Hoy me vais a permitir, espero, que me ponga a escribir esta entrada a vuela tecla pero con una lagrimita sino en los ojos, que poco le falta, sí en el corazón, en la mitad de corazón que me queda útil quiero decir.
Todos tenemos, por lo menos la mayoría, recuerdos infantiles de la Noche de Reyes, las Cabalgatas, los zapatos limpios y bien colocados, antes en el balcón y más tarde bajo el Árbol, la bandeja con trocitos de turrón y anís para los camellos, el no poder dormir, la alegría desmedida de unos regalos que no habías pedido pero, en ese momento, daba igual, los primos, los tíos, entrando y saliendo con paquetes que siempre te quedabas con ganas de abrir pues no siempre eran para ti, las peleas con los primos por el Madelman buzo, pongo por caso, y, a última hora, las prisas pues en veinticuatro horas tenías que entregar un montón de deberes que te habían puesto para las vacaciones y que, los estudiantes de pro, no los raritos, habíamos dejado para última hora. En mi caso concreto, además, anginas, siempre cogía anginas el día de Reyes, bueno y cuando no era Reyes, también. Sin embargo, hay algo más, algo que rara vez hemos compartido y es esa experiencia de oírles llegar, ver un trozo de manto azul brillante pasar por el pasillo, un camello a la altura de la ventana o escuchar el cortejo acercándose con tambores africanos en sordina, africanos pues mi rey predilecto es, y digo "es" y no "era", Baltasar que no sé por que se identifica con el rey negro. Experiencias comunes sin duda.
Cuando crecí me las fui apañando para continuar con la celebración de los Reyes casi igual, sólo que no me pegaba por el Madelman buzo pues había llegado que el primo en cuestión era/es un gilipollas, y otras pequeñas diferencias: pasarme de copas (lease 2 copas) la Noche de Reyes, el comprar los regalos (que para mi siempre ha sido una alegría, por eso empezaba a comprarlos en junio), otra casi fiesta de envolverlos con un par de amigas más hábiles que yo en hacer lazos, buscar el papel más bonito y escribir con la mejor letra posible el nombre del regalado. Cuando llegó el ordenador me hacia mis propias tarjetitas para este menester y pasaba horas buscando el motivo y la colocación adecuada, el tipo de letra y el tamaño de la fuente pues no es lo mismo poner Pepe que Guadalupe en determinados espacios. Era la única fiesta que se celebraba en casa, las demás en casa de unos u otros, o bien no se celebraban, según el año. En cambio Reyes, salvo unos pocos años en que fuimos a casa del pequeñín de turno, siempre se celebró en casa. Hace poco me deshice de la mesa de más de dos metros extendida que se compró pensando en aquellas pocas veces en que nos juntábamos (tres al año)
Supongo que muchos tendremos experiencias comunes a estas, cierto que yo las he vivido más intensamente por una serie de historias colaterales que no vienen a cuento.
No es por ellas por lo que la lagrimita está ahí, sin poder caer, sino por algo más antiguo, mucho más antiguo y valioso.
Además de la enfermedad base (por decirlo de algún modo) yo he sido siempre enfermizo y delicado cual rosa de pitiminí, por eso cuando oigo eso de "el organismo humano es un mecanismo perfecto" me carcajeo por dentro y con risas de hiel. Mi padre se pasaba horas conmigo y me enseñaba poemas de Samaniego, "Subió una mona a un nogal etc", viejos romances "Cuentame una historia abuela etc", las provincias por regiones "Castilla la Nueva: Madrid, Toledo, Ciudad Real, Cuenca y Guadalajara" pero con un cierto tonillo musical que no veáis el remontaje que tengo que hacer con la posterior distribución, pues por entonces existía el Reino de Murcia dos: Murcia y Albacete. Vamos que cuando tengo que distribuir autonomías y provincias tengo que hacer un puzle mental no pequeño. Sobre todo en aquellas largas tardes me contaba historias de los Reyes y, lo más importante, los camellos.
Por eso este día, hoy solitario, es importante para mí. La imagen que encabeza la entrada u otra parecida era y es la posibilidad de entrar en otro mundo, no sólo mágico en plan Alicia, no, en otro mundo donde cada uno pueda encontrar algo por lo que vivir y hacerlo con alegría. Por eso son imágenes del viaje, nunca de la llegada.
Cuando me despedí de él le arranqué una última sonrisa evocando una de esas historias que me contaba de niño.
Por eso Reyes sigue siendo importante para mí a pesar de mis años y a pesar de hoy a mi casa no venga nadie y me anegue el alma una dulce y dolorosa tristeza.
Por eso escribo esto, para celebrar esta fiesta como lo que siempre debe ser, la de compartir.
Felices Reyes y que si os traen carbón que sea por haber sido pecaminosamente orgiásticos y no por otras pequeñeces.
Carbon es lo que me toca, porque como debes saber, no hay pecado pequeno.
ResponderEliminarSi que los hay, hasta Dante colocó la lujuria como el menor de los pecados colocándola en el primer círculo del infierno. Por otra parte la gula entre el culto al cuerpo, las alergias y padecimientos varios, queda excluida. Con respecto a la Ira, según y conforme, que es que a veces van provocando (Trump, por ejemplo). En fin que, si es que hay pecados, no todos tienen el mismo calibre. Nos cuenten lo que nos cuenten.
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