Aunque con unos días de retraso dar la bienvenida al nuevo año en el que apenas hemos aterrizado nunca está de más. Sobre todo teniendo en cuenta las perspectivas.
*
Nada más peligroso que perder la
perspectiva ante acontecimientos como este en que la indudable belleza de la
música puede hechizarnos y hacer que pasemos por alto aspectos que siempre hay
que tener en cuenta para comprender la grandeza –y miserias- de esa misma
música o de cualquier otra manifestación artística.
Para empezar por lo más obvio,
frívolo y olvidado (o deliberadamente pasado por alto) hay que hablar del
proverbial mal gusto germánico. El propio salón donde se celebra este
imprescindible concierto es, estéticamente, un simple espanto sin paliativos,
incluso para mí que tolero bastante bien los excesos y los dorados. Es un
ejemplo más. En muchas construcciones, religiosas sobre todo, se aprecia una
tarta de nata sobre la que alguien ha vomitado oro a chorros en forma de un
rococó ya superado (el hecho de que me parezcan preciosas no quiere decir más
que tengo punto hortera de cuidado). Hay excepciones, por supuesto, que
confirman la regla y entre las que no se encuentra el prodigioso Durero que por
muy maravillosa que sea su técnica, reconozcámoslo, belleza encontramos más
bien poquita. Digamos que para ir cerrando este punto que el buen gusto
germánico es exacto a su sentido del humor, las artes culinarias y honradez inglesas,
la amabilidad de los parisinos y la elegancia yanky: cosas que suponemos deben
existir pero no se ha probado.
A diferencia de la mayoría de los
países germánicos el Imperio Austrohúngaro tuvo su momento de gloria artística
(siempre hablando de las artes plásticas pues en asuntos musicales los germanos
han ocupado siempre un lugar muy alto, como en la filosofía aunque al final
ésta haya sido retorcida con otros fines). Ese momento de gloria estética es un
canto de cisne de la creatividad, del imperio y a poco menos que la población.
Me refiero a ese momento mágico de la
Secesion vienesa con Gustav Klimt y Egon Schiele como cabezas más
visibles desde hoy. Artistas destacadísimos ambos pero ni mucho menos únicos en
todas las artes –incluso en las mal llamadas menores- cuyas influencias, no
siempre bien digeridas, aun perduran. Duró poco, justo hasta que el Apocalipsis
pareció caer sobre aquel imperio que sólo tenía en común el Danubio y el Emperador.
Una feroz crisis económica interna, con causas muy claras que ahora no vienen a
cuento, trajo la Miseria y el Hambre. Inestable e insostenible en manos del
intransigente Francisco José la cosa solo podía acabar en Guerra por todos los
flancos posibles. El final del Apocalipsis llegó con el cuarto jinete La Peste
o La Muerte de la llamada gripe española que arrasó media Europa.
Los Strauss son ligeramente, sólo
ligeramente anteriores, digamos que pertenecían a la generación que sembró los
vientos y la que empezó a entrever las tempestades. Desde hoy y observando el
conjunto su música es la de una sociedad que intenta por todos los medios
posibles evadirse de lo inminente entregándose a valses, polkas y galops como
si no hubiera un mañana, como efectivamente no lo hubo. La vida galante era un
rasgo del torbellino de aquellos años y con ella, como siempre que ha ocupado
un lugar importante, nacen, crecen y perduran los tres terrores básicos y
callados: el onanismo y su carga de moralina de medio pelo, la sífilis y La
Mujer.
Lo del onanismo nos lo sabemos todos
pues hasta hace bien poco no se ha variado el discurso y aun hoy hay resabios.
La sífilis fue una auténtica plaga
con consecuencias de todo tipo (físicas, mentales, genéticas) en toda Europa
pero en Austria, en Viena más concretamente, el cierto desenfreno o la paranoia
la convirtió en un monstruo de mil cabezas. Sífilis es igual a sexo
–clandestino o no- y sexo es igual a mujer. Una mujer que poco a poco va
cobrando fuerza y conciencia de su situación y capacidades y hasta plantando
cara a una respetabilísima clase burguesa que reacciona con un pavor
ancestral. Surge la femme fatal y una
serie de argumentos pseudocientíficos y de todos los tipos imaginables que
defienden la inferioridad femenina y, además, su maldad intríseca, justo cuando
ellas empiezan a levantarse. La ecuación viene a ser: sífilis igual a sexo,
sexo igual a mujer y mujer como causa y fruto de todo mal. La historia, “su
historia” está llena de ejemplos de Eva a Cleopatra. Entre todas esas
encarnaciones de perversidad surge lo que ha dado en llamarse salomanía con la
princesa Salomé como protagonista y como una más de las perversas mujeres como
Carmen, Turandot y mil más.
Este era el entorno histórico a muy
grandes rasgos de esas exquisitas piezas con que empezamos el año siempre. Nada
de tules, besos y Romy Schneider
triscando por los montes bávaros con un marido loquito por sus huesos, nada de
una Viena feliz, ni siquiera en conjunto culta, apenas la antesala del
Apocalipsis. El principio del fin. Alguien de por entonces dijo “Cielos, la
política ya no está en manos de caballeros” y así nos luce el pelo. Justo en
ese quiebro es donde se sitúan los Strauss y aun en medio de todo aquello se
compone El bello Danubio Azul.
Que vamos, Nadie me ha contado un vals tan bien! Lo de la moralina de medio pelo me ha dejado pensando...
ResponderEliminarPues sí, de medio pelo pues mientras se perseguía al onanismo con métodos inimaginables y se consideraba una enfermedad mental, se aconsejaba antes que el fornicio alegre con damas disponibles. En suma o loco onanista, o sifilítico perdido. ¡Ah, la alta burguesía, como es!
ResponderEliminar