La verdad es que tenía preparada una entrada titulada "Chiquilladas" para hoy pero la he visto y me he dado cuenta de que era vulgar, previsible y adocenada; banal y sin sentido. Imaginad que empezaba así: "Un alcalde gallego del PP afirma que quienes fueron ejecutados por el franquismo "lo merecían" http://www.publico.es/461422/un-alcalde-gallego-del-pp-afirma-que-quienes-fueron-ejecutados-por-el-franquismo-lo-merecian
Esto es del 5 de agosto. En los últimos tres días se ha visto a cuatro cachorros del PP (curiosamente del PP valenciano) saludando al modo fascista y rodeados de símbolos nazis o, si se quiere, preconstitucionales, ya que la bandera del águila no es nazi “estrictu sensu”. Otros cachorros de la camada negra se burlan de los ancianos estafados por las preferentes y el tal Carromero, también de las Juventudes (¿será del Frente de Juventudes?) del PP reaparece “oportunamente” con declaraciones que no sé si son ciertas o no, pero sí que son “oportunas”, tanto como acordarse ahora del contrabando de tabaco, y lo hace desde un carguito público a cargo del erario madrileño, sin que nadie recuerde que este “joven”(¿a qué edad dejan de ser jóvenes los miembros del PP?) conducía con el carné de conducir retirado, delito o no, no es algo que sea ejemplar y menos para ser aplaudido y vitoreado."
Y en este plan.
Asi que, como parece que he caído en lo que se llama bloqueo del escritor (o aprendiz de) me he dicho: ¿Y que hago yo hoy con la caló que hase, mi arma?. Me he respondido con la única respuesta lógica que se puede uno dar en un mes de agosto, en plena ola de calor a las cinco de la tarde: "Pues echarse una buena siestecica"
Así que aquí traigo la no tan célebre Siesta del sí demasiado célebre D. Julio Romero de Torres que, además de pintar la mujer morena con los ojos de misterio y alma llena de pena de vez en cuando se dejaba caer con cosas como ésta de 1900. Sombra de patio, mecedora, junto a la puerta quizá corra una ligera brisa cordobesa, caliente y sensual. La dama se protegía del resol del mediodía mirando el florecer del patio andaluz, el sueño la va venciendo el el parasol cae de su mano lánguida. Silencio y cantar de chicharras. El rojo de la sombrilla, grande e intenso, se compensa con el de las flores; las rectas de la puerta con las curvas de la mecedora que se repiten, sensuales y acariciadoras en la dama cuyo rostro nos hurta, cierto que con una torsión algo forzada del cuello, dejándonos un tanto en el aire, en el enigma de si también esta tendrá el alma llena de pena o está descabezando un sueñecito con una sonrisa en los labios. La diagonal de la vara de la sombrilla y la del árbol que estructuran una V confluyen en el roleo de la mecedora, la parte más oscura, que también nos hurta, como el rostro. Un instante frágil, un enigma fugaz que se desvelará en cualquier momento, cuando la damita se despierte y se dé la vuelta. Pero nosotros ya no estaremos ahí, viéndola.
Obra de Singer Sargent de 1887
En esta otra siesta, menos íbérica, por supuesto, las damitas se ven sorprendidas por el sueño bajo unos sauces, todas gracilidad y elegancia, apenas esbozadas pero casi nos dormimos con ellas en el balanceo del bote que esperamos bien amarrado, en medio de un inevitable jardín inglés. La pincelada suelta, la elegancia de los colores y las formas, la serenidad de la diagonal de la barquita, hacen que pierda importancia la belleza de esos rostros que, seguramente, como decía Wilde, serán algunas de esas bellezas inglesas perfectamente olvidables. Lo que no lo es tanto es la pintura. Mientras D. Julio evoca, Sargent "sólo" pinta y trece años antes. Claro que Sargent aprendió en España, por lo menos aquí aprendió lo que le hizo diferente a sus coetáneos angloparlantes.
La siesta de 1905, también de Sargent.
Más cercana en el tiempo a la primer de las obras nos muestra otra siesta en tórrida tarde veraniega. Aquí se ve o se huele casi que hay algunas copas de algo de por medio, incluso, en el entrelazado de los tres cuerpos, la dama de faldas azules reposa su cabeza sobre el caballero barbado mientras sus piernas descansan bajo las del mozo aparentemente más joven de los pantalones blancos, se intuye un menage a trois, plácido o agotado en el calor de la siesta. Sargent aquí pinta a golpes violentos de luz, sin siquiera rematar los primeros términos o los rostros. Se diria que es dificil ir más allá de esta siesta a la pata la llana elaborada a golpetazos de luz. Nos equivocaríamos.
Joaquin Sorolla, La siesta
El pequeñín en la playa se ha quedado dormidito, los puños apretados, entre el dorado de la arena, a la sombra del parasol materno. Los pinceles acarician las formas, casi nos están diciendo: sssshhs, que se acaba de quedar dormido. Las pinceladas azules que forman las sombras y que aparecen en la arena, inesperadas, absurdas, dan peso y serenidad a la imagen. El verde del interior de la sombrilla enmarca la figura, la franja de sombra oscura paralela a la figura del bebé le situa y ace pesar sobre esa arena ardiente y bajo ese sol levantino inclemente en los brillos blancos y suavizado con un dorado matizado en la arena.
La siesta también de Sorolla con que cierro esta entrada es la más "pintura" como no podía ser de otra manera. Las mujeres, la resolución sumaria de las vestimentas no nos permite saber si son damas o campesinas, han caído casi fulminadas por el sopor inevitable de la hora, del calor, de la luz y sus curvas se perfilan entre sensuales y casuales entre verdes. Manchas de sol sobre los tejidos, contrastes violentos de luz mediterránea, veraniega. Sorolla parecía tener el sol en la punta de sus pinceles e ir iluminando sus obras con tenues y amplios toques. Como si en lugar de pintar hiciera magia con esa luz. Nada más lejos o nada más cerca, magia a través de su inmensa sabiduría pictórica.
Habiendo esto ¿para que hablar de "chiquilladas?
Te destaco dos frases una por bella y la otra por obvia, yo pensaba lo mismo. Sorolla parecia tener el sol en la punta de sus pinceles. La otra, la ultima.Parece que ya no se hacen siestas como aquellas, nos falta sosiego. Un refrescante abrazo, Joaquin.
ResponderEliminarBueno, yo a la que me descuido me zampo una siesta de tres o cuatro horas. Así que no sé si puedo suscribir tu última afirmación.
EliminarEn cuanto a Sorolla, pues eso: Sorolla. Aunque de vez en cuando se le iba el colorismo a la falla siempre será uno de los más grandes.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar"Siestas y chiquilladas" van unidas en mi memoria a las vacaciones de mi infancia en aquel pueblo y las "zaragardas" que organizábamos mis primos y yo mientras los mayores se echaban la siesta. Pero no me ha decepcionado en absoluto lo que he encontrado aquí bajo ese título. Todo lo contrario. Y si, Sorolla se sale.
ResponderEliminarUn abrazo
Me alegro de no haberte decepcionado. Mis siestas infantiles eran bastante más aburridas y solitarias. Casi siempre con un libro en la mano o mirando entre las rendijas de una persiana viendo el sol de plano sobre la calle.
EliminarUn abrazo