Nos han hablado siempre de las siete artes, incluido el cine (viendo según que cosas uno duda de tal afirmación), de las artes aplicadas, de las artes menores, de las artesanías e incluso cuando se pone la cosa filosófica, del arte de vivir y del asesinato considerado como una de las bellas artes. El arte de la pesca, las malas artes, las artes decorativas y las artes del amor, ars amandi si nos ponemos pedantitos, que no sólo ciertos estúpidos intelectualoides saben decir latinajos. Nos han hablado, en fin de artes viniendo o sin venir a cuento, incluso en gallego se habla de “arteiro” al referirse al hombre con recursos, ingenio y mañas: “era tan arteiro que de os collós de un burro fizo un tabaqueiro” (seguro que está mal trascrito pero es que lo he cogido de oído). Bueno pues ahora vengo yo a completar y a hablar de un arte desconocido.
El arte de la espera. Arte desconocido, decía, casi oculto y clandestino, sí, casi se diría que vergonzante, pero una de las bellas artes sin duda alguna. A diferencia de sus compañeras no tiene musa, aunque podríamos poner a Penélope como tal. A diferencia de sus compañeras no tiene estatuas en los museos ni alegorías pintadas por Vermeer y tampoco quienes lo dominan pasan a la historia sino que se pierden en el anonimato de un trabajo bien hecho. Es, sin embargo, arte de las más útiles que quepa imaginar para el ciudadanito pues ¿en que ocupamos la mayor parte de nuestro tiempo los humanos? En esperar: esperar al autobús, a la novia o novio, esperar que aparezca la pareja perfecta, hay hasta lista de espera y estado de buena esperanza. Digamos que la vida es una amplia sala de espera atestada de gente de la que un día, sin previo aviso, nos echan.
Ahora bien, ¿cómo esperar sin perder la dignidad? He ahí donde el arte del bien esperar se convierte en arte mayor. En parte se nutre del divino placer de la conversación con lo que tiene de pedagógico escuchar al otro, claro que ese placer cobra un nuevo aspecto cuando una respetable señora te cuenta que tiene los ovarios descolgados, que el martes pasado le hicieron una colonoscopia, o que su hijo si que es listo y no tú, este ejemplo suele ser de espera de médico, y la lectura viene a ser “si fueras listo pagarías un médico privado o no estarías enfermo”. Claro que si quien te toca al lado es un provecto caballero no has de temer ni enfermedades ni hijos –salvo excepciones-, has de temer batallitas y opiniones políticas que no te enseñan nada y con las que, normalmente, no estás de acuerdo. Así el placer puro de la conversación es en el arte de la espera tan sólo una de las posibilidades y, he de decir, que cada vez con menos futuro.
La lectura es el segundo camino que convierte la espera en arte, un buen libro y la espera es un edén de belleza y acción, de palabras y viajes pero, siempre ha de haber una mosca en el pastel, lucha con demasiados enemigos: la conversación a gritos sobre enfermedades, hijos y política, la conversación a gritos por el móvil que no sé para que narices querrán el teléfono si con dar esas voces ya les oyen hasta los inocentes moscovitas que no tienen la culpa de que se les hayan quemado las judías verdes o de que la rubia le dejara tirado después de invitarla e incluso son tan desalmados que tampoco les importa que se piensa poner para la boda del sábado –cosa que a nosotros tampoco-. Sin embargo, el peor enemigo de la lectura como manifestación del arte del bien esperar es la maldita falta de luz en las salas destinadas a su práctica. Por eso suelo acudir temprano para coger el lugar con más luz de los posibles, claro que combinando los tres la práctica de la lectura es imposible.
Una tercera vía es la ensoñación. Perderse en las fantasías propias es un placer inefable muchas veces autonegado para no perder el tiempo. La espera ya nos hace perder el tiempo y esa opción ya no encuentra óbice, cortapisa, valladar o traba alguna. Así uno hace declaraciones de amor apasionado a Julia Roberts y ¡ella acepta!, sale por la puerta grande de las Ventas, recoge el Oscar y vive inconfesables fantasías eróticas que le sonrojarían incluso bajo el embozo de su cama, todo en cambio acaba cuando se oye:
-Veintisiete horas de parto estuve con el tercero, tres comadronas saltándome encima.
O bien:
-Aquel día nos hicieron un cordero guisao con patatas a lo pobre, unos chorizos y unas morcillas que…
Y a ti, que o bien hace mucho que has comido y la conversación te levanta un hambre canina o bien acabas de comer y la evocación de tanta grasa chorreante te revuelve el estómago, Julia Roberts se te esfuma, la puerta grande se convierte en la puerta del retrete y pegas un gatillazo monumental.
Como vemos el arte de la espera es materia delicada cual gasa o cendal –que no sé que quiere decir pero que da un toque modernista al texto- al viento. En el fondo todo lo anterior no son más que caminos fracasados para lograr su dominio, la verdadera clave del arte del bien esperar es tan simple como mirar y escuchar. Entonces el entorno viene a ser algo así como la sabana africana y sus pobladores ejemplares dignos de estudio que proporcionan datos valiosísimos sobre su comportamiento en su habitat y fuera de él. Materia prima de literatura, de cinematografía y de teatro sin duda alguna. Las frases, los gestos reconstruyen una historia de cada persona que no importa que sea verdad o no, es lo que convierte la espera árida escuchando partos, politiqueos, comilonas y hasta faltas de respeto en una de las bellas artes.
El arte de la espera. Arte desconocido, decía, casi oculto y clandestino, sí, casi se diría que vergonzante, pero una de las bellas artes sin duda alguna. A diferencia de sus compañeras no tiene musa, aunque podríamos poner a Penélope como tal. A diferencia de sus compañeras no tiene estatuas en los museos ni alegorías pintadas por Vermeer y tampoco quienes lo dominan pasan a la historia sino que se pierden en el anonimato de un trabajo bien hecho. Es, sin embargo, arte de las más útiles que quepa imaginar para el ciudadanito pues ¿en que ocupamos la mayor parte de nuestro tiempo los humanos? En esperar: esperar al autobús, a la novia o novio, esperar que aparezca la pareja perfecta, hay hasta lista de espera y estado de buena esperanza. Digamos que la vida es una amplia sala de espera atestada de gente de la que un día, sin previo aviso, nos echan.
Ahora bien, ¿cómo esperar sin perder la dignidad? He ahí donde el arte del bien esperar se convierte en arte mayor. En parte se nutre del divino placer de la conversación con lo que tiene de pedagógico escuchar al otro, claro que ese placer cobra un nuevo aspecto cuando una respetable señora te cuenta que tiene los ovarios descolgados, que el martes pasado le hicieron una colonoscopia, o que su hijo si que es listo y no tú, este ejemplo suele ser de espera de médico, y la lectura viene a ser “si fueras listo pagarías un médico privado o no estarías enfermo”. Claro que si quien te toca al lado es un provecto caballero no has de temer ni enfermedades ni hijos –salvo excepciones-, has de temer batallitas y opiniones políticas que no te enseñan nada y con las que, normalmente, no estás de acuerdo. Así el placer puro de la conversación es en el arte de la espera tan sólo una de las posibilidades y, he de decir, que cada vez con menos futuro.
La lectura es el segundo camino que convierte la espera en arte, un buen libro y la espera es un edén de belleza y acción, de palabras y viajes pero, siempre ha de haber una mosca en el pastel, lucha con demasiados enemigos: la conversación a gritos sobre enfermedades, hijos y política, la conversación a gritos por el móvil que no sé para que narices querrán el teléfono si con dar esas voces ya les oyen hasta los inocentes moscovitas que no tienen la culpa de que se les hayan quemado las judías verdes o de que la rubia le dejara tirado después de invitarla e incluso son tan desalmados que tampoco les importa que se piensa poner para la boda del sábado –cosa que a nosotros tampoco-. Sin embargo, el peor enemigo de la lectura como manifestación del arte del bien esperar es la maldita falta de luz en las salas destinadas a su práctica. Por eso suelo acudir temprano para coger el lugar con más luz de los posibles, claro que combinando los tres la práctica de la lectura es imposible.
Una tercera vía es la ensoñación. Perderse en las fantasías propias es un placer inefable muchas veces autonegado para no perder el tiempo. La espera ya nos hace perder el tiempo y esa opción ya no encuentra óbice, cortapisa, valladar o traba alguna. Así uno hace declaraciones de amor apasionado a Julia Roberts y ¡ella acepta!, sale por la puerta grande de las Ventas, recoge el Oscar y vive inconfesables fantasías eróticas que le sonrojarían incluso bajo el embozo de su cama, todo en cambio acaba cuando se oye:
-Veintisiete horas de parto estuve con el tercero, tres comadronas saltándome encima.
O bien:
-Aquel día nos hicieron un cordero guisao con patatas a lo pobre, unos chorizos y unas morcillas que…
Y a ti, que o bien hace mucho que has comido y la conversación te levanta un hambre canina o bien acabas de comer y la evocación de tanta grasa chorreante te revuelve el estómago, Julia Roberts se te esfuma, la puerta grande se convierte en la puerta del retrete y pegas un gatillazo monumental.
Como vemos el arte de la espera es materia delicada cual gasa o cendal –que no sé que quiere decir pero que da un toque modernista al texto- al viento. En el fondo todo lo anterior no son más que caminos fracasados para lograr su dominio, la verdadera clave del arte del bien esperar es tan simple como mirar y escuchar. Entonces el entorno viene a ser algo así como la sabana africana y sus pobladores ejemplares dignos de estudio que proporcionan datos valiosísimos sobre su comportamiento en su habitat y fuera de él. Materia prima de literatura, de cinematografía y de teatro sin duda alguna. Las frases, los gestos reconstruyen una historia de cada persona que no importa que sea verdad o no, es lo que convierte la espera árida escuchando partos, politiqueos, comilonas y hasta faltas de respeto en una de las bellas artes.
jja cari no puedo evitar ligar tu post con el mío del "Banco del Alalde". Es verdad que la espera es un arte y el escuchar otro, y que la mayoría de las veces no merece la pena ni el esperado ni el hablante.
ResponderEliminarPero tb. es verdad que el gran problema de la sociedad es la incomunicación y eso ya da como coraje decirlo por tópico. Y que tienes razón que hay gente que te cuena su vida, sus operaciones y sus dolencia en cuanto te descuidas pero otra cosa es no hablar ocn nadie. No sé, hay gente tan pesada que le preguntas la hora y te cuenta la historia del reloj pero escuchando tb. se aprende mucho,.
En cualquier caso, volvieno a la espera, yo prefiero esperar a ser esperado, aún en las peores circunstancias... aguantando a la vieja de al lado, jajaja.
Bezos