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miércoles, 25 de abril de 2012

He besado tu boca.

 Salomé:
-¡Ah! ¡No querías dejarme que besara tu boca,
Jokanaan! ¡Bueno; ahora te la besaré!
La mordisquearé con mis dientes cual si fuerse un
fruto maduro. Sí, ahora te besaré en la boca,
Jokanaan. Ya te lo dije, ¿No te lo había dicho?
¡Sí, te lo había dicho! ¡Ah!, ¡Ah! Ahora te besaré
en la boca … Pero, ¿por qué no me miras Jokanaan?
Tus ojos, antes tan fieros, tan llenos de arrogancia
y desdén, tienes ahora cerrados. ¿Por qué los
tienes cerrados¿¡Pero abre los ojos, levanta
los párpados, Jokanaan! ¿Por qué no me miras?
¿Te infundo acaso miedo, Jokanaan, para que no
quieras mirarme? Tampoco dice nada tu lengua,
Jokanaan, esa víbora roja que escupía sobre mí
su veneno. ¿Es raro, verdad? ¿Cómo será
posible que esta víbora roja no se mueva ya?
Tú proferías insultos contra mí, contra Salomé,
la hija de Herodías, princesa de Judea.
Muy bien. Pero yo aún estoy viva al paso que tú
estás muerto y tu cabeza, tu cabeza me pertenece.
Puedo hace de ella lo que quiera. Puedo
arrojársela a los perros y a los pájaros del aire.
Lo que dejen los perros, los pájaros del aire lo
Apurarán…¡Ah!, ¡Ah! Jokanaan, Jokanaan,
tú fuiste el único hombre que amé; los demás me
inspiraban asco. En ti cifré mi ideal de belleza.
Eras hermoso; tu cuerpo era una columna de marfil
sobre basamentos de plata. Era un jardín lleno
de palomas y florecido de azucenas de plata.
Nada en el mundo era tan blanco como tu cuerpo.
Nada en el mundo era tan negro como tus guedejas.
En el mundo entero no había nada tan rojo como
tu boca. Tu voz era como un incensario que difundía
aromáticos sahumerios, y cuando te miraba,
percibía yo una secreta música…
(Absorta en la contemplación de la cabeza de Jokanaan)
¡Ah! ¿Por qué no me miraste, Jokanaan?
Tú ocultabas tu rostro entre tus manos y
me insultabas. Te pusiste en los ojos la venda del
que quiere ver a Dios. ¡Bueno! Pues ya has visto a
tu Dios, Jokanaan; pero a mí, a mí nunca me viste
¡Si me hubieras visto, me habrías amado!
Yo siento sed de tu hermosura. Tengo hambre de
tu cuerpo. Ni vino ni manzanas pueden apaciguar
mi apetito…¿Qué he de hacer ahora, Jokanaan?
Ni los ríos ni las grandes aguas podrían apagar
este intenso anhelo. ¿Cómo haré ahora, Jokanaan?
Princesa, me desdeñaste; desfloraste mi alma
virgen y en las venas de mi cuerpo casto infiltraste
el fuego de la lascivia. ¡Ah! ¿Por qué no me miraste?
¡Si me hubieses mirado, me habrías amado?
Harto lo sé, me habrías amado. Y el misterio del
amor es más grande que el misterio de la muerte.

Salomé (con voz apagada)
-¡Ah! He besado tu boca, Jokanaan, ¡Ah!
He besado tu boca; había en tus labios
un sabor amargo. ¿Sería sabor a sangre? No.
Acaso supiese a amor… dicen que el amor tiene
un sabor amargo… pero, ¿Qué más dá?
¿Qué más dá? He besado tu boca, Jokanaan.
He besado tu boca.
Herodes (volviéndose):
-Matad a esa mujer.

A veces lo único que nos salva es abrazarnos a cualquier forma de belleza y cuando releer una obra como esta (Salomé de Oscar Wilde) por milésima vez consigue volver a emocionarnos es que hay una profunda belleza, quizás perversa pero belleza al fin.

4 comentarios:

  1. Me alegra verte mas complacido. Eres afortunado, tienes tesoros guardados, como este, al que agarrarte. No todos pueden decir lo mismo.
    Bellísimo.

    Un abrazo

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    1. Tengo que darte toda la razón. Sin estos pequeños refugios seguramente la vida sería aun más insoportable.
      Un abrazo

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  2. Qué quieres que te comente que no sepas, o intuyas como visitante de mi blog.
    ;-)

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    1. La vida sin Oscar sería un lugar mucho más siniestro y estúpido. Si, no hace falta que digas nada. Con leerte, basta.
      Un abrazo

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