Mañana es dos de Noviembre, Dia de los fieles difuntos. Tradiciones precristianas, flores, huesos de santo, castañas, cementerios y crisantemos. Si hay suerte, el Tenorio por la noche. Lamparillas en los hogares y recuerdos. Toda la parafernalia que conocemos quizás más por haberla vivido en nuestra infancia que, la continuemos o no, por sentirla.
Ahora bien, si tenemos una bien nutrida serie de prácticas y rituales para tener presentes a quienes amamos y ya no están –aunque los recuerdos que conservemos de nuestros abuelos, por ejemplo, sean difusos o aunque, en realidad, amemos en ellos lo que otras personas más cercanas recordaban y amaban-, surge una pregunta: ¿Qué rito, práctica o catarsis tenemos para llorar y tener presentes a nuestros vivos? No, no es ni una boutade ni una paradoja aunque pueda parecerlo.
Me estoy refiriendo a quienes amamos –familia, amigos- que están compartiendo espacio y tiempo en este mundo con nosotros. Me estoy refiriendo a esas personas que no sólo amamos sino que han demostrado amarnos, llegado el caso. A quienes, lo sabemos, no les dolerían prendas en ofrecernos lo mejor de sí mismos, llegado el caso. Obviamente hay grados, hay temperamentos pero cada quien conoce a sus allegados y sabe hasta donde puede llegar cada uno, incluso cuando ese “hasta donde” no pasa de echar unas risas y tomar unas cañas, llegado el caso.
¿Qué ancestral ceremonia se hace para llorar y hacer presentes a los presentes? A esos presentes que no encuentran momento para quedar –y no me refiero a los que nos dan largas por que no quieren, sino a esos presentes que disfrutan de tu compañía como tú de la suya, que lo han demostrado, llegado el caso-, los que están demasiado ocupados para recordar una fecha, para –ahora que se acercan las fiestas- escribir una tarjeta o para coger un teléfono y dedicarte cinco minutos. Tan ocupados que llegan a coartarte a la hora de ser tú quien felicite un cumpleaños o llame para saber de ellos. Incluso para acudir a ellos llegado el caso.
Así nuestros vivos, casi insensiblemente se van desdibujando en nuestras vidas, hasta ser poco más que unas imágenes nebulosas que sabes que están ahí, llegado el caso. Poco a poco, sin que nadie quiera pero también sin que nadie haga nada por evitarlo, los ausentes, aquellos cuyos recuerdos se van volviendo borrosos con el tiempo, cuyos aniversarios recordamos, quienes nos han dejado, sobre todo, el lacerante dolor de su pérdida están más cotidianamente presentes en nuestra vida, más cercanos y hasta la determinan y condicionan más que nuestros vivos.
Una de mis tías encendía lamparillas tal día como hoy, murió un siete de agosto. Una mariposa por todos los difuntos que hemos amado, una llamita pequeña para tantas vidas y tantas lágrimas. Hoy soy yo quien ha tomado el relevo y esta mañana he buscado mi mejor cuenco, he vertido agua y aceite en él y he encendido la llamita trémula; pero ¿Qué se hace para llorar y recordar a nuestros vivos? Esos que, amándonos, nos rodean de intangibles nubes de soledad y desconcierto, a la manera de una atareada Santa Compaña dispuesta a todo por nosotros, llegado el caso.
Tienes mucha razón, JOAQUINITO. Los que se han ido los llevamos con nosotros y los hacemos volver cuando los necesitamos. Yo así lo hago. Pero cómo hacer con los vivos es, a veces, mas complicado. Me temo que los vivos en general somos mas egoistas que los muertos.
ResponderEliminarUn abrazo
Hay muertos que absorben nuestra vida más que en vida, así que no sé yo si realmente son menos egoistas.
EliminarMe gustaría pensar que los vivos no nos damos cuenta del valor de lo que tenemos pero me temo en la realidad es que no nos importa.
Un abrazo
Y eso sin hablar de nuestros vivos, los que están lejos.
ResponderEliminarSaludos, encantada de encontrar este blog.
Saludos.
Encantado de que me hayas encontrado, espero verte a menudo por aquí.
EliminarLos que están lejos, están lejos por muy obvio que sea. Quiero decir que esa distancia es real, explica la dificultad de relación. Lo malo son los que estando cerca fisicamente.
UN abrazo
Hay vivos que estarían mejor muertos para que se les pudiera echar de menos. Y viceversa. Siempre interesantes tus reflexiones, Joaquín.
ResponderEliminarContundente afirmación y un tanto ambigua.
EliminarMuchas gracias por tus palabras.
Un abrazo
Ya sabes que soy de tradiciones, me gustan y me reconfortan y realmente me dan más miedo los vivos que los muertos. Creo que no debemos olvidarnos de aquellos que nos precedieron y aunque sólo sea un día al año rendirles un merecido recuerdo.
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