Mr Thomas
-Pero ¿cómo vamos a cargarnos a
semejante monstruo? –argumenta Golfo.
-Perdón, yo lo voy a matar, no vosotros.
–en las vitrinas las copas han roto el cristal y se van suicidando una tras
otra tirándose al vacío y Romeo le está pegando una soberana paliza a una
Julieta rebelde dispuesta a acuchillarle, a tirarle por el balcón, o ambas
cosas-. Y la cosa empieza a ser urgente, me temo. Allá voy.
-Quieeeta parada, walkiria felina, -el
cánido parece tener una mayor visión de conjunto-. Si peleas debajo del
pueblecito se vendrá abajo y ya no habrá donde poner al bebé. No queda más
remedio que sacarlo a campo abierto. Uno de nosotros tiene que hacer que le
persiga hasta donde puedas atacar.
-Iré yo –dice decidida y heroica la Sra.
Rat atándose los lazos de la cofia para que no se le caiga en la carrera.
-Tiene usted ciento cincuenta hijos que
criar.
-¿Le parece a usted poco motivo? –les
entra la risa floja a los dos, pero no a ella que aventa el aire para saber qué
esté pasando y como se mueve la magia.
-Iré yo –Golfo no tiene medio zarpazo
pero está demostrando que no es un cobarde-. Le pego un par de ladridos de los
míos y salgo corriendo hacia la alfombra.
-Con tu voz de tiza en pizarra, habrá
que ver si detrás de ti o huyendo de tu chirrido.
-Si hubiera tiempo ibas a oír una buena
sesión de chirridos. En cualquier caso lo alejaré del pueblecito.
-Golfo –grita poniéndose en jarras la
Sra. Rat- tus patitas son casi tan cortas como las mías, es peligrosísimo para
ti, yo me puedo meter en cualquier grieta pero tú no.
-Iré yo –responde tajante.
Lady
Sophie no las tiene todas consigo pero sí la necesidad de enfrentarse, combatir
y… matar. Le preocupa ese aroma casi imperceptible que va llenando el aire. Sí,
es una magia distinta. No, ni siquiera es magia. Polvo de desiertos milenarios,
cebras con aroma de incienso, antílopes aterrados, perseguidos. Le parece
sentir que cada felino que en el mundo ha sido entraran en ella torrencialmente
y, al mismo tiempo, que siempre han estado ahí. Se sienta erguida en medio de
la alfombra, como si esperara a un amigo pero también como los hieráticos gatos
egipcios, sus remotos antepasados. Sus ojos espejean en un verde
deslumbrante, las orejas tiesas. La
calma gatuna personificada, ese sosiego que nos produce verlos en los
alfeizares tomando el sol.
-Me fastidia reconocerlo pero… mírela.
-Pues tú eres el cebo, así que más le
vale –la Sra. Rat tiene un tono solemne- y ten en cuenta que en eso sólo hay
maldad, más de la que podamos imaginar. ¿Estás seguro de correr lo suficiente?
-Pues no.
-Ya.
La
Sra. Rat se sube a la mesa con una vista inmejorable de lo que vaya a ocurrir y
de la ventana que deja ver los copos aun suspendidos. Inesperadamente Golfo
aparece corriendo con sus pasitos cortos pero casi convulsos de la rapidez con
que mueve sus patas, detrás, La Bestia le persigue y va ganando terreno. Aun
inmóvil, el brillo de los ojos de Lady Sophie va cambiando hasta el rojo
sangre, mira como si no pasara nada hasta que de un salto casi vertical y un
grito raro cae en el cuello de la Bestia, y lanza zarpazos buscando los ojos,
no los alcanza pero a cada intento deja cuatro profundos surcos sangrantes. La
Bestia se revuelve y a la gata casi le divierte. “Te va a dar lo mismo. Esta
noche mueres, miserable ratoncillo”. Ella también se revuelve y acaba aferrada
al hocico de la Bestia con dieciséis cuchillas cortando a tal velocidad que la
Bestia apenas puede reaccionar, pero acaba haciéndolo con tan violentamente que
arroja Lady Sophie. “Inútil bicharraco” que con un golpe de lomo se da la
vuelta en el aire para caer exactamente en el punto de donde ha partido. De sus
muchos zarpazos, uno ha dado en algún punto especialmente doloroso. La Bestia
aulla y se yergue sobre sus patas traseras.la gata suelta presa, la bestia se
confía y salta sobre ella pero ella también, las fuerzas se descompensan y
ambas caen, pero con una sutil diferencia: los gatos siempre caen de pie y la
Bestia queda patas arriba unos pocos segundos Lady Sophie aun sin tocar el
suelo hace que sus patas funcionen como muelles apoyándose en algo de firmeza
granítica, gira en el aire y ataca. En el aire, de alguna parte, del tiempo
quizás escucha una voz trenzada de miles de millones voces: “Ahora, mata”. Cae
sobre el vientre de la Bestia que no ha tenido ni esos pocos segundos que
necesitaba para darse la vuelta. Lady Sophie ya sabe lo que tiene que hacer y
deja salir toda su ferocidad concentrada. Clava, corta, muerde sin que ni
garras ni dientes le alcancen a ella. Oye sin escuchar los chillidos agónicos
de la Bestia, luego sus convulsiones de muerte pero no ceja en su ataque hasta
que ver rodar la gigantesca cabeza cortada a golpe de zarpa. “Te dije que
morirías esta noche, alimaña luciferina, y yo, nobleza obliga, siempre cumplo
mi palabra. Se aleja con sus andares más sofisticados para no mancharse con la
sangre y comprueba que, salvo un par de arañazos, ha salido indemne del
combate. Se da la vuelta para contemplar su obra. No sólo ha decapitado a la Bestia
sino que, literalmente, la ha abierto en canal. Levanta la mirada buscando a
alguien que le diga si está tan ensangrentada como cree y ve a la Sra. Rat con
los ojos como platos y con la boca tan abierta que ha dejado de roer.
-Sra. Rat ¿se encuentra bien?
-¿Yo? Parece ser que peor que usted,
desde luego.
-¿Estoy muy ensangrentada? –ante todo,
coqueta.
-Es increíble pero sólo un poco las
garras.
-¿Llegó a alcanzar a Golfo?
-No, Lady Sophie, se lanzó usted justo
en el momento –aparece por ahí el lazo rosa con perro debajo.
-Me inclino ante tu valor, fuiste un
cebo indefenso -le llamaría héroe pero
es capaz de creérselo, claro que lo es pero no será ella quien se lo diga
directamente.
-Era mi deber. Usted, MyLady sí que ha
luchado como si no hubiera un mañana –pero había un pasado recóndito que
apareció en el corazón asesino de la gata.
-Es que podía no haberlo –por puro
instinto Lady Sophie ya ha empezado a atusarse.
-Lamento interrumpir tan versallesca
conversación pero ¿no nos estamos olvidando de algo? –interviene la Sra. Rat
con ese pragmatismo de ama de nido tan peculiar.
-La figurita del bebé –dicen casi a duo.
-Yo la traigo y tú
la subes –organiza Golfo sin que le cuestione la decisión.
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