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lunes, 26 de agosto de 2013

Niños muertos, niños deformes, niños condenados a nacer cargando con una maldición.

No he tenido valor para poner imágenes de niños, soy un blando.
He de confesarlo: tengo una debilidad. Ahora iba a hablar de mi predilección por las pelirrojas y de su origen que no es otro que una jovencita de trece años (en el 71) caracterizada por una impresionante cabellera roja, la incontable cantidad de deliciosas pecas y una inenarrable capacidad para que los tirantes de las camisetas veraniegas se cayeran hombro abajo, junto con mi mandíbula admirad. Sí, ahora iba a hablar de aquel verano pero tengo la televisión puesta y, sin quererlo, escucho. Hablan de los niños muertos de Siria, de los niños que nacieron con malformaciones como consecuencia de las armas químicas de la Guerra del Golfo. En fin, de las catástrofes cotidianas ante las que uno, por mera supervivencia, acaba por inmunizarse. Sin embargo, para mí llueve sobre mojado.
Estoy aprovechando el verano para ponerme al día en lecturas que he tenido aparcadas demasiado tiempo. Ha querido la casualidad que este agosto –mes siniestro donde los haya- leyera “Flores de verano” de Tamiki Hara, escritor y superviviente a la Bomba de Hiroshima que no soportó la posibilidad de que Corea afrontara el mismo destino, según amenazó Harry S. Truman, presidente de USA, y se arrojó a las vías del tren en 1951 (permitidme algo de auto publicidad: http://lci20159.blogspot.com.es/2013/08/flores-de-verano-de-tamiki-hara.html). Tras él en la torre de libros atrasados estaba “Cuadernos de Hiroshima”, de Kezaburo Oé, último premio Nobel de literatura japonés en 1994. Curiosamente han coincidido con el aniversario y con el año que menos importancia le han dado los medios. Oé escribió una serie de artículos entre 1963 y 64, poco tiempo después de que se levantara, parcialmente, la prohibición por parte del ejército de ocupación de hablar del tema; en ellos, con la profundísima humanidad que posee el autor, dedica gran espacio y atención a la situación de los supervivientes, sus actitudes y síntomas. Afirma, con esa pluma japonesa que siempre parece distante apasionándose por una vez desde la quietud (y desde lo que el ejército de ocupación con los Juegos Olímpicos a la vista, le dejara decir, claro), que nos encontramos no sólo ante la posibilidad de la desaparición de la especie humana sino ante algo peor: su transformación en algo diferente a través de las mutaciones genéticas consecuencia de la radiación. Todavía hoy hay un más que relativo silencio sobre el tema.
Las imágenes de los niños sirios hoy y los que fueron víctimas en segunda generación de la Guerra del Golfo, no sé si he visto o si existen imágenes de las víctimas kurdas pero no verlas no supone ni permite alegar ignorancia. Han pasado cincuenta años desde las palabras de Oé y seguimos “produciendo” generaciones cargadas con no sabemos qué maldición genética, sin siquiera perspectivas de intentar cortar la espiral. Chernobil y Fukushima aportan otro matiz al asunto, no sólo con las armas se aumenta la vorágine. Aprendices de brujo jugamos con poderes que no sabemos controlar conscientes de ello y queriendo engañarnos como los niños que meten la cabeza debajo de un cojín y como ellos no ven creen que no son vistos. Generamos un tabú –que incluso a mí me ha impedido subir imágenes más duras que la cabecera de esta entrada- y miramos hábilmente a otro lado.
Hablamos y escribimos constantemente con toda justicia y razón sobre el Holocausto, para que no se olvide, pero apenas hablamos de Hiroshima, Nagasaki, Bikini o las consecuencias genéticas que aparecen ahora de la Guerra del Golfo. ¿No somos capaces de soportarlo o, sencillamente, no tenemos tanto interés en “que no se repita”? Por que no sé vosotros, pero yo siempre me he preguntado: si Hiroshima y Nagasaki hubieran sido de raza blanca ¿se habría usado la Bomba? Si las víctimas de Oriente Medio fueran de piel más clara y rubias ¿se pasaría tan por encima su tragedia que es la nuestra?
Sé que dije que no volvería a tratar la actualidad pero es que, desgraciadamente, esto no es actualidad.

2 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  2. No tenemos remedio. Los humanos digo. Somos un animal muy tonto. Y terriblemente egoista, como todos los animales.
    El instinto nos dice que protejamos a las crías y parece que funciona. Pero solo con las nuestras.

    Un abrazo

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