Ayer hizo 35 años, joder, como dijo el otro “de todo hace ya más de veinte años”. Era el cumpleaños de un amigo, 19 de febrero de 1975, cumplía 17. Ella tenía más o menos los mismos, no sé cuantos, nunca llegué a saber mucho de ella. Sólo que era una especie de aparición. Aparecía de vez en cuando llegando de tierras atlánticas a hacerse revisiones médicas. Pasaba unos días en casa de este amigo, ¡hace tanto que no nos vemos!, cuando nos vemos evitamos cuidadosamente mencionarla, así que no sé qué recuerdo tendrá él de aquel cumpleaños. Venía, entonces nadie se fiaba de los especialistas de provincias, a una célebre clínica privada a rutinarias revisiones cardiacas, era algo menor que había que vigilar pero que no era grave. Era rubia y de ojos grises, quizás con un fondo verdoso, los años han borrado muchos detalles pero no su delicada belleza más apreciada por su condición de aparición fugaz. Unos pocos días en casa de los padres de este amigo, ella también venía con sus padres y con un hermano pequeño bastante insufrible, y desaparecía tan pronto le hacían las pruebas y le decían que volviera a los seis meses, al año. Tenía la piel blanca y se comía las uñas, las mejillas eran como las de los cuentos de hadas un poco más sonrosadas que el resto, esbelta y fuerte, de hueso amplio, generoso, pero delicada de aspecto, como una pintura, una acuarela de un ensueño. Hacía frío aquel año, entonces siempre, como este año, hacía frío. Todo iba bien, dijo el médico, todo como siempre, o sea que, como ya había ocurrido un par de veces antes, había que hacer una intervención de rutina, menor, sin riesgo alguno. Nunca había supuesto un peligro su estado de salud, sólo algo que cuidar. Nos fuimos a clase, éramos niños que se creen adultos –esa edad tan estúpida que suele acabar con la destrucción de lo mejor del hombre llamada adolescencia- y volvimos a casa. Noche oscura como boca de lobo, creo recordar que llovía, y yo me preparaba con toda mi mala leche a hacer la eterna traducción de latín “Galia es divisa in partis tres” (¿Qué coño le importa a nadie en cuantas partes estaba dividida la Galia en tiempos del César Don Julio?), esas traducciones que me quitaron media vida y que jamás logré sacar en condiciones. Ella había muerto en el quirófano.
Quizás en todas aquellas fugaces apariciones no habríamos cruzado más allá de un par de frases y poco más, pero desde entonces cada 19 de febrero, esté donde esté, haga lo que haga, la recuerdo.
Dos años después encontraron a su padre muerto con su fotografía entre las manos. No es un buen final para un relato, simplemente por que no lo es, es lo que tiene la vida: que no le preocupa el estilo.
Quizás en todas aquellas fugaces apariciones no habríamos cruzado más allá de un par de frases y poco más, pero desde entonces cada 19 de febrero, esté donde esté, haga lo que haga, la recuerdo.
Dos años después encontraron a su padre muerto con su fotografía entre las manos. No es un buen final para un relato, simplemente por que no lo es, es lo que tiene la vida: que no le preocupa el estilo.
Claro que a la vida no le importan ni los estilos ni los finales! Porqué mantendremos esta clase de recuerdos tan presentes de personas que pasaron como una ráfaga por nuestra vida, mientras que, con otras que hemos interactuado mucho, apenas nos acordamos?
ResponderEliminarBESOTES QUERIDO AMIGO Y BUEN FINDE!
No lo olvidarás nunca...
ResponderEliminarSaludos.
Hola Joaquinio..
ResponderEliminarUna terrible historia que pone los pelos de punta, hay cosas en la vida que nunca se olvidan y las tenemos guardadas en la cajita mágica que cada uno tenemos, y las sacamos en el momento que ocurrió el suceso ya sea bueno o malo..
Un abrazo amigo de buen domingo y semana
Una hermosa semblanza de un personaje apenas conocido. Como bien dice Stanley, es curioso tener recuerdos vívidos de alguien que solo rozó tu vida. tal vez el tiempo haya distorsionado algo lo que recuerdas de ella, pero la descripción ha sido tan cuidadosa que seguro que no soy el único que le ha puesto cara. Ni el único que ha compartido tu estremecimiento.
ResponderEliminarUn abrazo.
Stan: en mi caso puedo decirte que para mi edad de entonces fue el descubrimiento de la belleza y fue, en realidad, la primera muerte que viví. Mi abuelo había muerto pero era un hombre decrépito y, desde la implacable lógica de la adolescencia, coherente que así fuera. Cierto es que de otras personas más cercanas acabamos perdiendo sus rasgos. El alma humana tiene estas cosas. Un abrazo
ResponderEliminarCalamanda: eso espero, es un recuerdo demasiado valioso como para perderlo. Un abrazo
Balovega: lo malo de estas historias que ponen los pelos de punta es que se viven con una naturalidad que, con el tiempo, sobrecoge. Un abrazo.
Theodore: seguro que el tiempo ha distorsionado algo, como decía Miguel Angel, creo, "el tiempo también pinta". El estremecimiento aún dura por que no era su tiempo de morir. Un abrazo
Gracias a todos por leerme.
Las personas, por desgracia, van pasando, los recuerdos se van aposentando, y sólo queda aquello que de un modo u otro tocó nuestro ser, dejando una huella indeleble.
ResponderEliminarPe-jota: sobre todo en determinados momentos vitales.
ResponderEliminarUn abrazo