas eran tonterías. La verdad es que su belleza me dolía. Habían pasado otros amores, otras mujeres, otras historias pero ella seguía allí, como a los diez años al salir del cine de ver La vida sigue igual. Un día, justo antes de Navidad lo supe y seguí adelante, había perdido ya por entonces casi todo cuanto me importaba, todo mi mundo se había desmoronado un par de años antes, mi vida era un páramo y empezaba a ver la luz. No podía permitirme dejar fluir la devastación interior. Tuve que hacer una presa y contenerla, ignorarla, permitiéndome tan solo conservar el recorte de la reseña de su fallecimiento. Pero un día llegó la red. La gente de mi edad es casi analfabeta, salvo excepciones claro, en estas lides navegatorias. Probando, probando, escribí su nombre, y apareció un blog dedicado exclusivamente a ella. Entonces descubrí que sí, que veinte años no es nada y que aquella niña, aquella jovencita, aquella mujer en plenitud, la mujer madura que hubiera tenido que ser siempre estuvo, ha estado, está y estará en mí. Supe que, de alguna forma amé a Inma de Santis, quizás de la forma más pura que he amado, quizás como tantos españoles de aquella época de grandes bellezas y bastante más mediáticas (Victoria Vera, Bárbara Rey, Agata Lys, Pilar Velázquez) con unos pocos años más, sí, pero deslumbrantes todas –incluso hoy alguna hay que retiene lo que tuvo-. Ella era alguien aparte, en mi corazón y en el de otros muchos, no me cabe duda. Aquella tarde cuando oí la noticia en la televisión, ni siquiera en mi casa sino rodeado de gente que ni siquiera había oído hablar de ella, sin saberlo una gran parte de mi juventud se cerró para siempre. Dentro de un mes estaremos de nuevo perdidos en el laberinto de nuestra vida, de nuestra supervivencia navideña y no tendremos ni tiempo ni ánimos para sentarnos a escribir y a pensar sobre ella: una criatura de belleza excepcional, con la cara más perfecta y pura que yo haya visto, y con un talento truncado por un tiempo y por un malhadado accidente. Por cierto que eso de poner links no sé si sabré hacerlo pero el blog al que me he referido y del que he tomado todas las imágenes es (htp://inmadesantis.blogspot.com/). Llevado por octopusmagnificens a quien espero no haber molestado tomando estas imágenes.
No solamente no me molesta sino que estoy encantado con el hermoso artículo que le has dedicado a nuestra querida Inma. Excelente.
ResponderEliminarLa canción de La Vida Sigue Igual (la película) que Julio Iglesias le canta a Inma es Hace unos Años. El vídeo de esta escena estaba disponible en YouTube hace un tiempo, pero lo retiraron...
No sé si ya lo sabías, pero de pequeña Inma vivía en la calle Limón. En el 20 aniversario recordaremos ese rostro perfecto y puro que nos enamoró. Ese rostro y esa voz...
Un saludo.
Muchas gracias por tus elogios.
ResponderEliminarSabía que vivía en el barrio pero no exactamente la calle.
Nunca se me ha ido de la cabeza pero desde que encontré tu blog está tan presente en mi vida como cuando estaba viva.
Un abrazo