-Buenas noches, My Lady. –¡por los
bigotes de Micifuz! Lleva muy mal eso de que en estas fechas algunas cosas
cobren vida y, cuando menos se lo espera una, la lámpara o, como es caso, un
dibujo de etiqueta pegada a una botella de brandy, un amable caballero y gran
conversador, pero que le ha quitado una vida del susto.
-Buenas noches, My Lord ¿Cómo se
encuentra vuecencia? –responde iniciando una refinada reverencia gatuna.
-Admirando vuestras gracias y bellezas
–se afila las guías del bigote mientras sus sabuesos –un mal día del dibujante-
la miran resentidos
-Sois un adulador, y aun así, si
tuvieseis dos patas más y gustarais de las ratas me casaría con vos; con el
permiso de vuestra esposa.
-Veo que si sabéis como hundir a un
hombre –bufa educadamente desde su etiqueta amarilla- En fin, iré a ver si cazo a esa zorra que
llevo persiguiendo desde 1815. Lady Sophie.
-My Lord.
La
pareja de bailarines de porcelana rococó ya ha iniciado su minué con una lejana
música que sólo ellos y el afinado oído de Lady Sophie escuchan, lejana. Tan
sólo unos pocos días, más bien noches como esta, pueden hacerlo y aun así,
separados por el pésimo gusto del ama de casa. Hacen una pareja perfecta, pero
ella, con su cabello empolvado, languidece año tras año, cada vez más cerca del
borde, peligrosamente cerca, pues una porcelana por muy rococó que sea, se
haría añicos con esa caída; él, Emile, con sus ojos brillantes de pasión y su
falso lunar, hace mucho que perdió la sonrisa y, cuando bailan ya no evocan los
grandes salones versallescos, sino la melancolía de una vela que se va
apagando. Sin embargo, cada año sus pasos de baile son más perfectos y
pizpiretos, aunque las manos blancas que deberían tocarse no lo hagan y ni
siquiera pueden verse por la descuidada ama de casa que los ha colocado mirando
en direcciones contrarias. A estas alturas de la noche la chimenea de la
habitación donde colocan el simulacro de árbol todavía deben quedar brasas y
recuerda unos blandos cojines mullidos y calentitos, de los que siempre la
echan para que “no me los llene de pelos”, lo que les otorga un muy especial
atractivo, al fin y al cabo una es gata, aristócrata, sí, pero gata en
definitiva. Una gota le cae en sus redondas gafas. Mira hacia arriba “no nos
faltaba en esta casa más que unas buenas goteras”, pero no son goteras sino
algo que a muy pocos les ha sido dado ver: una diminuta lágrima de porcelana
que cae del cortesano bailarín. De un salto sube al aparador “la curiosidad
mató al gato” le decía su abuela pero…
-Monsieur Emile ¿es esto suyo? –pregunta
mientras la lágrima se desliza por uno de sus bigotes hasta hacerse sólida en
su extremo.
-Bonsoir, Madame Sophie. L’amour, me
temo, que arranca el llanto aun a algo tan seco como la porcelana. Madelaine et
moi estamos tan separados que ni siquiera podemos bailar el minué con un poco
de gallardía.
-Es triste, lamentable, incluso
irritante, ver a dos enamorados tan alejados.
-¡Tragique, Madame, tragique¡ Es peor
aún. Por muy lejos del borde que la coloquen, ella se acerca más y más al borde
–ciertamente los delicados zapatitos rojos de la damita desfalleciente de amor
apenas están a un par de bigotes del borde y la caída la haría estallar en mil
pedazos, por muy fina y rococó que sea.
-¿Cree usted que acaso pretende? –se
espanta Lady Sophie abriendo mucho más los ojos, las gafas se le deslizan hasta
la punta del hocico.
-Eso temo, Madame, ¿Podría intentar
acercarnos?
-Me encantaría, pero mis garras son muy
precisas para cortar y…romper cortinas –uno de los mayores placeres de la vida-
pero bastante escurridizas sobre superficies lisas.
-Votre garras, quizás no puedan, pero si
envolviera a mi amada con su enorme, ancha y mullida cola, uniendo los
esfuerzos de unas y otra con esa delicadeza propia de los gatos y los galos
–ya, que pregunten por la delicadeza de un tal Napoleón, según el Sr. Thomas-
podríamos llegar a unirnos. Si esta noche bailáramos un minué y rozasemos las
puntas de los dedos seríamos para siempre una sola figura.
Ya, La magia que, como gata, nota
hasta en la punta del pelo del lomo. De todas formas, esta noche está
desmadrada. Detesta estas historias de sentimentalismos nauseabundos, además,
con “le touche” francés. En fin vamos allá, con no poco cuidado y inicia el
lento proceso de acercarla a su pareja de baile hasta lograrlo. Siguen bailando
pero ahora sonríen y Lady Sophie puede oír nítidamente la música y ver unos
destellos dorados en torno a ellos y, por fin, la danza une apenas la punta de
los dedos, se detienen y funden , un instante mas y se ve una nubecilla de
polvo dorado que envuelve a la pareja y ya nadie, excepto Lady Sophie,
recordará sus antiguas formas. Ahora bailan y bailan con sus ya eternas
sonrisas. Se recoloca las gafas con un suspiro de bibliotecaria. Le esperan las
ascuas junto al simulacro de árbol y un
par de mullidos cojines que “llenar de pelos”. Una elegante y discreta
sonrisita se le escapa. Según avanza hacia su cálido destino comprueba que todo
está como es debido, aunque en estas noches tan largas, nunca lo está.
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