Maria Antonia M. vivía de la pensión de Don Luis que como hija soltera e inválida, entonces se decía así, al faltar él recibiría casi íntegra. Una buena paga que le permitiría llegado el caso vivir con la misma holgura que hasta el momento. Pero las hojas muertas seguían cayendo en otoño y la radio ya no era entonces lo que había sido antes; los sobrinos habían crecido y no iban tan a menudo como de jovencitos, los niños de los vecinos ya no correteaban por la casa como cuando vivía su Santa, Asustada, Sobreprotectora y Difunta Madre y su padre comía, siestecita, y volvía a la Biblioteca Nacional para continuar con el Espasa, cenaba y se acostaba. Las tardes de invierno eran demasiado largas, oscuras y silenciosas y, sobre todo, frías, en esas cinco calles indecisas, un poco más allá había cines, cafeterías y hacía el otro lado tiendas, bares, bullicio, pero en esas cinco calles no había nada salvo mercados, ultramarinos, médicos y farmacias. Lo demás estaba demasiado lejos para una señorita ya entrando en años, sola. Nadie sabe de donde vienen las brisas gélidas de esas calles. Las conocí bien, demasiado bien. Una vieja colonia de chalets, (hoy el recuerdo de una mutilación artística más de la ciudad), sin calles, entre casa y casa pasillos con escaleras. Treinta años me pasé tres o cuatro horas frente a esas casas y jamás vi moverse una persiana, pasar a nadie por esas angostas escaleras ni apagarse la luz –día y noche, verano e invierno- de la ventana del primer chalet que tenía el visillo a medio descorrer y tampoco cruzó nunca nadie por delante. Más arriba, un viejo hospital abandonado parecía lanzar aún los gritos de los agonizantes. La casa de María Antonia M. tenía tres escalones para entrar en un túnel siniestro y corto, luego se abría un patio estrecho, gris y lleno de macetas y luz, donde esa brisa fría se arremolinaba para seguir luego su camino calle arriba. Las cinco o seis calles se cortan antes de abrirse a La Castellana, como un muro. Eran por entonces muros grises, opacos, sólo rotos por el verde chillón de las persianas o el amarillo de algún canario que destellaba al recibir un rayo de sol despistado. Hoy han demolido la colonia y en su lugar hay unos edificios horrendos pero rodeados de jardines que iluminan el barrio. Entonces no, entonces cuando Maria Antonia M. se sentaba por la tarde en su salita de estar, junto al brasero, buscando en su calor alivio a sus dolores, escuchando la radio que siempre prefirió a la televisión, mano sobre mano, por que ya no había ajuares que bordar, sólo veía paredes grises hasta que la mortecina luz de las farolas las desdibujaba y aparecían los rectángulos amarillos un momento, justo antes de bajar las persianas para que no se entrara el frío. El teléfono en el pasillo, negro, de pasta, apenas sonaba nunca. La llave en la puerta, la cena, la persiana, la serie de televisión, un poco más de radio mientras las brasas se apagaban y se calentaba la bolsa de agua caliente. Unas sábanas frías, un recuerdo a tiempos pasados, quizás un calmante. Luego el sueño y el despertar con el canario cantando. Iniciar la rutina alegre, activa, hasta la tarde, en que el frío volvía a caer sobre las cinco calles. La tranquilidad reinaba en la familia. Don Luis dormía como un leño seguro de que dejar a su hija bien protegida con su buena pensión y su alquiler de renta antigua que no se podía subir, los hermanos, hermanas, cuñados y sobrinos/sobrinas también lo hacían pensando que con esas premisas nunca tendrían que hacerse cargo de su hermana la inválida, que no les interrumpiría el curso de sus vidas con problemas, incluso la Mari vivía tranquila. De puertas afuera, bajo esas sábanas y eso embozos y a pesar de los moderados consejos de la Elena Francis esa tranquilidad de vez en cuando temblaba
jaj tienes razón, no es una Tia Tula, no.... no es la gobernanta de una familia con mano firme. Es más bien el retrato de la soledad y la tristeza... qué vidas no, sin sobresaltos ni altibajos, acomodados en el consuelo de esa pensioncita y la renta antigua, jaaja
ResponderEliminarBezos.
Ya te dije que no lo era pero también te digo que no es tampoco lo que te va pareciendo. Es lo que tiene partir de la vida real, que no hay manera de saber por donde te va a salir.
ResponderEliminarCuántos recuerdos me traes a la memoria.
ResponderEliminarCreo que te gustará ver esto:
http://historias-matritenses.blogspot.com/2008/09/colonia-de-ayudantes-de-la-ingeniera-y.html
http://historias-matritenses.blogspot.com/2010/09/colegios-de-la-colonia-maudes-colegio.html
Un abrazo
Uno, me da que tu y yo hemos sido vecinos del 60 al 62 o poco nos ha faltado. Espero que los recuerdos que te traigo sean de los que arrancan una sonrisa.
ResponderEliminarEstos relatos tuyos siempre me hacen pensar en alguien a quien, de una manera u otra, conozco.
ResponderEliminarPe-jota, eso es por que la mayoría de mis relatos están muy inspirados en personajes reales e historias reales.
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