Mi vecina del portal de enfrente se levanta todos los días a las tres de la madrugada a fregar el alfeizar y ya no deja de limpiar durante todo el día, no sale a la calle por que está limpiando y cada dos días viene una asistenta a limpiar. Mi vecina del portal de enfrente despierta al marido a las tres de la madrugada para que la ayude a limpiar durante todo el día. Mi vecina del portal de enfrente se retuerce de dolores de huesos que su mente somatiza, de una mente perdida en la obsesión por la ropa buena que durante años no se pudo pagar, por la perla buena que su novio le regaló allá por el cincuenta y cuatro, por las vecinas de su pueblo que dejaron de hablarla por que no iba tan bien vestida como ellas, por unos padres que decidieron que la criarían mejor unos tíos y unos tíos que creían y decían hacer una obra de caridad para ganarse el cielo, por el hijo superdotado que se hizo hippie, por el hijo ingeniero que se casó con una china y luego ella le dejó tirado. Mi vecina del portal de enfrente cuando está mejor sale a la calle envuelta en tules, cargada de oros, peinada de peluquería y sólo va a comprar mejor ropa. Es para lo único que deja de limpiar. Mi vecina del portal de enfrente se deslizaba por la vida sin una sonrisa, sin una frase alegre, sin un respiro a su drama inexistente que poco a poco se fue transformando en limpieza, incansable, inacabable, como el suplicio de Sísifo. Ahora se desliza por la vida como se movía Lilí Monster, entre tules y gasas, sobre suelos encerados, muebles repulidos y paredes inmaculadas. Tras ella, gamuza y limpiazulejos en mano, arrastra a su marido.
Mi vecina del cuarto exterior no paraba de refunfuñar todo el santo día, empecinada en que sus órganos se habían cambiado de sitio de izquierda a derecha por su cuenta y ensimismada en encontrar culpas para su marido que le vomitaba encima cada noche a voz en grito. Mi vecina del cuarto exterior no comía con la familia, cuando todos estaban sentados a la mesa ella empezaba a dar vueltas a la misma reprochando el precio de cada cosa, el trabajo que le había costado hacer tal o cual guiso, amenazando con no volver a cocinar jamás, amenazando con irse y “a ver como os las apañáis sin mí”, vuelta tras vuelta sacaba a relucir las malas notas, los accidentes, los bombardeos, la poca ayuda que recibía, como su madre en guerra se mató al caer por un terraplén, como la niña, moza ya, había perdido una pulsera de oro macizo por la que se habían empeñado; no dejaba de decir vuelta tras vuelta que ni tiempo tenía de ir a la peluquería y así estaba ella, “con estos pelos”, las enfermedades viejas, nuevas, suyas, de sus hijos, de sus abuelos, de sus suegros, eran descritas con todo lujo de detalles en cada comida sin dejar de echar en cara, como una bofetada, el precio de cada bocado a cada uno de los comensales. Mi vecina del cuarto exterior no dejaba de contar como sacó adelante a sus hermanos, incluso a esa medio retrasada que guisaba, lavaba, limpiaba, ponía y quitaba la mesa, hacía las camas mientras ella continuaba describiendo el infinito trabajo que esa familia le daba. Tampoco dejaba de contar lo difícil que fue salir adelante con tres niños en guerra siendo ella poco más que una niña pero ni por casualidad, jamás, mencionaba a su marido salvo para echarle en cara como un insulto el poco dinero que ganaba. Su hermano, ese sí que había salido adelante, con lo que ella había sufrido por él. Era el principio de un crescendo que alcanzaba la apoteosis cuando su marido llegaba a casa por la noche, un gran fin de fiesta que el hombre capeaba con una sonrisa. Un día preguntó a su tercera hermana: “¿Te causaría mucho trastorno si me matara?”. La mujer, incapaz de darse cuenta le dijo algo así como que no dijera tonterías. Mi vecina del cuarto exterior subió a la azotea y se tiró de un séptimo piso. Su tercera hermana cayó fulminada meses más tarde.
Mi vecina del tercero E, un día hizo obras en casa, tabiques fuera, armarios, suelos, baño, en fin, una reforma en toda regla. Lo malo de mi vecina del tercero E fue que tuvo que pagar la obra y al hacerlo comenzó a darle vueltas hasta el punto que del disgusto de ver la cartilla de ahorros vacía perdió la voz y no la volvió a recuperar nunca.
Mi vecina del primero deambula sonriente y apacible, te responde cuando saludas, se deja llevar, pero mi vecina del primero era, el año pasado, una mujer pizpireta, alegre y chispeante, hoy no puede construir una respuesta cuando le preguntas ¿Qué tal?, Mi vecina del primero sonríe, siempre ha sonreído, y todavía le queda algo de vida en sus ojos, un resto del destello divertido que tenía, residuo que, sabemos, se irá apagando. Los brazos ya han caído a lo largo del cuerpo pero aún no ha descuidado su aspecto, alguien lo hará por ella, imagino, pasea con las vecinas, va a por el pan, recorre el barrio sonriente y apacible mientras la vemos irse de él, irse de todo, irse de sí misma.
Mi vecina del cuarto exterior no paraba de refunfuñar todo el santo día, empecinada en que sus órganos se habían cambiado de sitio de izquierda a derecha por su cuenta y ensimismada en encontrar culpas para su marido que le vomitaba encima cada noche a voz en grito. Mi vecina del cuarto exterior no comía con la familia, cuando todos estaban sentados a la mesa ella empezaba a dar vueltas a la misma reprochando el precio de cada cosa, el trabajo que le había costado hacer tal o cual guiso, amenazando con no volver a cocinar jamás, amenazando con irse y “a ver como os las apañáis sin mí”, vuelta tras vuelta sacaba a relucir las malas notas, los accidentes, los bombardeos, la poca ayuda que recibía, como su madre en guerra se mató al caer por un terraplén, como la niña, moza ya, había perdido una pulsera de oro macizo por la que se habían empeñado; no dejaba de decir vuelta tras vuelta que ni tiempo tenía de ir a la peluquería y así estaba ella, “con estos pelos”, las enfermedades viejas, nuevas, suyas, de sus hijos, de sus abuelos, de sus suegros, eran descritas con todo lujo de detalles en cada comida sin dejar de echar en cara, como una bofetada, el precio de cada bocado a cada uno de los comensales. Mi vecina del cuarto exterior no dejaba de contar como sacó adelante a sus hermanos, incluso a esa medio retrasada que guisaba, lavaba, limpiaba, ponía y quitaba la mesa, hacía las camas mientras ella continuaba describiendo el infinito trabajo que esa familia le daba. Tampoco dejaba de contar lo difícil que fue salir adelante con tres niños en guerra siendo ella poco más que una niña pero ni por casualidad, jamás, mencionaba a su marido salvo para echarle en cara como un insulto el poco dinero que ganaba. Su hermano, ese sí que había salido adelante, con lo que ella había sufrido por él. Era el principio de un crescendo que alcanzaba la apoteosis cuando su marido llegaba a casa por la noche, un gran fin de fiesta que el hombre capeaba con una sonrisa. Un día preguntó a su tercera hermana: “¿Te causaría mucho trastorno si me matara?”. La mujer, incapaz de darse cuenta le dijo algo así como que no dijera tonterías. Mi vecina del cuarto exterior subió a la azotea y se tiró de un séptimo piso. Su tercera hermana cayó fulminada meses más tarde.
Mi vecina del tercero E, un día hizo obras en casa, tabiques fuera, armarios, suelos, baño, en fin, una reforma en toda regla. Lo malo de mi vecina del tercero E fue que tuvo que pagar la obra y al hacerlo comenzó a darle vueltas hasta el punto que del disgusto de ver la cartilla de ahorros vacía perdió la voz y no la volvió a recuperar nunca.
Mi vecina del primero deambula sonriente y apacible, te responde cuando saludas, se deja llevar, pero mi vecina del primero era, el año pasado, una mujer pizpireta, alegre y chispeante, hoy no puede construir una respuesta cuando le preguntas ¿Qué tal?, Mi vecina del primero sonríe, siempre ha sonreído, y todavía le queda algo de vida en sus ojos, un resto del destello divertido que tenía, residuo que, sabemos, se irá apagando. Los brazos ya han caído a lo largo del cuerpo pero aún no ha descuidado su aspecto, alguien lo hará por ella, imagino, pasea con las vecinas, va a por el pan, recorre el barrio sonriente y apacible mientras la vemos irse de él, irse de todo, irse de sí misma.
Lo malo de esta entrada es que parece literaria y... no lo es.
La vida misma. Me han encantado tus vecinas. Me alegro de haberte encontrado.
ResponderEliminarAmenazo con volver. Un saludo
Creo que esto te gustará:
"Mujerzotas"
http://www.generoful.blogspot.com/
¿Y qué es la vida sino la mejor literatura posible? Siempre que esté tan bien contada como aquí, claro.
ResponderEliminarUn impresionante catálogo de seres y estares, te has lucido. Bravo.
Un abrazo.
Ah, y no dejes de echar un vistazo a las "Mujerzotas" ;-)
ResponderEliminarjaj no es litario pero si constumbrista. Y es que la vida imita a la literatura, cari... jaja Eso si, te has fijado más las vecinas que en los vecinos. Te ha quedado un poco almodovariano, con tanta vecina al borde de un ... colapso. Realmente no parece que vivas en una zona "nueva" de matrimonios juveniles que llegan de provincias, jaaja Pero me ha gustado mucho tus dos post. Y es que España es "ansi", señores, un patio de vecindad, una mala obra costumbrista llena de geniales actores secundarios, ¿qué no? jaja
ResponderEliminarBezos.
Cari, ya tengo hecho eso, próximamente lo largaré a la blogosfera, jaaja
Uno: muchas gracias, y ojalá cumplas tu amenaza. Por cierto he disfrutado de Mujerzotas muchísimo pues describe el barrio de mi familia aunque yo nunca llegué a vivir en él todo me resulta familiar.
ResponderEliminarTheodore: muchas gracias por considerar que está bien contado y sí que tiene la vida algo de catálogo o de zoológico.
Thiago: la vida imita al arte y... le sale mal. Los vecinos, por lo menos los míos son bastante aburridos, que quieres, reconozco más influencia de mi añorado Terenci que de Peeeeeeedro a quien venero, por cierto mis vecinas no están al borde de un ataque de nervios, lo tienen permanente. No, no vivo en una zona nueva, fue tal y como la describes hace 48 años. Me gusta mucho tu definición de España, sobre todo por los actores secundarios, nuestros queridos cómicos.
Sólo una cosa, pretendía ser una reflexión sobre la fragilidad de la mente humana y me ha quedado un catálogo de marujas enloquecidas. No sé si alegrarme por romper la línea depre que llevaba o abrirme las venas por no haber trasmitido lo que quería.
Un abrazo
Qué bien que estás vos de la cabeza, con semejantes vecinas! La influencia es altamente nociva!! Nunca una vecina prostituta? La gente que limpia tanto es porque tiene poco o nada de sexo, please, no me digas que vos también te la pasás limpliando, jajajajaja!!!
ResponderEliminarBESOTES AMIGO!