Aquí
el hombre sin historia empieza a desdibujarla, voluntariamente o no, no sabemos
qué pasó durante un tiempo, ni siquiera si fueron meses o años, y deducimos que
sus campos, su casa, las personas queridas hasta entonces, las hierbas
medicinales debían estar en su mente demasiado relacionadas con ella, pues fue
abandonando todo poco a poco hasta que acabó yéndose de la aldea sin más oficio
ni beneficio que las cuatro reglas, algo más pero sin documentar, y sin rumbo
fijo. ¿Lo hizo para buscarla o para huir de su recuerdo?, ¿Sería por entonces
cuando empezó a beber? Pues sería lo lógico, pero las referencias que tenemos
es que no, no más de lo normal en un muchacho de su edad. Sabemos que intentó
escapar de la aldea vía Armada, intentando entrar en no sé qué cuerpo pero que
no pudo por qué llevaba gafas. Luego nos han llegado anécdotas de cuando estuvo
aquí o allá, o acullá, durante “algún tiempo” tampoco sabemos cuánto. En
realidad el hombre que no quiso tener historia estuvo muy cerca de lograrlo. Lo
que le falló para conseguirlo es que tenía siete hermanos y algunos sobrinos,
además esos hermanos eran marinos. Se supone que el marino viaja por mar
exclusivamente, craso error, muy a menudo les cambiaban de barco y tenían que
atravesar el país en los trenes de los primeros cincuenta, teniendo que esperar
en las estaciones quizás doce horas o más para hacer trasbordo. Resumiendo: que
no le era tan fácil no ir dejando pistas aquí y allá. Nos consta que estuvo en
la zona de los Pirineos, trabajando de no sé qué, y luego las noticias que nos
llegan se desperdigan, aquí carpintero, allí fontanero, allá albañil. Siendo
albañil en Alcoy fue cuando ese algo que marcó el antes y el después que he
venido usando hasta ahora, ocurrió. La gente cercana a él dice que están casi
seguros de que murió virgen; yo tengo mis dudas, muchas dudas. En un país en el
que hasta el 56 las casas de nenas eran casi legales. De hecho a todos nos
consta que estuvo, al menos una vez en una de ellas, y nos consta por qué ese y
no otro fue el hecho que marcó su vida. ¿Qué fuera la primera vez que entró en
uno de estos lugares? Es posible, pero un hombre soltero, libre, con un sueldo
y sin nadie esperándole en la pensión, ¿no resulta lógico que se refugiase en
lugares así?
Ahora
bien ¿Cómo describir lo que ocurrió aquella noche indeterminada de un día
indeterminado de un año indeterminado? ¿hacía frío, llovía, era una triste
Navidad de las de entonces, o el otoño y sus vientos y fríos obligaban a buscar
reductos de calidez humana aunque fuera pagando? Nadie lo supo, nadie supo nada
de aquella noche, salvo uno de sus hermanos, el más cercano en edad y quizás el
más unido a él, y aun éste sólo supo del brochazo brutal, no de los matices, no
de qué le había hecho ir a aquel antro, no sí iba habitualmente o no. Nada
salvo el fogonazo, casi disparo, con que le dijo a Gonzalo en una estación
gélida mientras éste esperaba coger el tren para Cartagena con su petate y su
gorra de marinero siempre demasiado grande para él. Entre las chicas, sí, esas
de “nenas al salón”, tan tópicas, con sus ligueros, corpiños y sus coloretes,
tan tópicas que lo más probable es que nunca fueran así, sino mujeres tristes
de risas forzadas y pintadas con restos de lo que un día, tiempo atrás, fuera
una barra de carmín, pues sí, entre las chicas estaba ejerciendo La Rizosa. No
sabemos si habló con ella, no sabemos si usó sus servicios en calidad de
cliente. No sabemos nada. Sólo que la vida de Tino se rompió en dos. Sabemos,
eso sí, que él continuó su deambular sin encontrar nido o árbol donde
ahorcarse. ¿Cuánto tiempo después de ese encuentro ocurrió lo de Alcoy? Tampoco
lo sabemos, podemos, aunque no lo vamos a hacer, dar el año exacto en que
ocurrió lo de Alcoy pero no cuando entró en el burdel así que no podemos
establecer la relación temporal que el hombre sin historia vivió entre ambas
rupturas. Trabajaba de albañil, en Alcoy, cuando sufrió un accidente cuyo
resultado según el parte médico fue “aplastamiento total de sesos”, según
recordaba Magdalena, una de sus cuñadas que lo leyó. Le llevaron al hospital
más cercano, no sé cual, donde trabajaba una prima lejana, sobrina de un
antiguo director del Prado e hija de una dama de la alta sociedad de una ciudad
provinciana y de un carpintero borracho, monja ballenesca y alegre que le
atendió en la medida de lo que estuvo a su alcance. Aquella lesión superaba lo
que los médicos aquellos podían hacer así que le mandaron aquí, a la capital, a
la Mutua en el paseo de Reina Victoria.
Cuánto rodeo para acabar en Cuatro Caminos. ¡Ah no!, que no ha acabado.
ResponderEliminarAquí, en ascuas. Un abrazo
Bueno, no parece un mal sitio ni para acabar ni para comenzar ¿no?
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