Semana Santa ha sido siempre uno de mis periodos predilectos del año, torrijas aparte; me gusta su calma, su paz, su falta de prisa. Madrid se quedaba, ahora menos, muy vacío y aunque la gente no saliera en la estampida masiva habitual, se movía de otra manera. Las procesiones eran humildes, discretas, hermosas, sí, (hablo siempre de Madrid) pero no acontecimientos telúricos como casi son ahora, que no digo que no esté bien, al contrario. Era, en cierto sentido, un paréntesis vacío, si no eres creyente pues nada y si lo eres ya sabrás como gestionar estos días. Eran días en que, de un modo u otro tenías tiempo y espacio para encontrarte con los amigos, los vecinos, e incluso con la familia, a menudo en torno a una bandeja de torrijas o freixós (no sé si lo escribo bien) pestiños o el dulce correspondiente con un café o una copa de moscatel. Tardes de conversación, de serenidad sin prisa en una ciudad a medio gas.
Ahora, y me temo que empiezo a ser un centenario temprano, no puedes encontrar con quien disfrutar de una suave tarde de palique en este puente, no hay nadie que no haya salido despavorido de la ciudad, como si hubiera un brote de ébora. La ciudad, por el contra, está llena. Los turistas invaden las calles, quienes visitan las monumentales procesiones (que no son más que aquellas le ha dado a Telemadrid por cubrir, o sea cuatro contadas), abarrotan el Centro. Ni siquiera los comercios cierran en Viernes Santo y te encuentras con esa especie humana de “maruja enfurecida con carrito de la compra” no descansa ni un solo día. Desconocidos, extraños, ajenos al mundo de los que nos hemos quedado. Nadie a quien invitar a un café, nadie con quien echar una parrafada y/o compartir tus/sus torrijas. El Éxodo de los puentes resulta más flagrante en este y el Sábado Santo queda como un espacio vacío sin puertas ni teléfonos donde llamar por que se han ido. Hoy, esta tarde, es tiempo de paz, de calma, de conversación, pero será para quienes se han quedado tiempo de televisión y, me temo, que para los que se han ido, también, (en el mejor de los casos).
¿Qué le ocurre al bicho humano para tener que huir como alma que lleva el diablo cuando hay tres días libres del mundo que es su vida para sumergirse en otro a menudo peor pues ni siquiera hay tiempo para encajar en él, más caro, corriendo riesgos inútiles por los desplazamientos masivos y sin motivos reales (devotos, familiares etc)? ¿Tan mal está gestionando su vida diaria que no es capaz de soportar vivir normalmente su entorno? ¿tanto odio ha reconcentrado contra las personas cercanas como para no querer ni verlas en cuanto no tiene que hacerlo por necesidad? Si es así ¿Qué clase de animal es este que siendo social busca desocializarse?
Espero que esta tarde haya alguna buena película en televisión.
Me he quedado en Madrid, en la parte vacía, que es toda menos el centro, tomado por los turistas, y he recorrido mis estaciones particulares de cata de torrijas. Por cierto, ya casi nadie las hace de vino. Asunto en el que si debería intervenir cultura tan dado el ministro a meterse donde no debe y ausente en los grandes temas.
ResponderEliminarUn abrazo
Completamente de acuerdo contigo: la torrija de vino debería ser patrimonio intangible de la humanidad.
EliminarNos hemos quedado en casa tranquilamente, yo soy de los que disfruta de la serenidad de estos días, tal vez porque en ellos veo esa necesidad de reflexión que tanto necesitamos. Uno no puede cambiar ciertas cosas a ciertas edades y sinceramente hay fechas que no son ni serán laicas sino serán otra cosa, pero no Semana Santa.
ResponderEliminarSin embargo, son fechas clave, por lo menos para mí. Además no podemos pasar por alto que las tradiciones precristianas no sólo reaparecen enmascaradas bajo las devociones católicas sino que se celebraban a menudo precisamente en torno a estas fechas. Los rituales de asesinar al hombre-rey anual y regar los campos con su sangre eran precisamente ahora. Algo hay de ritual en este despertar de la primavera que todas las culturas lo celebraron.
EliminarUn abrazo.
Yo me he largado al pueblo, pero no se por que a todo el mundo se le ocurrió la misma idea. Debí haberme quedado en casita, como tu dices, Joaquin. Por cierto, nunca he probado las torrijas con vino. Un abrazo.
ResponderEliminarEl caso es que si en el pueblo hay algo o alguien que te espera es bastante coherente pero irse a amontonarse desde que se sale de casa hasta que se vuelve, hacer colas, estar a merced del tiempo que haga y carente de las comodidades hogareñas, es que nunca lo he podido entender.
EliminarAh, la torrija de vino, un arte en extinción. Básicamente y para que te hagas una idea son -al menos en la receta que se ha manejado siempre en mi casa- iguales que las otras pero en lugar de leche y azucar la mezcla en la que se empapan es de vino obligatoriamente blanco, si no se quiere que parezca un filete en descomposición, rebajado con agua y, obviamente, ázucar. Con los años he perdido la mano para las proporciones pero si son las adecuadas es un majar de dioses.
Un abrazo