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domingo, 25 de diciembre de 2016

Llegó Navidad

Como cada año llega Navidad y ya sabéis que yo soy  el Espíritu de la Navidad Presente de incognito. Uno sabe que se aproxima Navidad cuando empiezan a montar Corilandia, que suele ser en octubre, cuando empiezan a aparecer en television muchos anuncios de perfumes especialmente con tios todo lo desnudos y eróticos que permite la nueva y sibilina moralina, entonces la cosa ya va en serio. Ahora bien, la Navidad como tal no empieza hasta tal dia como hoy en el que uno se levanta con una cantinela que llevamos impresa en los genes o poco menos. Cualquiera de nosotros podría decir casi cualquier cosa con ella. Evidentemente hablo de la lotería de Navidad, durante años creí que era el único sorteo del año, nunca toca nada pero, es como las peladillas: nunca se comen en Navidad pero hay que tenerlas o no huele a Navidad (se comen después, con el mono de dulces que se crea a partir el Roscón. En cualquier caso no pueden faltar, ah, y los higos secos.
Así que con la Navidad oficialmente inaugurada yo me despliego y comienzo mis entradas navideñas. El año pasado fueron escasas y no muy brillantes, tenéis que perdonarmelas, estaba en la fase aguda de la depresión. Este año es otra cosa, antes queria morirme y ahora ya sólo estoy tirado por las esquinas pensando en la inanidad de las cosas. Como cada aaño os deseo una muy feliz Navidad y Año Nuevo. Igual que cada año ahí va mi, fallido, intento de cuento de navidad.


 CUENTO DE NAVIDAD 2016 (I)
Según él la Navidad es, ante todo, objetos, casi nada más, al menos ahora. No es que crea que las Navidades Pasadas, ni las de su infancia, fueran mejores. No. Ni mucho menos, pero fueron dejando un poso aluvial, casi una leve pátina, de objetos, casi todos pequeños, muchos que ya no existen sino en su memoria, y unos pocos más grandes que pesan como losas o como lápidas. Objetos, al fin y al cabo solo cosas, cuatro o cinco cajas de madera llenas de cosas casi inofensivas en apariencia pero hay que saber manejarse entre ellas para conocer el peligro, su capacidad para hacer daño, agazapadas y acechantes para lanzarse sobre la memoria y hacer que se rompan las ampollas de dolor que guarda y se extiendan por todo su ser. Le estremece la similitud con lo de ahora. La culpa es de su maldita memoria que almacena la historia de cada uno de esos objetos y de algunos hasta la fecha en que entraron en su vida, le crean o no. Por eso cuando llegan estos días se deshace de su mujer,  sus hijos y hasta de los pequeñines. Cuando vuelven, ya de noche, todo ha pasado y el Árbol brilla en su rincón, el Nacimiento grande ya ocupa su espacio sobre el aparador, y los demás adornos también primorosamente colocados. Quizás este año no haya hecho sino empezar.
            Las ha pintado; las cajas de madera resultarían irreconocibles por las filigranas navideñas de colores alegres con que las decoró, es hombre de poca paciencia en general, que les pregunten a sus hijos, aunque no sabría calcular las horas que dedicó a cada una de esas cajas. Sin embargo, por más que sus colores de puro alegres sean casi chillones, que abunden los dorados, los ositos adorables, las campanitas y el acebo, los Papá Noel y los árboles de Navidad, las estrellas y los angelotes, son cajas tristes, no hay otra palabra para definirlas. Tristes con esa peculiar tristeza de lo huido, de lo que se escapó como un puñado de arena entre los dedos; pero también de lo que decidimos no vivir, del tren que no quisimos coger. Lijado, preparar la madera –generalmente de poca calidad- para la pintura, el primer fondo de imprimación, la primera distribución de los motivos, segundo lijado, segunda capa de imprimación, pintar los motivos y barnizar una y otra vez sin dejar de estar pendiente del secado, un pelo que caiga sobre el barniz puede estropear el efecto, buscar, comprar y colocar cierres, bisagras y asas. Para otros quizás sí, pero para él no es un pasatiempo sino algo más serio. En especial este año, decorar y restaurar los daños tiene algo de rito funerario, de mortaja que ha anidado en él.
            Esas cajas son, sin embargo, solo los continentes de las cosas. Teniendo en cuenta que sin su protección acabarían en la basura como ocurrirá tarde o temprano, es toda una hazaña que sobrevivan de un año para otro con su mujer vociferando cada vez que tropieza con las cajas en los altillos. Quizás, una vez montado, sea cierto lo que dice y realmente le guste pero, a menudo, abre la puerta al volver del trabajo con el temor de que en uno de esos “arrebatos limpiadores” haya acabado con las cajas en el contenedor. Intentaba hace tiempo volver antes que ella pero la jornada a tiempo parcial que le ha impuesto la empresa a ella lo hace imposible. Es probable  que no tarde demasiado en salirse con la suya. Todo depende. Antes empezar a abrir las cajas e ir sacando sus pequeños tesoros se prepara un café, se sienta tranquilo a tomarlo y pone música. Una pausa antes de entrar en combate. Adeste Fidelis, su música navideña predilecta da el pistoletazo de salida. Cambia el disco y ahora suenan Sinatra, Crosby y demás, suficiente para acompañar pero no para distraer. Toma aire, reúne valor y abre la primera de las cajas. Sí, lo cierto es que hoy le hace falta más valor que nunca para afrontar la tarea.
            Cuando nació la niña y hubo que reorganizar la casa donde había vivido siempre fue encontrando elementos sueltos que apartó pensando que, tal vez, en algún momento sirvieran para algo; y sí, claro que valieron poniéndoles un trocito de cordón dorado para colgar de las ramas del Árbol de Navidad. Entonces, con el abeto a medio decorar, con un diminuto osito de cristal que recuerda desde siempre en su casa y con el que su madre no le dejaba jugar para que no se atragantase, vio que en todas y cada una de las piezas navideñas le iban contando su vida, y hace falta valor para afrontarla a sangre fría cada año. La primera que coge es un paquetito de papel de seda –es para lo único que es tan cuidadoso y organizado-. Casi no le hace falta abrirlo para saber que contiene. Tenía cinco años y, en realidad, no es propiamente navideño sino tan sólo la figurita muy esquematizada, de un ángel, un cono, una esfera, dos pequeñas elipses como alas y otros dos conos diminutos haciendo de brazos que sostienen una especie de laúd . La túnica es amarilla, muy amarilla- las alas, blancas, aunque de un blanco con más de cincuenta años encima, y la cabeza, en ella estuvo la clave para que comprarlo y para que no desapareciera en una de esas “limpiezas locas”. En realidad, y por eso se lo compraron, es un angelito negro. Nada que extrañar dada la predilección materna por Don Antonio Machín, como tantas chicas de su tiempo, o no sería quien sigue siendo Machín. No puede evitar una sonrisa amplia y enternecida al colgarlo del árbol, ni demasiado visible ni demasiado escondido –el amarillo de la túnica hace que se le vea-. Resulta, cuanto menos, curioso que la primera pieza que del árbol de este año sea también la más antigua. Como cerrar un círculo o completar algo inacabado. Sí, así es posible que sea este año: unas Navidades para atar cabos sueltos y dejar que los objetos que tanto ha mimado sigan su propio destino, una suerte de despedida sin añoranza, liberadora y, quizás, definitiva.
No, no es añoranza de las Navidades Pasadas, ni aquello de lo que pudo haber sido y no fue lo que deja que le invadan estas labores. Algo hay de todo eso, sí, pero poca cosa; lo que encuentra es el presente perpetuo de los recuerdos sin calificarlos y del amor, algunos dirían quizás más acertadamente “energía”, depositados en cada uno de ellos y que nunca cambia, año tras año. Como la carcajada que siempre le arranca ver el botijo dorado y pesado: un botijo en un árbol de Navidad, original si que es, como casi todo lo que venía de ella cuando se permitía ser ella, original, diferente, excéntrico desde lo corriente, casi vulgar. Sí, todo un tanto exótico menos aquel dejarse ir de los últimos años, aquel desprenderse de los afectos y de todo, como preparándose para el hachazo que fue el fulminante infarto. Veinte minutos duró todo y se le encoge el alma al recordarlo pero las esperadas lágrimas nunca llegaron. No es que sea hombre de llanto difícil, es que no ha sabido llorar a su madre, nunca supo. Sin embargo,  ahí está el botijo dorado y brillante haciéndole reír cuando ya ha vivido más años que ella y cuando es posible que nunca vuelva a sacarlo de sus cajas.

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