Nadie llegó a la Universidad con más ilusión que yo. Es
posible, aunque lo dudo, que con la misma, más, imposible. Desde muy niño al
cruzar la Universitaria me soñaba yendo a estudiar allí. No fue fácil,
problemas familiares, personales y demás pusieron muy difícil llegar y acabar.
Soy el primero de dos familias en acabar carrera superior, el único en
doctorarme y somos como treinta primos. Mi abuelo era carpintero y gaiteiro, mi
otro abuelo era cobrador de tranvías. Esos son mis ancestros, ningún notario, registrador
de la propiedad o director general de nada, bueno una prima de mi madre estuvo
relacionada con un director general: era su chacha. Llegué allí pensando que me
encontraría en un ámbito sino de alta cultura sí por lo menos de interés por
aspectos humanísticos. Cierto que corrían malos tiempos, como todos que diría
la ínclita y nunca bien ponderada Sophia Petrillo, pues era el año 77 y a
nadie, repito, a nadie le preocupaba nada fuera de lo que ha venido a llamarse
La Transición. Comprensible, desde luego pero sólo si lo miramos desde el punto
de vista histórico. La realidad que pisábamos todos los días los alumnos era
que todo el profesorado, aún sin saber de qué lado caería la monedita política,
se esforzaba en no pasar de la Edad Media para no quedar comprometido. Loable
esfuerzo que me hizo estar estudiando cinco años el prerrománico asturiano y
que consiguió su objetivo. Hice mi tesina, mis cursos de doctorado, mi tesis y
salí. Bien. Fueron bastantes años allí dentro y vi cutrez y estrechez de medios
y de miras, más de estas que de aquellos. Nadie como yo Salió de allí con la
sensación de haber perdido el tiempo de un modo lastimoso.
Sin embargo, por ese estúpido optimismo que parece
ser que todos llevamos dentro pensaba que todo acabaría poco a poco mejorando.
Bien, las últimas medidas que se han tomado con respecto a la universidad
demuestran que me equivocaba también en esto. Finalmente el caballo se ha convertido
en el cerrojo y esta es la perspectiva que tienen las generaciones que vengan.
Siempre he lamentado no tener hijos pero las actuales circunstancias no hacen
sino que me alegre infinitamente de ello: yo no he engendrado vasallos para los
clientes de Serrano.
Hace unos días que escribí lo anterior y hoy escucho no sin pasmo, asombro y estupefacción que el Excmo Sr. Ministro dice a las familias que, atención señores, pidan crédito para pagar las carreras de sus hijos, justo cuando los créditos no se dan. Sintiéndo un escalofrío de cierto espanto y vértigo recordé la vieja historia de una reina sobre panes y tortas y como se convenció la pobre de que calladita estaba más guapa. Eso sí, un poco tarde. Sinceramente me parece una burla intolerable ese “consejo” del Excmo. Sr. Ministro, pero ¿qué esperábamos?
(Por fin me han enseñado a meter vídeos yuju y ninguno mejor que este para empezar) La inmensa Edith Piaf cantando el hinmo revolucionario "Ça ira" en "Si Versalles hablara" del 53. Buscad en google y encontraréis la relación con la entrada.
Me ha gustado esta estrada, me ha movido por dentro. Como tu, yo tampoco tengo hijos y desde hace mucho, mucho antes de la crisis, que cuando miro un niño no puedo evitar pensar en la mierda de mundo que les espera. Siento lastima de nosotros pero mas siento por ellos. Lo llevan claro.Un abrazo.
ResponderEliminarPero hombre haber pedido ayuda, que ya ves que todos los íbamos colocando, ainsssssss.
ResponderEliminarDe lo importante qué quieres que te diga, jamás les importó demasiado ni la cultura ni que esta se extienda, ya ves cómo anda el patio, más marujón que nuca.
Edith revolucionaria es todo un descubrimiento. Creí que su aproximación al tema no pasaba de "Le diable de la Bastille" (Il savait bien le malin qu´il tenait dans ses mains le destin d´une fille) Tengo que conseguir la peli. Seguro que agarra por la peluca al Excmo Sr. Ministro, digo a Marie Antoinette.
ResponderEliminarUn abrazo