Esta imagen no sé de donde viene pero bien podría ser la portada de alguna edición de la novela.
En “La conquista del cuerpo”, libro que comenté en una entrada reciente aparece un fragmento de “El negro que tenía el alma blanca” de Alberto Insúa que, curiosamente, me llevó a la lectura inmediatamente anterior, un libro encontrado en un puesto por casualidad (Lydia Vázquez: “Elogio de la seducción y el libertinaje”) con lo que me picó la curiosidad sobre el dichoso Negro que tenía el alma blanca. No sé, quizás sea yo solo pero a mi aquello me venía sonando a película culebronera de los cuarenta. Así que tiré de bibliografía y me encuentro que hay una edición relativamente reciente (1998) y me lancé a su búsqueda. Apareció, claro que apareció, y lo cierto es que me lo bebí en dos tardes.
Ante todo he de decir que un libro que usa el lenguaje y no lo que se viene haciendo últimamente –unos por anglicismos baratos y otros por una no menos barata “voluntad de estilo”- ya lleva mucho ganado para mí. Eso lo hace Insúa desde la primera letra y con una facilidad que hace que incluso conceptos que nuestra mente [pretendidamente] abierta de hombres del XXI rechazaría de plano en otro contexto entren suavemente, permanezcan aislados en nuestra mente pero sin dejar de cumplir su parte en la trama, obviamente me refiero al racismo que subyace o sobreyace, según se mire, incluso en el título: inferioridad del negro que, de puro bueno, tiene el alma “blanca”. Es posible que frases brutales que deja aquí y allí relativas a la escala de las razas, la subespecies dentro de la raza negra o el olor de “los de su raza”, fueran cosas que nadie cuestionara en la época pero parecen, y no digo que sea así, situadas en contextos que las desmienten automáticamente. Con cierto cinismo diría que así deja satisfechos a todos. Especialmente a una España que se creía firmemente que no era racista. Pero eso es un comentario cínico y personal.
Escenarios, dos: un teatro madrileño que ofrece “obras de texto” y varietés al final de la noche, su compañía titular y los moscones habituales que, parece ser, rondaban por entonces estos lugares y un segundo y posterior escenario múltiple y cosmopolita, muy de la época, Jardiel, por ejemplo, también se recrea en este tipo de ambientes, menos dibujado, menos importante pues, como esa gente que salió con tres años del pueblo hace sesenta y sólo piensa en volver a él, los personajes viven atados a ese Madrid y a ese teatro cada uno por su historia. En cierto sentido la tensión, por decirlo así, entre ambos es la materia oscura que une y da aun más sentido a la historia. Hay algo, mucho, de folletín, moderado sin duda; de melodrama con un protagonista de una bondad que está más allá de ángeles y arcángeles, también. Sin embargo, creo que hay algo más, algo a lo que cada vez estamos menos acostumbrados: categoría, clase, savoir faire y también humanidad con el olor que ésta desprende. Todo con un cierto distanciamiento que permite al lector verse ahí y no verse ahí, según le convenga, y también la sonrisa e incluso alguna que otra carcajada. Es evidente que no tengo la formación necesaria para hacer un comentario más profundo (aunque bien que me gustaría) sobre la obra y aquí lo voy a dejar.
Cartel de la película de 1926-27 con el encanto de aquella manera de ilustrar.
A lo que sí me atrevo es a una breve reseña de las películas que se hicieron sobre esta novela: una primera versión nada menos que del año 26-27 con una jovencísima Conchita Piquer, otra del año 34, ambas con protagonista negro y ambas dirigidas por Benito Perojo. Finalmente, la más conocida pues el cine que se hizo antes de la guerra sufrió tremendas pérdidas, es la que se hizo en 1951 dirigida y protagonizada por Hugo del Carril, célebre cantor de tangos… blanco que se pintó ad hoc. Hoy hacer una versión sería impensable a menos que uno sea Garci y, de verdad, después de "Sangre de mayo" y "Ninette", de verdad que no. O sea: no. En serio, no, ¿eh? No. Sin embargo, sólo ahora se podría expresar de un modo visual la tremenda carga erótica de algunos de los episodios de la novela. Desde el casi obsesivo afán por bañarse del protagonista, bailarín además, los asaltos sexuales que sufre por la primera actriz de la compañía en una escena en que comida, sexo y carne se entrelazan de un modo sutil más sugerida que expresada y de la, curiosamente, uno sale con la impresión de que el plato fuerte es el hombre, y hasta el visceral asco que produce en su amada por su raza. La sensualidad extrema de los bailes en el último tramo de la obra sólo ahora se podría expresar.
Cartel de la versión del año 34
Cartel de la versión del 51 con Hugo del Carril y una hoy casi olvidada Maria Rosa Salgado. El personaje femenino de La Cortadita es sumamente importante y requiere una interpretación de excesos y contenciones. Dífícil, muy difícil.
Esto me lleva a pensar que desde principios del XX parece que España ha necesitado un “galán” negro para sus fantasías o sus ensoñaciones y, por supuesto, sus varietés. Especialmente en el primer cuarto, época por cierto del triunfo de esta gloriosa raza en los escenarios del mundo, el ejemplo más conocido sin duda fue Josephine Baker. Veamos si no este popular charlestón de Bolaños y Jofre “¡Cómprame un negro!", al que le puso música el maestro Villajos. Lo estreno “La Yankee” el año 1926, año en el que también se presenta en el Olympia de París:
Son tantos negros los que han venido
para enseñarnos el charlestón
que las mamás se ven morás
para evitar ir al bazar,
donde esas muestras de chocolate
a los pequeños hacen exclamar:
¡Madre, cómprame un negro,
cómprame un negro en el bazar!
¡Madre, cómprame un negro,
cómprame un negro en el bazar!
que baile el charlestón
y que toque el jazz-band.
¡Madre, yo quiero un negro,
yo quiero un negro para bailar!
El otro día papá me dijo:
-¡Anda, nenita, vente al bazar!
Y, al ir allí, un negro vi
y yo a papá le dije así:
-¡Éste es Domingo, nuestro vecino,
un gran amigo de mi mamá!
¡Madre, cómprame un negro,
cómprame un negro en el bazar!
¡Madre, cómprame un negro,
cómprame un negro en el bazar!
que baile el charlestón
y que toque el jazz-band.
¡Madre, yo quiero un negro,
yo quiero un negro para bailar!
Uno de los grandes responsables de nacimientos en España fue sin duda Antonio Machín. ¿Quién no caería ante esa voz diciendo que “cuando digo tu nombre/ siento envidia de mi voz? ¿Y que melodía más a cuento en esta entrada que Angelitos negros? Llegó a este país en el año 39 y se quedó haciendo felices a nuestras madres con sus Dos gardenias que todos las hemos oído cantar trajinando en casa (A los de menos de treinta, poned abuelas)
Los tiempos cambian y se imponen otros ideales más “espirituales” y en pleno Concilio Vaticano II surge la imagen de otro negro (con alma y parte del hábito blanco) que permite aunar en las mentes hispanas los aspectos más variopintos: “Fray Escoba”. Película rodada en 1961 y protagonizada por René Muñoz. En mi escritorio hay una figurita de barro representando al entrañable San Martín de Porres (curiosamente canonizado en 1963 como Santo Patrón de la Justicia Social) que lleva en mis manos más o menos desde por entonces, claro que el primer adorno de árbol de Navidad que se compró en casa fue por aquellos años y fue… un angelito negro que aun cuelgo “con amor” de mi monumental árbol navideño.
Cartel de Fray Escoba, Ramón Torrado 1961.
Ojo a las letra blancas sobre el hábito: El Dios Negro, uyyyyyy como suena eso ¿Verdad?
A pesar de los esfuerzos para evitarlo los tiempos siguieron cambiando y hubo un último rabotazo en esta misma línea místico carnal en el cine ibérico: “Johnny Ratón” de Vicente Escrivá en 1969. Lamentable espectáculo a medio camino entre la promoción inmobiliaria, la publicidad a Sevilla, Sor Citróen y un mal viaje, que ni siquiera tiene la disculpa del entorno. Eso sí, todas las chicas de la época que he oído encontraban al actor negro Robert Packer (un hermano de la Orden de San Juan de Dios, en la ficción, claro) “muy potable”. Ah, a mí me encantó cuando la vi… a los diez años. Cuando la volví a ver… mejor me callo.
¿Papi, que sera lo que tiene el negro?
ResponderEliminarMuy buena reseña de libro y películas amigo.
ResponderEliminarAbrazos.
Jugosísima entrada. Un hijo de Insua que se llamaba como su padre y que ha fallecido recientemente, científico de profesión, también hizo sus incursiones en el cine como guionista. Si no recuerdo mal, en algunas películas de Javier Aguirre.
ResponderEliminarEn cuanto a la negritud en nuestro cine, ademas de esos dos curas, solo recuerdo a la negrita que salía en las pelis de Marisol. De niño la veía por mi barrio. Por cierto que por allí también vivían las hermanas Benitez que eran mulatas e hicieron alguna incursión musical en el cine.
Por cierto qué preciosidad de carteles.
Un abrazo
David: precisamente esa es la clave de la novela y desde luego la de la escena más erótica. En ella una mujer experimentada desea "saborear" al negro, casi literalmente. Esa curiosidad impregna la novela lejos desde luego del erotismo obvio que es lo que parece hoy imprescindible.
ResponderEliminarCarlobito: Muchas gracias. Cuando encuentro algo que me parece poco conocido u olvidado me gusta comentarlo por si a alguien puede suponerle lo mismo que a mí. Además, la frase del título se decía mucho cuando yo era niño, "el jersey negro", "¿el que tenía el alma blanca" por ejemplo, llegando a formar parte de cierta memoria común creada por las películas y que ya hoy se ha perdido.
Uno: Ante todo gracias. No tenía referencias de este segundo Alberto Insúa. En aquel grupito de niñas que rodeaban a Marisol, ¡se podría decir tanto!, no podía faltar el detalle exótico, en gran parte por que entre otras cosas las películas de entonces tendían a ser un canto a la patria y la patria tenía colonias, entre ellas Guinea, lo que implica una población negra importante, eso sí, fuera de la península.
Ah, las Hermanas Benitez con sus vestidos ceñidísimos, sus uñas larguísimas y su célebre "corazón de melón, de melón, de melón, melón, melón" que es lo único que recuerdo pero desde luego son inolvidables. Por cierto, menudo barrio tienes.
Un abrazo a todos y gracias por leerme.