Mi costumbre era madrugar e irme tempranero a la playa. A esas horas -siete o siete y media- se puede leer muy a gusto. Sólo hasta que llegaba el abuelete con el radiocassete y ponía a toda pastilla los mayores éxitos de los Chunguitos. El caso es que si te sitúas en un lugar por donde la gente pasa durante dos meses treinta y seis años te da tiempo a ver pasar el mundo y la vida pero también ciertos personajes que merecen reseñarse aquí. Continuando con las damas, uno es un caballero, he de presentar aquí al espécimen por mí conocido como La Ganaera.
La Ganaera era señora que asentaba sus pródigos y respingones reales en aquellos lares a primeros de. Estaba con sus dos hijas y el marido sólo venía los fines de semana. Parecía un residuo del XIX pero era así. Cada mañana recorría la playa luciendo a las niñas, a la sazón de unos quince años, feas con ganas, sosas con más ganas y creídas hasta decir basta, resumiendo: unas pijas insoportables. La menos fea era conocida entre la chavalería como la Caramula, no diré más. La Ganaera, con su moño apretado con saña en la coronilla, caminaba dando a sus nalgas opulentísimas y a sus cartucheras, menos opulentas que las de sus niñas, un garbo y un salero realmente peculiares, así se recorría la playa varias veces seguida de sus nenas, que se limitaban a arrastrar los pies pretendiendo imitar el gracejo materno. En realidad la Ganaera iba luciendo la mercancía, para ella eso de que el buen paño en el arca se vende no rezaba, no sin razón por que aquello no era buen paño ni en sus mejores sueños. En pocos paseos ya había detectado con quien y con quien no convenía relacionarse, afortunadamente yo estaba entre quienes no, en cambio mis parientes, sí.
En el tercer o cuarto paseo La Ganaera se cruzaba con Lady Oca, dama, más o menos de su edad que iba seguida por su madre y tres niñas por estricto orden de estatura, parecían los patitos de un tiro al blanco. Primero de izquierda a derecha y dos horas más tarde de derecha a izquierda. Bañadores azules idénticos las cuatro, equitativa distribución de las cargas. Lo más curioso es que durante los años que las vi nunca, nunca se alteró el orden de las estaturas, Madre, Abuela, Niña Mayor, Niña Mediana, Niña Pequeña, rubias, con coletas, con las mismas coletas.
Bien, dejemos a Lady Oca y centrémonos en La Ganaera luciendo a sus niñas. Como dije se trataba con mi familia y, como yo estaba cerca, escuchaba su conversación –sí, soy un cotillo pero a esas alturas el viejo de los Chunguitos me había fastidiado la lectura y algo había que hacer además de tostarme tooooda la panza-, la conversación, monólogo más bien, venía a ser así:
-Yo para mis niñas sólo quiero un joven con una o dos carreras, bien colocado, con casa propia, buena pinta y sobre todo de buena familia.
Digamos que el tiempo iba trayendo veranos, cambios de bikinis y el acne juvenil de sus niñas se transformó en granos como garbanzos bien rellenos y siempre pareciendo a punto de estallar. El monólogo se fue transformando sutilmente:
-Yo para mis niñas sólo quiero un joven con estudios, bien colocado, y sobre todo de buena familia.
Los granos purulentos no se fueron pero se vieron desagradablemente acompañados por unas prometedoras y excesivamente prematuras patas de gallo. En cambio, La Ganaera seguía con su moño y su trasero tan desafiantes y airosos como el primer día, por ella no pasaban los lustros, por sus hijas tampoco, a ellas las pisoteaban a mala fe. El monólogo siguió cambiando:
-Yo para mis niñas sólo quiero un hombre con estudios, colocado, y sobre todo de buena familia.
Los años siguieron pasando y yo seguía bronceando tooooda mi panza y ella luciendo su producto con el mismo salero y donaire. Sin embargo, el monólogo seguía cambiando.
-Yo para mis niñas sólo quiero un hombre trabajador, colocado, a ser posible de buena familia.
Más adelante hubo más cambios.
-Yo para mis niñas sólo quiero un hombre trabajador y colocado.
Y más tarde:
-Yo para mis niñas sólo quiero un buen hombre.
Si al año siguiente una de las niñas no hubiera aparecido con novio (el ejemplar masculino más desmedrado que quepa imaginar) y la otra ni siquiera apareciera por la playa estoy seguro de haberla escuchado algo como:
-Yo para mis niñas sólo quiero un hombre, con que se casen me conformo, que hay exconvictos muy buena gente y alcohólicos muy amables.
Un año me libré de aquellas vacaciones pero sólo para volver al siguiente y entonces, para mi horror absoluto vi pasar a La Ganaera… duplicada. Tras el original y considerablemente más pequeño había otro ejemplar con el moño recogido con saña y los mismos andares peculiares, incluso doblando las manos hacia fuera como hacía su abuela a quien seguía por la playa toda la mañana, incluso las vi cruzarse con Lady Oca y su recua tan exactamente organizada como siempre.
Había algo de cuento de terror en todo aquello así que decidí leer algo más relajado como Lovecraff.
La Ganaera era señora que asentaba sus pródigos y respingones reales en aquellos lares a primeros de. Estaba con sus dos hijas y el marido sólo venía los fines de semana. Parecía un residuo del XIX pero era así. Cada mañana recorría la playa luciendo a las niñas, a la sazón de unos quince años, feas con ganas, sosas con más ganas y creídas hasta decir basta, resumiendo: unas pijas insoportables. La menos fea era conocida entre la chavalería como la Caramula, no diré más. La Ganaera, con su moño apretado con saña en la coronilla, caminaba dando a sus nalgas opulentísimas y a sus cartucheras, menos opulentas que las de sus niñas, un garbo y un salero realmente peculiares, así se recorría la playa varias veces seguida de sus nenas, que se limitaban a arrastrar los pies pretendiendo imitar el gracejo materno. En realidad la Ganaera iba luciendo la mercancía, para ella eso de que el buen paño en el arca se vende no rezaba, no sin razón por que aquello no era buen paño ni en sus mejores sueños. En pocos paseos ya había detectado con quien y con quien no convenía relacionarse, afortunadamente yo estaba entre quienes no, en cambio mis parientes, sí.
En el tercer o cuarto paseo La Ganaera se cruzaba con Lady Oca, dama, más o menos de su edad que iba seguida por su madre y tres niñas por estricto orden de estatura, parecían los patitos de un tiro al blanco. Primero de izquierda a derecha y dos horas más tarde de derecha a izquierda. Bañadores azules idénticos las cuatro, equitativa distribución de las cargas. Lo más curioso es que durante los años que las vi nunca, nunca se alteró el orden de las estaturas, Madre, Abuela, Niña Mayor, Niña Mediana, Niña Pequeña, rubias, con coletas, con las mismas coletas.
Bien, dejemos a Lady Oca y centrémonos en La Ganaera luciendo a sus niñas. Como dije se trataba con mi familia y, como yo estaba cerca, escuchaba su conversación –sí, soy un cotillo pero a esas alturas el viejo de los Chunguitos me había fastidiado la lectura y algo había que hacer además de tostarme tooooda la panza-, la conversación, monólogo más bien, venía a ser así:
-Yo para mis niñas sólo quiero un joven con una o dos carreras, bien colocado, con casa propia, buena pinta y sobre todo de buena familia.
Digamos que el tiempo iba trayendo veranos, cambios de bikinis y el acne juvenil de sus niñas se transformó en granos como garbanzos bien rellenos y siempre pareciendo a punto de estallar. El monólogo se fue transformando sutilmente:
-Yo para mis niñas sólo quiero un joven con estudios, bien colocado, y sobre todo de buena familia.
Los granos purulentos no se fueron pero se vieron desagradablemente acompañados por unas prometedoras y excesivamente prematuras patas de gallo. En cambio, La Ganaera seguía con su moño y su trasero tan desafiantes y airosos como el primer día, por ella no pasaban los lustros, por sus hijas tampoco, a ellas las pisoteaban a mala fe. El monólogo siguió cambiando:
-Yo para mis niñas sólo quiero un hombre con estudios, colocado, y sobre todo de buena familia.
Los años siguieron pasando y yo seguía bronceando tooooda mi panza y ella luciendo su producto con el mismo salero y donaire. Sin embargo, el monólogo seguía cambiando.
-Yo para mis niñas sólo quiero un hombre trabajador, colocado, a ser posible de buena familia.
Más adelante hubo más cambios.
-Yo para mis niñas sólo quiero un hombre trabajador y colocado.
Y más tarde:
-Yo para mis niñas sólo quiero un buen hombre.
Si al año siguiente una de las niñas no hubiera aparecido con novio (el ejemplar masculino más desmedrado que quepa imaginar) y la otra ni siquiera apareciera por la playa estoy seguro de haberla escuchado algo como:
-Yo para mis niñas sólo quiero un hombre, con que se casen me conformo, que hay exconvictos muy buena gente y alcohólicos muy amables.
Un año me libré de aquellas vacaciones pero sólo para volver al siguiente y entonces, para mi horror absoluto vi pasar a La Ganaera… duplicada. Tras el original y considerablemente más pequeño había otro ejemplar con el moño recogido con saña y los mismos andares peculiares, incluso doblando las manos hacia fuera como hacía su abuela a quien seguía por la playa toda la mañana, incluso las vi cruzarse con Lady Oca y su recua tan exactamente organizada como siempre.
Había algo de cuento de terror en todo aquello así que decidí leer algo más relajado como Lovecraff.
No me extraña que estuvieras enganchado a esa playa. Las drogas duras es lo que tienen.
ResponderEliminarSolo faltaron Michelle y Sasha.
Un abrazo
jaja por dios, cari... es que esto me resulta tan lejano.. en Galicia a las playas que yo voy (bueno, ahora que lo pienso y que tú debes conocer tb.) es difícil oir ninguna conversación... jaja
ResponderEliminarMe ha gustado mucho como la buena señora ha ido bajando el "nivel de expectativas" para sus dos "jeniferes" jajaja
Bezos.
Lo que me divertí con la Ganaera y su decadencia a través de los años! No sé como hacías para soportar eso todos los años, sinceramente yo no podría!
ResponderEliminarBESOTES JOAQUINITO Y BUENA SEMANA!
Uno: me has hecho reír, como dura si que lo era, lo de droga... ¿no son placenteras las drogas? Si lo son, entonces no era una droga.
ResponderEliminarThiago: la última vez que fui a aquellas playas tenía tres añitos así que no, no las conozco más que de vista por la tele.
Stan: pues tomándomelo con sentido del humor y con alguna que otra pataleta, eso también.
Gracias por leerme.